Otra vez el mismo guion. Otra vez la misma vergüenza y otra vez España en el foco por lo mismo de siempre.
Dos secretarios de Organización del PSOE implicados en casos de corrupción y, como si fuera una maldición cíclica, cientos de compañeros salieron a poner la mano en el fuego por ellos, solo para acabar, inevitablemente, chamuscados por la realidad y con las manos abrasadas de tanto ponerlas en el fuego.
La historia reciente del Partido Socialista está manchada por una corrupción estructural que no se combate con palabras vacías ni con perdones calculados que no sirvieron ni para Rajoy ni para el Rey emérito.
Pedro Sánchez, en un intento desesperado por cerrar el capítulo, ha pedido perdón. ¿Y ya está? ¿Una disculpa pública sirve para tapar años de prácticas clientelares, favores en la sombra y saqueo institucional? ¿Basta con entonar un "lo siento" para no asumir ninguna responsabilidad política real?
Que no se engañen. La ciudadanía, como diría el alcalde de Madrid, no es gilipollas, y cada nuevo caso nos recuerda que la regeneración prometida fue solo un eslogan de campaña.
Pero, quizás, el mayor sinsentido de todo es cuando el presidente afirma que es un problema de "partido" y por ese motivo no convoca elecciones. ¡Ole, ole y ole! Parece que ahora las concesiones públicas y amañadas se hacen desde el PSOE y no desde el Gobierno. No caben más mentiras.
Los casos de corrupción que afectan al PSOE no son errores individuales. Son síntomas de una lacra que asola España desde hace más de una década, como bien sabe Pedro Sánchez, que entró en el Gobierno por ese mismo problema.
Cualquiera que conozca el funcionamiento de la administración pública sabe que absolutamente todo pasa por las manos de los funcionarios y de los directores generales. Absolutamente todo. Éstos informan y siguen elevándolo hasta que llega a los gabinetes y, por tanto, al ministro.
Y no hablamos de figuras marginales o alcaldes de pueblos remotos. Hablamos de secretarios de Organización, piezas clave en el engranaje del partido.
El problema no es solo moral; es profundamente político. Porque cada escándalo erosiona la confianza en las instituciones, desmoviliza al votante honesto y alimenta el desencanto ciudadano. El PSOE debería estar liderando una limpieza profunda, no repartiendo disculpas superficiales. Pero, en vez de autocrítica, vemos estrategia; en lugar de renovación, hay encubrimiento.
Es una vergüenza. Una más. Y lo peor es que el perdón del presidente no busca justicia, sino silencio en un partido en el que afortunadamente no todos son iguales porque hay líderes que llevan años pidiendo un cambio en la cúpula y otra forma de hacer las cosas.