
Tres tanques. Europa Press
Andreu Mas Colell, uno de los académicos que más ha influido en la configuración del conjunto de ideas esenciales que da forma a la visión del orden económico que, con independencia del partido político al que sirvan, comparte la élite tecnocrática encargada de diseñar en cada momento la política económica de España, acaba de exponer en las páginas de La Vanguardia la tesis de que aumentar el número de cañones constituye un objetivo totalmente compatible con no reducir ni tan siquiera en un gramo la producción de mantequilla.
Premisa teórica, esa suya, que avalaría el carácter neutro e inocuo del inminente incremento del gasto militar desde la perspectiva del mantenimiento de los actuales estándares cuantitativos y cualitativos de los servicios públicos propios del Estado del Bienestar en Europa. Y, tratándose de una afirmación que realiza alguien cuyo nombre ha figurado más de una vez en las quinielas para recibir el Premio Nobel de Economía, resultaría en extremo osado e impertinente ignorarla de entrada, sin ni siquiera hurgar en el fundamento intelectual sobre el que se asienta. Un fundamento, por lo demás, simple.
Y es que Mas Colell defiende la pertinencia de su aserto con el postulado obvio de que, siempre que crezca la economía, lo que equivale a decir que se amplíe año tras año la frontera de posibilidades de producción de la sociedad, nada impide fabricar más cañones y también elaborar raciones adicionales de mantequilla al mismo tiempo. Para ilustrarlo con números, el profesor Colell apela al caso concreto de España.
Así, recuerda en su escrito que el presidente Sánchez se ha comprometido ante la Comisión Europea y el alto mando de la OTAN a, ya durante este 2025, incrementar en 10.471 millones de euros el gasto militar con relación al de 2024. Más cañones, pues. ¿Y menos mantequilla?
Según Colell, no. Porque - reproduzco su hilo argumental- el Estado absorbe aproximadamente un tercio del PIB en impuestos. De ahí que cumplir un requerimiento externo ineludible ( renunciar a la soberanía nacional tiene sus costes) que implique destinar un 1% adicional del PIB a armas sería compatible con, al mismo tiempo, incrementar en otro 2% del PIB la inversión en nuevas prestaciones sanitarias y otros servicios públicos. Al cabo -concluye-, ese doble objetivo gubernamental se podría consumar en apenas cinco años sólo a condición de que la economía mantuviese una tasa de crecimiento anual del 2%, un ritmo bastante razonable y, en consecuencia, factible.
Si Alemania incrementa la producción de armas, su economía podrá crecer a consecuencia de ello. Y la razón es que alguien comprará esas armas una vez fabricadas
No habría, en fin, demasiado problema para afrontar el nuevo escenario geoestratégico y militar del continente desde el punto de vista de las finanzas públicas españolas. El problema de esa tranquilizadora doctrina, sin embargo, es que incurre en una falacia de composición, primero, y en un olvido numérico fundamental, después. Vayamos con la falacia.
Tras el razonamiento del profesor Colell, por lo demás de una impecable consistencia lógica, late la premisa no explicitada de que, para lograr que la economía crezca y se expanda, da exactamente igual producir cañones o mantequilla. Algo que, en efecto, es cierto. Pero que solo es cierto si esa disyuntiva afecta a un único país o a un grupo reducido de países.
Si Alemania incrementa la producción de armas, su economía podrá crecer a consecuencia de ello. Y la razón es que alguien comprará esas armas una vez fabricadas. Y si igualmente lo hacen Francia y el Reino Unido sucederá lo mismo, también por idéntica causa. Pero ocurre que la Unión Europea está formada por veintisiete países, no por sólo dos o tres.
Y si esos veintisiete países se ponen a intensificar de forma simultánea sus respectivas producciones nacionales de armamento, ¿de dónde van a salir los compradores de todo el nuevo material bélico? No podrán ser europeos, puesto que si cada Estado de la Unión comienza a fabricar más armas, no semeja muy verosímil que también cada Estado de la Unión vaya a comprar otras armas añadidas a los veintiseis restantes.
Pero, si los posibles clientes no pueden ser otros europeos, ¿quién entonces? Si descartamos a los países subdesarrollados, que no andan para tales dispendios, solo nos quedan tres clientes potenciales: China, la Federación Rusa y Estados Unidos. Y puesto que a los dos primeros procede descartarlos por razones evidentes, únicamente nos restaría el Gobierno de Donald Trump como destinatario potencial de ese enorme stock. Pero ahí es donde entra en escena el olvido crítico en el argumentario del profesor Colell. Porque el gran interés estratégico de Estados Unidos por las armas pasa en exclusiva por vender las suyas a terceros, no por adquirir las que fabriquen otros.
La Comisión Europea haya concedido destinar a importaciones de material bélico extracomunitario nada menos que un 40% de los 800.000 millones de euros presupuestados para el programa común de rearme urgente
Y de ahí que, en el contexto de la actual crisis arancelaria mundial provocada por la Casa Blanca, la Comisión Europea haya concedido destinar a importaciones de material bélico extracomunitario nada menos que un 40% de los 800.000 millones de euros presupuestados para el programa común de rearme urgente. Y como resulta obvio que esa suma no se destinará a compras en la Federación Rusa o en China, cabe inferir que será Estados Unidos quien transforme en pedidos para su propia industria militar doméstica ese notable volumen de recursos comunitarios.
Más mantequilla, más cañones y más crecimiento económico, todo a la vez, podrán resultar factibles por esa vía, la de las importaciones masivas de equipamiento militar por parte de Europa, al otro lado del Atlántico. Pero solo al otro lado del Atlántico. Salvo, claro, que el incremento simultáneo del presupuesto de Defensa en el que se disponen a incurrir los veintisiete socios se traduzca en una distribución asimétrica de su destino final; esto es, que una pequeña parte de los veintisiete se encargue en exclusiva de la producción armamentística, quizá con Alemania y Francia a la cabeza, mientras que el grueso de los demás se limite a adquirirla para consumo de sus respectivas fuerzas armadas. Si ocurre así, para los primeros habrá mantequilla; para el resto, no. Keynesianismo bastardo se llama esa política.
*** José García Domínguez es economista.