Fotomontaje de Donald Trump, presidente de EEUU, y el mapa de EEUU.

Fotomontaje de Donald Trump, presidente de EEUU, y el mapa de EEUU. Invertia

Opinión

Tarifas y competencia sin refugio con Donald Trump

José Parejo
Publicada

Geopolítica implica "competición", y las grandes empresas internacionales siempre han librado sus batallas más importantes bajo el amparo indirecto, y a veces explícito, de sus Estados. La discreción ha sido clave. Las normas del libre comercio siempre han sido el marco formal, pero la competencia real se libraba a través de ventajas asimétricas que incluía acceso privilegiado a información, a capital, protección regulatoria, diplomacia económica y subsidios ocultos. Lo que ahora cambia con Trump no es la existencia de esa lógica, sino su exposición.

El segundo mandato de Trump no es un evento repentino. Representa el desenlace natural de transformaciones acumuladas durante más de cuatro décadas. Desde los años 80, las democracias occidentales han ido mutando, pasando del ciudadano al consumidor, de la representación al rendimiento y de la política a la gestión.

Se estancaron las clases medias y se abandonó la renovación simbólica que requiere la democracia. La legitimidad se sostuvo en procedimientos, no en vínculos. El resultado es una ciudadanía desconectada de las instituciones, y una reacción emocional que ha dado forma a nuevos liderazgos --Trump, Le Pen, Meloni, Wilders-- que no rompen el sistema, sino que prosperan en su vacío.

La realidad es que la globalización nunca fue neutral

Por otro lado, la esfera digital reconfiguró el imaginario colectivo. La verdad se volvió relativa, la autoridad se fragmentó y la emoción reemplazó al análisis. La viralidad es más importante que la verdad y en ese entorno, los algoritmos no informan, movilizan. La política dejó de ser un espacio de visión para convertirse en una secuencia de reacciones. Y en esa atmósfera, figuras como Trump no son anomalías, sino adaptaciones funcionales.

Con la reciente imposición de tarifas generalizadas por parte de Estados Unidos, se consolida un principio geopolítico fundamental: el de que la economía no puede ser tratada como un espacio técnico, aislado, sino como una expresión abierta de rivalidad estratégica. La gran diferencia ahora es que no son solo las empresas las que compiten, sino que los propios Estados entran en un juego que les resulta sorprendente e incómodo; sin red ni refugio.

Las cadenas globales de valor convirtieron a las economías en nodos interdependientes, pero también vulnerables, propiciando un terreno fértil para la coerción estratégica. Las reglas multilaterales siempre han estado carentes de poder efectivo, y los actores con capacidades geoeconómicas como los Estados Unidos, China, Rusia, o la UE, siempre usaron su peso comercial como herramienta política.

La Unión Europea, como convicción económica, pero sin conciencia geopolítica, ha estado condicionando mercados enteros con normas extraterritoriales, como el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) hasta la Ley de Servicios Digitales, afectando de facto a empresas y gobiernos fuera de las fronteras del bloque.

Francia desarrolla desde hace años una Escuela de Guerra Económica, donde se entrena a élites para operar en un entorno donde el comercio no es cooperación, sino teatro de influencia

Hemos impuesto multas por miles de millones de euros a gigantes tecnológicos estadounidenses, se ha exigido cláusulas regulatorias a países enteros en sus tratados de libre comercio, y se han utilizado certificaciones y estándares técnicos como barreras de acceso eficaces al mercado europeo. Todo esto genera efectos coercitivos reales, aunque aspiren a ser instrumentos de gobernanza y valores.

La Ley de Ajuste en Frontera por Carbono de la UE (CBAM) es otro ejemplo clave de cómo la Unión Europea ejerce poder económico real, imponiendo costes regulatorios extraterritoriales, con impacto coercitivo de facto, aunque internamente se justifique como una medida ambiental legítima.

¿Hay una componente ética y moral en su diseño? Si, pero los estados compiten desde el comienzo de los tiempos. La gran diferencia es que mientras la UE enmarca estas acciones en principios y legitimidad, EEUU lo expone como herramienta de interés nacional puro y sin máscaras.

Obviamente este cambio de paradigma no sorprende a las grandes compañías transnacionales. Ellas han vivido durante años las consecuencias de esta guerra silenciosa. Han negociado acceso a mercados bajo presión diplomática. Han soportado sanciones cruzadas, cambios normativos abruptos, o bloqueos regulatorios disfrazados de estándares técnicos. Han adaptado su producción a entornos jurídicos contradictorios y han sido utilizadas –- con su aquiescencia o sin ella-- como instrumentos de política exterior. La realidad es que la globalización nunca fue neutral.

La esfera digital reconfiguró el imaginario colectivo. La verdad se volvió relativa, la autoridad se fragmentó y la emoción reemplazó al análisis

Y si pensamos que todo esto es nuevo, podemos ver cómo la geopolítica nos muestra que la historia nunca fue neutral en lo económico. Roma estranguló a Cartago cerrándole rutas comerciales; Venecia impuso tributos y embargos a sus rivales asiáticos; la OPEP paralizó a Occidente en 1973; el Reino Unido controló Suez para asfixiar intereses franceses y otomanos.

Hoy, EEUU aplica la misma lógica contra China en el Indo-Pacífico: mejor una guerra económica sostenida que una confrontación militar directa. Lo que sí es nuevo en este siglo, es que los estados occidentales comiencen ahora a padecer esa misma lógica en abierto.

Así, cuando un gobierno europeo ve que una decisión fiscal interna provoca represalias comerciales, o cuando una medida ambiental genera aranceles cruzados, descubren que su soberanía económica ya no depende solo de su legislación, sino del margen que le otorgan otras potencias para ejercerla sin coste.

En este entorno, los Estados que no hayan entendido que la economía es un teatro de competencia geopolítica, y no una promesa de convergencia técnica, serán desbordados. No sólo por las tarifas, sino por el desfase entre su diagnóstico y la realidad.

¿Cuántos Estados están preparados para competir como lo han hecho siempre sus empresas banderas, bajo presión, en desventaja, y sin certezas?

Los Estados con verdadera conciencia de sí mismos, con cultura estratégica y sentido de Estado, han comprendido siempre que la economía es una dimensión más de la competencia internacional. Por eso Francia desarrolla desde hace años una Escuela de Guerra Económica, donde se entrena a élites para operar en un entorno donde el comercio no es cooperación, sino teatro de influencia.

Allí se enseña una máxima que sintetiza esta lógica con precisión brutal: entre naciones, incluso aliadas, la amistad termina donde comienza la competencia económica. Entender esto no es cinismo, sino realismo. Y quienes no lo asumen, terminan pagando el precio de su ingenuidad con desventaja estructural.

Por tanto, la gran pregunta no es cuánto durarán estas medidas, ni cuántos puntos de PIB afectarán. La verdadera cuestión es esta: ¿cuántos Estados están preparados para competir como lo han hecho siempre sus empresas banderas, bajo presión, en desventaja, y sin certezas?

Esa es la frontera real de esta nueva etapa. Y no todos llegarán con el mismo margen de maniobra.

*** José Parejo es socio fundador de José Parejo & Asociados, firma boutique de análisis geopolítico e inteligencia estratégica.

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