El último ataque terrorista perpetrado en la región india de Cachemira, conocida por sus tensiones identitarias y los dolores de cabeza que provoca en Nueva Dehli, cierra el largo periodo de paz y estabilidad celebrado por el mandatario Narendra Modi. El martes, en el valle de Baisaran, un grupo armado abrió fuego contra un millar de turistas, matando a 28 personas —25 de nacionalidad india y una nepalí— y dejando más de una docena de heridos, en lo que se ha convertido en el ataque más letal contra civiles en India desde los atentados de Bombai en 2008.
Las escenas fueron escalofriantes. Turistas escondiéndose tras los árboles, huyendo en estampida, tendidos sin vida en el suelo. Todo en un refudio entre montañas que, sólo en 2023, atrajo más de tres millones de visitantes. Al trauma para los familiares se suma, ya, la tragedia económica para una región que depende de los ingresos del turismo.
La autoría del atentado fue reivindicada por un grupo poco conocido, denominado Kashmir Resistance. Acusan al Gobierno indio de alterar la demografía local con la llegada de foráneos y con su concesión masiva de derechos de residencia. Las autoridades indias, por su parte, vinculan esta organización con grupos islamistas establecidos en Pakistán. Véanse Lashkar-e-Taiba o Hizbul Mujahideen.
Islamabad ha negado reiteradamente cualquier implicación, alegando que únicamente brinda apoyo político y diplomático a la causa independentista cachemir. Pero Modi duda de su palabra. Ha cerrado puntos de paso con Pakistán y exigirá un visado especial a sus vecinos para entrar en India.
El primer ministro, que en 2019 revocó el estatus especial de la región —de mayoría musulmana— mediante la eliminación del artículo 370 de la Constitución, regresó de forma urgente a Nueva Delhi tras suspender una visita oficial en Arabia Saudí. Desde el mismo aeropuerto mantuvo una reunión con los altos mandos de seguridad y prometió represalias. “Los culpables serán castigados", escribió en la red social X —antes Twitter—, "no serán perdonados”.
Su reacción, en este sentido, fue inmediata. Ordenó un despliegue de fuerzas de seguridad para tomar la zona de Baisaran, y el interrogatorio de cualquier sospechoso de tener vínculos con los grupos insurgentes. Las autoridades también difundieron bocetos de los atacantes: cuatro hombres vestidos con kurta y shalwar, uno de los cuales cargado con una cámara corporal para registrar la matanza.
La conmoción se extendió a todo el valle. Varias organizaciones locales convocaron el cierre de las escuelas y protestas en las calles con lemas como “No matéis inocentes” o “Los turistas son nuestra vida”. La expresidenta regional Mehbooba Mufti, conmovida, declaró que “Cachemira está avergonzada". Pero el atentado no solo sacude el tejido social y económico de la región. También las aspiraciones políticas de Modi. El auge del turismo era uno de los argumentos centrales con los que defendía su controvertida reforma constitucional. En enero el primer ministro habló de Cachemira como "el paraíso recuperado". Ahora, aerolíneas y agencias de viaje confirman que las cancelaciones son masivas.
Los hoteles están vacíos. "Nuestros 30 coches están parados desde esa misma mañana", lamenta Shakir Ahmed, responsable de una asociación de taxistas en Pahalgam, a preguntas de Reuters. "El verano es nuestra temporada alta, pero este año no habrá nada que celebrar: sin turistas, no somos nada".
La crisis, por otra parte, revive el temor a una nueva escalada con Pakistán. Las dos potencias nucleares se han enfrentado en tres guerras desde 1947, dos de ellas directamente relacionadas con la disputa territorial por Cachemira. Ambos la reclaman en su totalidad. Una línea de alto el fuego delimitada por la ONU —la Línea de Control— divide actualmente el territorio. De esta guisa, la población cachemir, profundamente resentida por décadas de disputas y exclusión, se enfrenta ahora a un nuevo dilema. El turismo promovido por Modi lleva dinero a sus casas. Lo que garantiza, todavía, es paz y estabilidad.