
Un momento de la obra teatral 'Blaubeeren', de Sergio Peris-Mencheta
'Blaubeeren', de Sergio Peris-Mencheta: aquellos días felices a la sombra del Holocausto
Estrenada en los Teatros del Canal, es una intriga en torno a la identidad del propietario de un álbum de fotos que resulta ser un oficial del campo de Auschwitz.
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Excelente noticia la vuelta de Sergio Pérez-Mencheta a los escenarios, quiero pensar que es signo de la recuperación de su salud. También porque, como demuestra en el notable espectáculo de teatro documental histórico Blaubeeren, que acaba de estrenar en los Teatros del Canal, es uno de los mejores directores de teatro con los que contamos.
La obra ha sido escrita por los estadounidenses Moisés Kaufman y Amanda Gronich como una intriga detectivesca en torno a la identidad del propietario de un álbum de fotos que resulta ser un oficial del campo de Auschwitz.
Estrenada en Estados Unidos el año pasado, la obra está planteada como una intriga detectivesca en torno a la identidad del propietario de un álbum de fotos que resulta ser un oficial del campo de Auschwitz.
Imposible hablar de esta obra y no referirse a la cinta La zona de interés, todavía fresca en la memoria y con la que comparte el enfoque: el de ceder la palabra a los verdugos del Holocausto para que veamos campar al demonio plácidamente instalado y alimentado en las vidas prosaicas de personajes comunes, leyendo cuentos a los niños (como hace en la película) o haciéndose fotos con su Leica en compañía de sus compañeros de trabajo (como ocurre en Blaubeeren).
Si la película de Jonathan Glazer cuenta la rutina diaria de la familia del comandante del campo de Auschwitz en su cómodo hogar separado tan solo por una tapia de los prisioneros que deliberadamente nunca aparecen, aquí son las fotos personales del oficial de la SS del mismo campo Karl Höcker, en las que posa feliz con sus camaradas oficiales en celebraciones y recepciones y retozando en el resort Solahütte, situado en los límites del complejo de Auschwitz y, por supuesto, ajeno también a los prisioneros.
Estos tampoco aparecen, pero en nuestra conciencia no podemos dejar de preguntarnos por ellos durante toda la obra.
Los historiadores y empleados del Memorial Museo del Holocausto de Estados Unidos son los protagonistas del montaje. Nos cuentan la historia desde el momento que reciben el citado álbum de fotos. Logran identificar a su propietario y a algunos oficiales de la SS de relevancia. Ello plantea el dilema al museo de si deben continuar con la investigación, ya que la finalidad de la institución es preservar la memoria de las víctimas pero, como ya se ha dicho, en las fotografías no aparece ni una sola. Todos son verdugos.
La respuesta del Museo es un salto a nuestra contemporaneidad para observar cómo analizamos y evaluamos hoy este vergonzoso episodio de exterminio en masa planificado por el Estado alemán nazi, conocido como la "solución final" y que en Auschwitz costó la vida a 1,1 millón de prisioneros.
El mismo título de la obra condensa su lección moral, cuando se nos muestra una de las imágenes de un grupo de muchachas -las helferinas- que se supone han sido invitadas a pasar unos días al resort y en la que aparecen sonrientes degustando un postre con arándanos (blaubeeren, en alemán). Son telefonistas y, como se nos informa, a diario comunicaban a Berlín el balance de prisioneros asesinados en las cámaras de gas y de recién llegados. Hay una especie de velada apelación a la responsabilidad, un ¿qué habrías hecho tú en el lugar de estas mujeres?
El soberbio dispositivo de Alessio Meloni (escenografía) con diseño audiovisual de Emilio Valenzuela funciona como un álbum gigante que se extiende por el escenario. Paredes-pantalla teñidas con óxido se despliegan para proyectar en ellas las fotografías distribuidas con orden compositivo, a la vez que los actores van explicando quiénes aparecen en ellas.
Estas paredes se mueven siguiendo el avance de la acción de la mano de los intérpretes y transformando el espacio escénico, sirviendo siempre de pantalla para una proyección ordenada de las imágenes. La virtualidad del espacio es asombrosa, crece en belleza con la iluminación de Pedro Yagüe.
El elenco, integrado por actores-músicos, aparece y desaparece, ya sea para comportarse fundamentalmente como narradores -con la excepción de algunas dramatizaciones, como la de Víctor Clavijo en el papel del propietario del álbum, Karl Höcker, o de Erik de Loizaga, que da vida a su nieto- o como músicos. El relato fluye agitado y preciso.
Kaufman y Gronich inciden con esta obra en la idea de Hannah Arendt de que las peores atrocidades no son cometidas necesariamente por individuos malignos claramente reconocibles, sino por personas comunes que no se sienten responsables porque dicen obedecer órdenes o su concepción moral les impide identificar el mal.
La mayoría de los implicados en el sistema de campos de concentración nazis jamás reconoció haber sido ni siquiera testigo del exterminio judío planificado por los nazis. Al respecto, es obligado revisitar la película Shoah de Claude Lanzmann.
Kaufman y Gronich son director y colaboradora del grupo Tectonic Theater Project, compañía estadounidense con la que montaron también Proyecto Laramie (que llegó a producirse en nuestro país hace ya unos años) y que se identifica con un teatro social y político, interesado también en aplicar innovaciones técnicas a la escena.
Blaubeeren
Teatros del Canal. Hasta el 29 de junio
Texto: Moisés Kaufman y Amanda Gronich
Dirección: Sergio Peris-Mencheta
Reparto: Clara Alvarado (clarinete y piano), Víctor Clavijo (piano), Eric de Loizaga (trikitixia), Nacho López (guitarra), Irene Maquieira (viola), Natxo Núñez (piano, guitarra y flauta), Maria Pascual (piano), Paloma Porcel (ukelele).
Escenografía: Alessio Meloni (AAPEE)
Iluminación: Pedro Yagüe
Vestuario: Elda Noriega (AAPEE)
Sonido: Benigno Moreno
Audiovisuales: Emilio Valenzuela
Composición musical: Joan Miquel Pérez
Dirección de producción y producción ejecutiva: Nuria-Cruz Moreno
Producción: Barco Pirata en coproducción con Producciones Teatrales Contemporáneas