
Un militar ucraniano prepara una pequeña bomba para un dron de combate Vampire antes de sobrevolar posiciones de las tropas rusas en la región de Zaporiyia.
Ucrania enseña a la UE el camino más barato para ganar la guerra: exprimir los 230.000 millones congelados a Rusia
Zelenski lleva años pidiéndolos para reconstruir el país y comprar armas. Los europeos dudan por el daño que puede causar a la imagen del euro como moneda de reserva.
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Donald Trump prometió acabar con la guerra de Ucrania en un día. Todo lo que había que hacer, dijo, es ponerse serio con Vladímir Putin y Volodímir Zelenski. El problema, sin embargo, es más difícil de resolver de lo que presumía.
El presidente de los Estados Unidos ha cumplido esta semana los primeros cien días de su segundo mandato en la Casa Blanca —una marca psicológica para cualquier presidente— sin ningún resultado a la vista. Promovió unas negociaciones que sólo cerraron un acuerdo de alto el fuego con Ucrania. Rusia lo rechazó de inmediato. Envió a Moscú a su hombre de confianza —el inversor Steve Witkoff— para reunirlo con Putin. Rusia amplió la lista de demandas. Endureció la campaña de desprestigio contra Zelenski. Los índices de popularidad del líder de la resistencia crecieron.
Ahora Trump responde a sus fracasos con el reparto de responsabilidades. Se refiere a la invasión rusa de Ucrania como “la guerra de Biden”, mina la fuerza del más débil para conseguir un alto el fuego, y exculpa a Putin con los argumentos de un portavoz del Kremlin. La escena amable de la basílica de San Pedro y el acuerdo para la explotación conjunta de los recursos naturales de Ucrania conceden una nueva oportunidad para el optimismo. Pero los europeos, entre tanto, se preparan para lo peor con el tiempo justo y una economía debilitada.
Macron, en su visita de marzo a la Casa Blanca, recordó que las sanciones de la UE a Rusia incluyen la congelación de unos 230.000 millones de euros de sus reservas nacionales y sus oligarcas, y que los beneficios que generan en los países del G7 –Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos– se están destinando a la defensa y la reconstrucción de Ucrania. Lo que no se atrevió a defender es su embargo definitivo. “Confiscarlos”, amplió unos días después su ministro de Economía, “pondría en riesgo la estabilidad financiera del euro”. Los ucranianos, sin embargo, sostienen que es mucho más peligroso no hacerlo.
“Demasiada gente está abordando esta cuestión con una mentalidad de tiempos de paz”, asume Olena Halushka, cofundadora del Centro Internacional para la Victoria de Ucrania. “Quienes hablan de los costes de la acción omiten los riesgos de la inacción”.
Su organización, fundada en Varsovia tras la invasión de febrero de 2022, propone una salida ingeniosa: la creación de un banco para gestionar estos activos congelados. Esta institución –dirigida por la Unión Europea, los miembros del G7 y Ucrania– funcionaría como un fondo de inversión que destinaría sus ganancias a comprar armas occidentales y fortalecer la industria militar del país. Lo fundamental, en cualquier caso, quedaría reservado para la reconstrucción del país y la compensación de las víctimas.
Este banco, pues, se cobraría parte de las reparaciones de guerra que tiene que asumir Rusia. Van más allá de los asesinatos, los secuestros, las expulsiones. El último informe del Banco Mundial, a fecha de febrero de 2025, calcula que los daños materiales superan los 500.000 millones de euros.
Halushka confía en “el instinto de supervivencia” de los europeos para acelerar el proceso y dejar el dinero a buen recaudo. Las sanciones vigentes contra Rusia tienen que renovarse por unanimidad en julio, y algunos líderes de la Unión ya se malician que los aliados del Kremlin –Hungría y Eslovaquia– pedirán un precio muy caro a cambio de su voto. El ministro de Exteriores estonio, Margus Tsahkna, llegó a reconocer al Financial Times que las negociaciones pueden fracasar. O lo que es lo mismo: que el sabotaje de Orbán y Fico puede provocar que los 230.000 millones que retiene la Unión viajen de vuelta a Moscú en unos meses.
Halushka comparte su preocupación. “Rusia recuperaría ese dinero sin siquiera fingir que quiere un alto el fuego”, continúa. “Premiaría al agresor, impulsaría otras guerras en el mundo y terminaría en la producción de drones, misiles, tanques, munición y artillería para mejorar sus capacidades militares”.
Los europeos dudan sobre la legalidad de confiscar los activos rusos, incluso sobre la ideoneidad de hacerlo. Dar este paso, sospechan, comprometerá la imagen del euro como una divisa de reserva segura. Pero Halushka confía en que la sintonía de Trump con Putin, los obstáculos húngaros y los apuros económicos saquen algo más de arrojo entre sus aliados. “Si avanzas con pies de plomo para tomar una decisión en este asunto”, resume, “llegará el momento en el que ya no tendrás el poder para tomarla”.