
Bandera de Canadá
Canadá atraviesa un momento decisivo en su historia reciente. En las últimas elecciones federales, el Partido Liberal, bajo el liderazgo del economista Mark Carney, obtuvo 168 escaños, quedando a tan solo cuatro de alcanzar la mayoría absoluta. El resultado sorprendió a muchos analistas, ya que los sondeos previos pronosticaban una victoria más sólida para los conservadores de Pierre Poilievre. Esta elección ha reconfigurado el panorama político canadiense y podría marcar un punto de inflexión en su estrategia económica y diplomática.
Uno de los temas que más influyó en la campaña fue la tensión creciente con Estados Unidos. La reintroducción de aranceles del 25% por parte de la administración Trump a productos canadienses clave, como el acero, el aluminio y algunos bienes agrícolas, fue percibida como un ataque directo a la economía del país.
Estas políticas proteccionistas, además de dañar las exportaciones canadienses, generaron un fuerte rechazo popular que terminó beneficiando a Carney. Su mensaje fue claro: Canadá necesita defender su soberanía económica y diversificar sus relaciones comerciales para no depender tanto del vecino del sur.
En respuesta, el nuevo gobierno canadiense ha impuesto aranceles recíprocos, incluyendo un 25% a ciertos modelos de automóviles fabricados en EEUU, una medida que ha generado tensiones adicionales, pero que también ha sido aplaudida internamente por su firmeza. Además, el Ejecutivo ha anunciado una ofensiva diplomática para reforzar su relación con la Unión Europea, revitalizando el Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA), que permite el acceso preferencial de productos canadienses al mercado europeo. Este giro estratégico podría abrir nuevas oportunidades para el comercio y la inversión, en un momento en que el orden económico global se encuentra en plena transformación.
En el frente doméstico, Canadá enfrenta desafíos económicos relevantes. La inflación sigue presionando el poder adquisitivo de los ciudadanos, el coste de la vivienda ha alcanzado niveles récord, especialmente en grandes ciudades como Toronto y Vancouver, y la productividad del país muestra signos de estancamiento. A esto se suma la necesidad urgente de una transición energética efectiva, dado que una parte importante del PIB aún depende de la industria extractiva. Todo ello conforma un panorama complejo que exigirá políticas audaces y una visión estratégica a largo plazo.
La inflación sigue presionando el poder adquisitivo de los ciudadanos, el coste de la vivienda ha alcanzado niveles récord, especialmente en grandes ciudades como Toronto y Vancouver
Aquí es donde la figura de Carney cobra especial relevancia. Su perfil técnico, forjado en organismos internacionales como el Banco de Canadá, el Banco de Inglaterra y como enviado especial de la ONU para el clima y las finanzas, le otorga una perspectiva global y una capacidad de gestión contrastada.
No es un político tradicional, sino un tecnócrata con experiencia directa en la gestión de algunas de las crisis más profundas de las últimas décadas, incluida la gran recesión de 2008 y las turbulencias generadas por el Brexit. Su liderazgo podría ser clave para equilibrar las cuentas públicas, atraer inversión extranjera y garantizar estabilidad en un entorno de elevada incertidumbre.
En definitiva, Canadá se encuentra ante una etapa de redefinición geopolítica y económica. El nuevo gobierno no solo deberá gestionar los retos internos, sino también posicionar al país en un mundo más polarizado y proteccionista. La combinación de experiencia técnica, pragmatismo y visión internacional que ofrece Carney podría marcar la diferencia entre una década de estancamiento o una de transformación profunda.
*** Pablo Gil es economista y analista de mercados.