
Retrato de la novelista.
Carmen Posadas, Premio Maga de Magas: "La gente se dice las cosas más atroces en aras de la autenticidad"
El galardón concedido a la hispanouruguaya premia su elegante maestría narrativa, fruto de años de trabajo, lecturas y pasión por la literatura.
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Carmen Posadas (Montevideo, 1953) recibió de manos de Blanca Berasategui el Premio Maga de Magas a la mejor novelista por su capacidad para construir universos narrativos con mirada aguda y estilo propio.
Pero es que en Carmen Posadas hay pocas cosas comunes. Primero, la andadura como hija de diplomáticos a la que “sus padres arrastraron por el mundo”, según sus palabras. Buenos Aires, el Moscú soviético, Londres… A Madrid llegó con 12 años.
Escribir fue otra aventura. Tenía que superar el miedo y el síndrome del impostor que “nos atenaza”, porque no había ido a la universidad. Pero lo había leído casi todo. En inglés, francés y español.
Sus padres pertenecían a dos familias que se detestaban, como Montescos y Capuletos, cuenta Carmen en otra de sus pintorescas historias. “Los Posadas eran completamente anglófilos y los Mañé francófilos. Mi madre, que era muy inteligente, intuyendo que nos iban a educar a la inglesa, nos habló en francés desde que nacimos".

Carmen Posadas, en su biblioteca.
A los 30 años entró en crisis. No había hecho nada significativo. “Carmencita —se dijo—, ¿quieres ser el resto de tu vida la esposa ideal y madre perfecta que hace las tartas de manzana más deliciosas?” Y se puso muy en serio a escribir. Pasó de la literatura infantil al ensayo, novela y artículo de opinión.
Elvira Lindo, anterior Maga de Novela, celebra que este año haya recaído en Carmen: “Lleva muchos años escribiendo, trabajando y dedicándose con pasión a la literatura”.
Con todo, el obstáculo más difícil de superar fue lograr el aprecio de su padre. Lector empedernido, había aprendido ruso y griego para poder leer respectivamente a Tolstói y Homero. Guardaba silencio cuando ella le enviaba sus libros.
Por fin, un día, estando Carmen en su casa, oyó cómo entraba un fax muy largo. Era una carta de su padre comentando su segunda novela. “Después, he tenido críticas del New York Times, del Washington Post, lo que sea, pero nada como eso”, recuerda.
La escritora no ha perdido el suave acento uruguayo, aunque dice que en Uruguay la llaman gallega. Etérea, encantadora, inaprensible, habla medio en serio medio en broma, se ríe de sí misma, juega. Lo que diferencia su sentido del humor del británico es la calidez latina.
Su casa es el refugio de una persona solitaria: cuadros, objetos, libros y fotos de personas queridas. A veces se pregunta “¿Qué hago yo a mis 72 años en un tren, camino de un sitio remoto?”. Se ha dado cuenta de que lo que le gusta es estar en movimiento, “da igual si es hacia Sudáfrica o Cuenca”. Eso y leer.
Su última novela, El misterioso caso del impostor del Titanic (Espasa, 2024), empieza con un moscardón. Su segunda se titula Cinco moscas azules (Planeta, 2006), y Pequeñas infamias (Planeta, 1998), que ganó el premio Planeta, también comienza con una mosca. ¿Tiene alguna fobia o filia a los dípteros?
Qué curioso, nunca me había dado cuenta, pero es verdad. Se ve que sale el inconsciente, porque las detesto.
En la obra de un escritor siempre hay unos temas recurrentes. En El misterioso caso del impostor del Titanic (Espasa, 2024) escribe: “El precio de salirse del camino que marcan la moral y las buenas costumbres se acaba pagando”. ¿Cómo lo ha pagado usted?
Hay una canción de Lou Reed, Walk On the Wild Side, sobre quienes caminan por el lado salvaje. Es muy atractivo salirse del caminito donde están todas las ovejas que se mueven muy ordenadas, pero eso tiene un precio muy alto. Toda mi vida he sido una tentativa de salirme del carril, pero sin desentonar mucho de la manada, porque eso no te lo perdonan.
Otra constante en su obra son las primeras impresiones y las apariencias. Su colección de relatos se titula Nada es lo que parece (Alfaguara, 1997).
Yo creo mucho en las primeras impresiones, porque es cuando se produce una química entre las personas. Más adelante, esa química tiene interferencias de otras cosas, ya sea porque alguien te cae bien, es amigo de no sé quién o lo conociste en un momento.
Pero ese primer fogonazo, casi como dos animales que se reconocen, es muy certero. Me ha ocurrido, por ejemplo, conocer personas por las que, al principio, sentía cierto rechazo, luego he rectificado: “Pues es encantador y fíjate qué simpático, me ha mandado unas flores”… y al final te das cuenta de que aquella primera impresión era la correcta.

La novelista uruguaya afincada en España es Premio Maga de Magas 2025.
La realidad supera la ficción. ¿Qué género elegiría para relatar el triángulo Santos Cerdán, Koldo y Ábalos?
Hay personas que dicen que es un esperpento de Valle-Inclán. No, esto es de Torrente. Es todo muy de andar por casa y bastante cutre.
¿Y aparentaban lo que son?
Sí. En este caso, las apariencias no engañan. Son tal cual.
El amor es en la última novela el desencadenante de una cascada de muertes.
En realidad, la literatura está basada en dos temas: el amor y la muerte. Todo el resto son variaciones. Siempre me ha interesado mucho más la muerte, porque es el momento en que caen las máscaras. Una vez más, hablamos de apariencias. Estamos todo el día representando un papel y el único momento en que eres tú mismo es frente al dolor o frente a la muerte.
El amor está muy bien para vivirlo, pero es muy difícil describirlo con talento. Y no digamos el sexo: eso ya es dificilísimo, porque siempre estás bordeando la catástrofe. O te queda cursi o te queda pornográfico o chabacano.
En El misterioso caso del impostor del Titanic usted da pequeñas pinceladas de la relación entre Galdós y Emilia Pardo Bazán.
En la novela reproduzco el fragmento de una carta que le dirige a Galdós. Si fuera mía, me daría una vergüenza espantosa. Esto es para demostrar que incluso grandísimos talentos, cuando escriben cartas de amor, pueden caer en una cursilería sublime.
En sus novelas suelen aparecer mujeres valientes, adelantadas a su época.
Yo procuro ser muy fiel a la realidad. No me gusta este juego de muchas colegas que se inventan mujeres feministas en la caverna. Cada época tiene sus equilibrios de poder entre hombres y mujeres. Así que las mujeres fuertes que yo retrato en mis libros eran realmente pioneras y rompieron moldes.
Emilia Pardo Bazán, además de tener muchísimo talento, era una mujer de enorme fuerza. No se le ponía nada por delante. Consiguió todo lo que quiso menos ser académica. Era muy osada y divertida. Porque claro, ligar cuando eres mona lo hace cualquiera, pero tener tantos novios como ella tuvo con ese físico requiere muchísimo encanto e ingenio.
También trata la inmigración: los que triunfan, los que fracasan y las mujeres que se quedan desasistidas y abandonadas por sus maridos emigrados a ultramar.
Con este libro quería hacer un homenaje a Sherlock Holmes y a Agatha Christie. Ella es una grandísima escritora cuyo talento queda opacado por su enorme éxito comercial. Los dos utilizan mucho el recurso del humor para retratar el lado oscuro del ser humano.
Yo he hecho un ejercicio similar. La novela habla de temas muy serios, de la emigración, de las viudas blancas, de las enormes diferencias sociales que regían en aquella época, pero siempre con humor. Oscar Wilde decía que la mejor manera de hablar de las cosas serias era hacerlo en broma.

La autora, sumergida en la conversación.
¿Le han llamado “pija” y descalificado por ello?
Siempre. Recuerdo que Michi Panero, un personaje mítico de la cultura madrileña, me hizo una entrevista y me preguntó: “Bueno, Carmen, tú que estás en tantos cócteles (lo imita poniendo una voz algo rimbombante), ¿cuándo escribes?”.
Yo le contesté “tampoco voy a tantos cócteles, pero si ese fuera el baremo para medir a un buen escritor ya me contarás dónde quedan Truman Capote, Proust, Evelyn Waugh…”.
¿Cómo le influye o condiciona la estética?
La estética es fundamental en todo lo que uno haga. A mí me gusta mucho meterme en temas espinosos, pero siempre manteniendo una estética, porque es verdad eso que dicen de que no hay ética sin estética.
En sociedad uno nunca habla de lo que más importa. ¿Usted calla muchas cosas?
Todo el rato. No he podido desarrollar mucho esta idea en mi último libro. En mi época no se hablaba de casi nada en la familia. A mi padre le parecía vulgar decir que te dolía el dedo gordo del pie.
Ahora, en la familia se puede hablar de todo. ¿Por qué tiene que haber secretos y tapujos? Eso es de un puritanismo absurdo. Nos hemos ido al otro lado del péndulo. La gente se dice las cosas más atroces en aras de la autenticidad: “Soy muy auténtica y te voy a decir lo que pienso de ti…”.
Usted se casó con un prohombre que luego fue imputado. ¿Sintió una especial inquina?
Era tremendo. Íbamos por la calle y la gente nos insultaba, nos llamaban ladrones. Por un lado, estaba muy tranquila porque sabía lo que había, pero por otro lado no puedes estar tranquila cuando te están acusando hasta de la muerte de Manolete.
Además, lamentablemente, en los juicios mediáticos tú eres culpable hasta que no consigas demostrar lo contrario, cosa que no siempre es fácil. Pero lo que más me preocupaba eran mis hijas, que les dijeran algo en el colegio o que las insultaran, porque los niños son muy crueles.
En su novela, la venganza sale mal porque es rencorosa, pero hay otro tipo de venganza que es algo así como justicia poética.
Yo procuro no tener rencor, porque se vuelve en contra, pero sí me permito algunas venganzas, sobre todo literarias. Si alguien me cae mal lo pongo en un libro, lo mato y me quedo como nueva.

Fotografía tomada durante la entrevista.
¿Y le quedan muchos por matar?
No, bastante menos. Ahora me ven con mejores ojos. La mejor venganza es tener éxito: cuando te vuelves a encontrar con aquel niño que te hizo la vida imposible en el cole, cuando ves al jefe aquel que te machacaba, cuando aquella amiga que no hacía más que esnobearte y dejarte fatal... Además, no hay que hacer nada.
Una virtud que aprecie.
Cuando era muy joven admiraba mucho la belleza física, sobre todo en los hombres. Después empecé a admirar la inteligencia. Y ahora solo me interesa la bondad. En realidad, la gente buena normalmente es inteligente. Hay la concepción contraria. Pues no, cuesta mucho trabajo ser bueno. Es muy difícil y requiere mucha valentía.
¿Qué cosas le divierten?
Me divierte mi familia. Como soy tan haragana, lo que más me gusta en este mundo es estar tumbada, leyendo. Soy muy solitaria.
Quería destacar también la importancia del juego en su obra, por ejemplo, eligiendo los nombres, porque Don Aparicio es un hombre que aparece, Piedad no tiene ninguna…
Me gusta ese juego de cómo los nombres pueden ser proféticos o paradójicos. Fíjate, el nombre de Piedad lo tomé de El Caso. Cuando llegamos aquí a España, nuestros padres nos daban dinero para comprar en el quiosco La Pequeña Lulú. Abandoné su lectura en cuanto descubrí El Caso.
Recuerdo la historia de una niñita de 12 años que tenía algo así como 13 hermanos menores. Los padres, que eran muy humildes, dejaban a esta niña al cuidado de sus hermanitos y ella empezó a matarlos uno tras otro. ¿Cómo se llamaba ese angelito? Piedad.
¿Por qué cree que para un escritor es fundamental la ingenuidad?
Porque si te vuelves una persona descreída, si dejas de perder la ingenuidad y si dejas de perder la curiosidad, estás muerto.
Pero se puede ser curioso y no ingenuo.
Ingenuo es un paso más. Yo lucho mucho por ser ingenua porque no lo soy, pero creo que es un bagaje importante a la hora de escribir, porque tienes que tener una capacidad de sorpresa. El ingenuo se sorprende todo el rato: ¡Oh, qué día tan divino! ¡Oh, qué simpática fulana!.

Carmen Posadas frente al objetivo.
Hábleme del uso del misterio como gancho para atraer al lector.
Eso lo aprendí en la época en que hacía literatura infantil. Es una escuela maravillosa para cualquier escritor, porque si consigues retener la atención de un niño, seguro que vas a retener la de un adulto. Por ejemplo, procuro mantener bastante la oralidad de los cuentos infantiles. Además, a todos nos encanta el misterio.
¿No hay en el mundo dos personas con las mismas orejas?
De eso me he enterado cuando estaba escribiendo esta novela. Las orejas son como las huellas dactilares. Pero tienes que saber descifrarlas… porque imagínate, si nos ponen a nosotras a hacerlo…
Usted es como un puente entre España e Hispanoamérica, ¿cómo están las relaciones?
Creo que es una asignatura pendiente. Ahora, los países latinoamericanos miran a España con cariño y admiración. Pero creo que España no ha sabido tender lazos y convertirse en el puente entre Latinoamérica y Europa. Ahí hay una asignatura pendiente.
Se ha intentado, ¿por qué no se logra?
Porque todo se queda en gestos. Vivimos en una época muy gestual. Se hace un congreso, vienen todos los presidentes latinoamericanos y se hacen la foto. Esto no sirve para nada si luego no hay un seguimiento real, no hay unos vínculos culturales, económicos y políticos.
Ha recibido el premio Maga de Magas a la mejor novelista por su elegante maestría narrativa.
Primero, es impresionante lo que habéis conseguido todo el equipo. Y en especial Cruz, que me imagino será la locomotora. La admiro tanto... Es muy inteligente y tiene ganas de hacer cosas que valgan la pena para la sociedad y para las mujeres en concreto.
También, me emociona estar junto al resto de premiadas. Y me gusta mucho la idea de que este premio se convierta en los Pulitzer y sea un referente para las que vienen detrás. Que las chicas de 20 o 30 años —porque ahora todo empieza más tarde— sueñen con ganar algún día el Maga de Magas.