
El barquillero Julián Cañas en el Mercado de San Isidro, donde ha estado esta semana vendiendo sus barquillos. El Español
El último barquillero de Madrid que lleva desde los 12 años vestido de chulapo: "Es duro. Te quemas las manos cada día"
Julián Cañas cumple 45 años en este oficio tan castizo a punto de desaparecer. Lo podrás encontrar vendiendo barquillos esta semana de San Isidro.
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En el Madrid más castizo era habitual encontrar a niños vendiendo barquillos por las calles, una estampa imposible de mantener hoy en día. Manteniendo viva esta tradición que está a punto de desaparecer, se encuentra Julián Cañas, el último barquillero de la capital.
Es la cuarta generación de los únicos barquilleros de la ciudad y bajo el nombre de su padre: Hijos de Félix Cañas Sacristán, mantiene la herencia familiar más de un siglo después. Fue su bisabuelo el que empezó con el oficio. "Es cosa de padres a hijos. Empezó Antonio, que era panadero. Cogía harina y azúcar de la panadería y hacía barquillos", cuenta a Madrid Total.
En el obrador familiar de Tirso de Molina, este "madrileño de pura cepa" empezó con 12 años a trabajar con su padre, que le enseñó todo el secreto de la artesanía del cubanito, parisien, oblea (galleta), corto y cono. Ahora, 45 años después, sigue produciendo uno a uno los barquillos, para después salir a venderlos recién hechos, vestido de chulapo.

Julián junto a un grupo de chulapos, vendiendo barquillos en el Mercado de San Isidro. El Español
"Soy el único barquillero. Mi padre ya estaba solo. No hay nadie en Madrid que los haga como antiguamente, uno a uno, y luego salir a la calle a venderlos vestido de chulapo. Sólo yo", asegura Julián, que añade que es un trabajo duro: "Tienes que quemarte las manos cada día al echar la masa a la plancha uno a uno y luego a salir a la calle, a ver si se venden, que nunca se sabe".
Elabora unos 300 barquillos al día, aunque "cada día menos, porque cada vez me cuesta más", afirma Julián, a sus 57 años. Con un abanico de cuatro trajes de chulapo diferentes, sale a vender sus barquillos, "durante todo el año, al pie del cañón", a sitios típicos y castizos como: cada domingo en El Rastro (junto a la plaza de Cascorro), el Retiro, la Catedral de la Almudena, el Palacio Real, el Palacio de Oriente, y en las fiestas típicas de Madrid (San Isidro, la Paloma, San Cayetano...).

Julián Cañas en el Mercado de San Isidro. El Español
Estos días, lo encontrarás celebrando San Isidro en mercados municipales y otros puntos de la ciudad. Sin ir más lejos, este jueves lo podrás encontrar en la plaza de Chamberí y la Plaza Mayor, y el viernes en un evento en Torrelodones y el domingo en El Rastro y la Plaza Mayor.
"Es mucho trabajo. Cada fin de semana vendemos los productos artesanos que hemos ido haciendo durante la semana y los recién hechos". Y lo hace vendiéndolos en unidades de cinco, a elegir de galleta o parisien, normales o con chocolate. El precio del paquete normal es de 5 euros.

Julián entregando uno de sus barquillos. El Español
Julián recuerda cuando era un niño y salía a vender. "Había unos cuantos barquilleros, aunque ya no muchos. Pero antiguamente había uno en cualquier sitio, en cada parque, al salir del colegio... Había obradores de Madrid que daban de trabajar a la gente que le hacía falta: a los chiquillos y gente que se buscaba la vida, les daban barquillos para que los vendieran", recuerda Julián.
En su pequeño obrador de Tirso de Molina, en el que empezó su abuelo, continúa Julián elaborando barquillos de la misma forma artesanal. "Lo único que cambia es la plancha, que antes era de hierro fundido y hoy en día son de aluminio, pero todo lo demás es igual. La cantidad de harina, de azúcar, ...".
El barquillero recuerda que es una tradición castiza "de toda la vida", que especialmente se veía en las verbenas, como San Isidro. Los pequeños iban con una pelota, grande o pequeña, dependiendo de la época.
En una ruleta había una escala del uno al 20, en el número que cayera la pelota, se llevaban esa cantidad de barquillos. Había cuatro tornillos en la barquillera, en los que si caías, lo perdías todo. "Los niños eran muy buenos porque jugaban mucho. Casi nunca sacaban clavos. Eran profesionales de jugar a los barquillos", explica el madrileño.

El barquillero rodeado de chulapos. El Español
Por fortuna, el hijo pequeño del último barquillero de Madrid está mano a mano con él para heredar este castizo trabajo que se perderá cuando la familia Hijos de Félix Cañas Sacristán deje este duro oficio.