"La inteligencia auténtica es más que datos procesados: es la capacidad humana de intuir, imaginar, empatizar y actuar con propósito." Así lo afirman los autores del reciente informe AI and Authentic Intelligence: A Call to Rethink Human Potential, publicado por el World Economic Forum en marzo de 2025.
En un momento donde la inteligencia artificial redefine las reglas del juego empresarial, este llamado a revalorizar las capacidades humanas profundas —intuición, creatividad, sabiduría práctica— resulta más urgente que nunca.
Hace unos años, Anne Sugar y Dorie Clark, en su artículo What to Do If You Feel Like You’ve Lost Your Intuition, publicado en Harvard Business Review, exploraban cómo muchos líderes experimentan bloqueos en su intuición cuando están saturados de presión, fatiga o ruido mental.
Y ya en 2020, Tomas Chamorro-Premuzic, en su pieza Are You Still Prioritizing Intuition Over Data?, advertía que, pese al auge de los datos, las decisiones más importantes en las organizaciones seguían estando dominadas por corazonadas y sesgos más que por evidencia objetiva.
La intuición, lejos de ser un concepto místico o reservado al ámbito personal, constituye hoy un activo estratégico en el mundo empresarial. Grandes decisiones de la historia surgieron no de análisis lineales, sino de corazonadas visionarias.
Marie Curie intuyó propiedades desconocidas en los materiales radiactivos; Nikola Tesla visualizaba inventos completos antes de construir un solo prototipo; Hilma af Klint adelantó medio siglo al arte abstracto siguiendo visiones interiores.
En el ámbito empresarial, líderes como Howard Schultz apostaron intuitivamente por convertir Starbucks en un "tercer lugar" entre el hogar y el trabajo, revolucionando la cultura del café en Estados Unidos sin estudios de mercado que lo respaldaran.
Reed Hastings, fundador de Netflix, confió en su instinto al cambiar el modelo de negocio del alquiler físico al streaming digital, anticipándose a una transformación que aún no era visible en los datos.
Anne Wojcicki, cofundadora de 23andMe, intuía que el acceso a la información genética cambiaría la medicina personalizada, mucho antes de que el mercado de healthtech estuviera consolidado.
Daniel Ek, al lanzar Spotify, percibió una oportunidad para desafiar el modelo de propiedad musical, apostando por el streaming en una época donde la industria aún se aferraba al soporte físico.
La intuición, entendida como una forma avanzada de reconocer patrones, anticipar escenarios y captar señales sutiles antes de que los datos lo confirmen, ha sido el motor silencioso de muchas de las transformaciones más profundas e innovadoras de nuestro tiempo.
Desde el punto de vista de la neurociencia, la intuición no es magia: es un fenómeno biológico real. Nuestro cerebro no solo procesa información de manera lógica y consciente. También existe un circuito profundo, rápido y automático que integra experiencias pasadas, emociones y contextos en fracciones de segundo.
Esta capacidad hunde sus raíces en millones de años de evolución. Mucho antes del lenguaje o el razonamiento analítico, los primeros Homo sapiens dependían de sistemas de alerta emocional y perceptiva para sobrevivir.
La intuición evolucionó como un mecanismo adaptativo ultrarrápido, permitiendo anticipar amenazas o detectar oportunidades sin necesidad de análisis consciente. A nivel cerebral, se origina principalmente en el sistema límbico —sobre todo en la amígdala, que procesa el miedo— y en la corteza prefrontal ventromedial, donde se integran emociones, memorias y decisiones rápidas. Cuando hoy sentimos una "corazonada", estamos activando estos mismos circuitos ancestrales.
Estudios recientes muestran que, en contextos de alta complejidad, las decisiones intuitivas tomadas por expertos son más rápidas y, a menudo, más acertadas que aquellas basadas exclusivamente en análisis racionales. La intuición experta no es adivinación: es el resultado de haber codificado profundamente miles de patrones a lo largo de la experiencia vital.
La diferencia entre la intuición humana y la inteligencia artificial es profunda. Mientras los sistemas de IA correlacionan datos, los humanos encarnamos vivencias. Las máquinas no sienten emociones, no perciben matices sensoriales, no integran memorias corporales.
Como afirma el neurocientífico Antonio Damasio, "no somos máquinas pensantes que sienten; somos máquinas que sienten, capaces de pensar." La intuición humana es un lenguaje entre cuerpo, emoción, memoria y entorno que ninguna IA puede replicar.
En el mundo empresarial actual, esta capacidad es más relevante que nunca. En estrategia, la intuición permite detectar oportunidades de mercado antes de que sean visibles. En liderazgo, ayuda a leer equipos y construir confianza en situaciones inciertas.
En operaciones, permite ajustar decisiones rápidamente cuando los algoritmos fallan. En creatividad, abre rutas inéditas. Y en gestión de personas, permite ver el potencial humano más allá de un currículum.
Además, en un mundo donde el cambio es constante, la intuición no solo seguirá siendo importante: será una competencia crítica. Según el Future of Jobs Report 2025 del World Economic Forum, las habilidades que definirán el liderazgo del futuro —pensamiento analítico, resiliencia, aprendizaje continuo y creatividad— están íntimamente ligadas a mecanismos intuitivos.
Y la mejor noticia: la intuición se puede entrenar. Investigaciones de expertos como Gary Klein han demostrado que el cerebro puede perfeccionar su sensibilidad intuitiva mediante práctica consciente, reflexión sobre patrones, exposición a escenarios ambiguos y la combinación de razón y emoción. Igual que la creatividad o la innovación, la intuición es un músculo evolutivo que puede fortalecerse si se ejercita de manera adecuada.
Según un informe del McKinsey Global Institute, para 2030 más de 375 millones de trabajadores en todo el mundo —alrededor del 14% de la fuerza laboral global— necesitarán cambiar de ocupación o adquirir habilidades completamente nuevas debido a la automatización y la inteligencia artificial. De manera complementaria, el Boston Consulting Group destaca que los empleos más resilientes serán aquellos que combinen capacidad analítica, adaptabilidad emocional e intuición estratégica.
En este entorno de reconversión masiva, la intuición se consolidará como un activo esencial para anticipar cambios, detectar oportunidades invisibles y liderar en escenarios de incertidumbre extrema.
En este escenario, voces de referencia global advierten sobre el papel crucial que jugarán las capacidades humanas profundas. Yuval Noah Harari, historiador y autor de Sapiens, señala que "en el siglo XXI, quienes no sepan reinventarse constantemente quedarán obsoletos, no frente a otros humanos, sino frente a algoritmos."
En la misma línea, Satya Nadella, CEO de Microsoft, insiste en que "la verdadera ventaja competitiva será combinar la tecnología con lo que nos hace humanos: empatía, creatividad y juicio ético," recordando que las máquinas procesan datos, pero carecen de propósito.
Sundar Pichai, CEO de Google, ha afirmado recientemente que "la inteligencia artificial será más transformadora que la electricidad o el fuego, pero su impacto dependerá de nuestra capacidad para guiarla con valores humanos."
En un mundo donde los algoritmos aprenden más rápido que nosotros, nuestra ventaja irreemplazable será intuir, imaginar, conectar y liderar con sentido. La paradoja moderna es clara: cuanta más tecnología tenemos, más necesitamos cualidades profundamente humanas. La intuición no es un lujo, sino una ventaja evolutiva que nos permitirá liderar con sentido en la era digital.
***Paco Bree es profesor de Deusto Business School, Advantere School of Management y asesor de Innsomnia Business Accelerator.