El stand del índice Nasdaq en Times Square, Nueva York

El stand del índice Nasdaq en Times Square, Nueva York EP

Mercados BLUE MONDAYS

La insólita normalidad del caos

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A veces los mercados no responden a los hechos, sino a la interpretación colectiva de su relevancia. El 2 de abril, el presidente Trump impuso aranceles generalizados a las importaciones en lo que denominó el “Día de la Liberación”, y, sin embargo, lo que parecía un terremoto apenas dejó grietas.

Casi un mes después sorprende descubrir que no fue el anuncio en sí lo que desconcertó a los inversores, sino la brevedad del pánico que le siguió. Hubo un lunes negro, sí, con caídas bruscas en los índices y un repunte violento del VIX. Pero como si la memoria del mercado hubiese sido amputada quirúrgicamente, en cuestión de unas semanas los activos de riesgo han recuperado casi todo lo perdido.

Para algunos, la reacción puede ser un ejemplo de resiliencia; para otros, de cinismo. Pero la cuestión esencial es otra: ¿cómo puede el mismo mercado que se estremece ante el riesgo geopolítico, la ralentización del crecimiento global y la política monetaria errática, digerir sin apenas indigestión una sacudida arancelaria de tal calibre? ¿Qué cambió: el hecho o la forma de procesarlo?

El lunes 7 de abril, cuando las ventas barrieron el Nasdaq y el VIX cruzó los 24 puntos, la narrativa parecía inevitable. Economistas y analistas desempolvaron el vocabulario de los cisnes negros y evocaron a Nassim Taleb con convicción: lo imprevisible se había colado en el sistema. Pero esta vez, el cisne no tenía alas. Porque mientras el relato apocalíptico se escribía en tiempo real, los flujos de capital comenzaron a girar. Donde algunos vieron ruptura, otros vieron oportunidad.

Ese contraste es, quizás, la mejor metáfora del mercado moderno: reacciona como si creyera, pero actúa como si supiera. Los gestores no ignoraron los aranceles; simplemente no creyeron que fuesen el principio del fin. Porque si algo ha enseñado la presidencia de Trump es que su política exterior —y económica— responde menos a una doctrina que a un patrón: anunciar lo extremo, aplicar lo negociable. El caos es parte del lenguaje, no de la estrategia.

La mejor metáfora del mercado moderno: reacciona como si creyera, pero actúa como si supiera

La renta variable reacciona siempre con velocidad inusitada ya que lo que parecía un punto de inflexión se convirtió en un bache. El mercado, en suma, no solo absorbió el golpe: lo racionalizó en tiempo récord.

Todo esto nos lleva a un terreno más resbaladizo, pero igualmente decisivo: la psicología del inversor. Como ha descrito Michael Mauboussin, los movimientos de precios no siempre reflejan los fundamentales, sino las interpretaciones colectivas de lo que los fundamentales podrían llegar a significar.

Y en este caso, la interpretación dominante es clara: la magnitud del titular no se correspondía con una alteración estructural del modelo económico. La narrativa sonaba fuerte, pero el modelo no cambiaba. Y eso, para el inversor profesional, es suficiente para recomprar.

El resultado es una paradoja que ya no sorprende: las caídas son compradas, no evitadas. El miedo genera liquidez, no retirada. Y la volatilidad, más que amenaza, actúa como prima. Esa es, tal vez, la gran transformación del mercado en esta década: se ha vuelto emocionalmente distante, pero tácticamente hiperactivo. Se conmueve con los titulares, pero no se compromete con ellos.

Pero hay un dato más, quizás el más revelador de todos. Hasta el 7 de abril, el diferencial de rentabilidad entre la renta variable estadounidense y la europea era inusualmente extremo a la vista de lo acontecido en este siglo. En su punto más bajo del año, el S&P 500 acumulaba un diferencial negativo con el Euro Stoxx 50 de casi 13 puntos porcentuales.

Hasta el 7 de abril, el diferencial de rentabilidad entre la renta variable estadounidense y la europea era inusualmente extremo a la vista de lo acontecido en este siglo

Sin embargo, desde aquel lunes negro, esa brecha no solo no se ha ampliado, sino que se ha revertido, si bien todavía está en contra del equipo americano. Es decir, la narrativa de caos no debilitó a Wall Street; lo reforzó. Quizás este es este el momento de apostar por el equity estadounidense precisamente por su capacidad de absorber mejor los golpes que ningún otro mercado.

La respuesta, como siempre, no está en los titulares, sino en la forma en que los inversores los interpretan. Y si algo nos ha enseñado abril es que, en este ciclo, los mercados no se protegen del caos: lo compran.

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