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Es Vanesa Martín una mujer afianzada en su nombre, encaramada a él como a una cumbre. Le propusieron en su lanzamiento ponerse Martina como nombre artístico, pero le traía reminiscencias no muy buenas ("de mi barrio conocía a una persona que se llamaba Martina, y lo típico que no te identificas con esa persona") y confió en que la acabarían distinguiendo por su arte, haciendo incluso singular su común apellido.

Los primeros conciertos de su vida los dio frente a sus muñecos en una sala de cámara más solemne que la del Auditorio Nacional: el salón de su casa, donde no entraba nadie salvo en fechas señaladas ("eso era de exposición, mi madre como entrara alguien en el salón, ¡lo mataba! Pero a mí me compraron unos cascos para escuchar música y me dejaban"). Ese apoyo la llevó lejos porque en la infancia nacen los miedos, pero también los arrojos.

Por eso, terminadas sus dos carreras, se fue de Málaga a Madrid con una guitarra al hombro, a conquistar local por local. Cuando un día llenó El búho real, lloró feliz sentada sobre la cámara frigorífica, a falta de camerinos. Diez años después agotaba localidades para dos Wizink’s seguidos. La vida y sus escalas, a veces.

Vanesa Martín durante la entrevista.

Vanesa Martín durante la entrevista. Sara Fernández

Ahora saca Casa mía (Universal Music Spain), una morada en la que se refugia de las inclemencias del desamor, y aun lo festeja, porque de algunos amores hay que irse festivamente por mucho que duelan. Está serena Vanesa, conectada: si algo le hace gracia, estalla. Si no, mira muy seria. Se retrepa en el sillón, cruza ambas piernas sobre él. Lleva unas bambas del futuro, pero está muy apegadita al presente y muy responsable de lo que es cantar para tantos en un mercado tan florido como el suyo.

PREGUNTA.– Vamos allá, Vanesa. Aunque pudo ser Martina. ¿Podemos contar de dónde viene eso?

RESPUESTA.– Con el primer disco buscamos un nombre artístico y me propusieron llamarme Martina. Pero de mi barrio conocía a una persona que se llamaba Martina, y lo típico que no te identificas con esa persona (ríe), y dije no, no quiero. Y fíjate, luego Martina ha sido un nombre del que me he ido enamorando, y me encanta.

P.– Es de los artistas que han mantenido su apellido, aunque no sea singular. Me hacía pensar en Quique González, Dani Martín… deben de tener mucha seguridad en su propia obra como para saber que van a distinguirse, aunque su apellido sea común.

R.– Yo me identifico con Vanesa Martín, pero al principio me decían que Vanesa Martín sonaba como copla. "¿Copla?", decía yo. Como siempre he tenido raíz cantando, me veían como el folclore, pero yo soy Vanesa Martín. Es lo que soy.

P.– Bueno, vamos a su Casa mía, si me invita un rato.

R.– Por favor.

P.– En Intimidad canta "Y aunque nuestra historia se ha dinamitado te sigo por los tejados para ver quién vive en ti", que me parece una manera súper poética de retratar cómo todos espiamos el Instagram de nuestros ex…

R.– (Reímos) Cien por cien. Sí, bueno, estar pendiente de con quién estará, si estará bien, no estará bien…

Vanesa Martín.

Vanesa Martín. Sara Fernández

P.– Más allá de la broma, creo que retrata muy bien en varias canciones del disco esa violencia de ser desconocidos después de habernos recorrido "desde el cuello hasta el ombligo". ¿Habrá alguna manera de despedirnos mejor, o tiene que ser así siempre, de 100 a 0?

R.– Sí. Yo creo que para que de verdad haya un cambio sano de plano tiene que ser de 100 a 0 por muy doloroso que sea, pero el corte tiene que ser seco (da un golpe seco con las manos, mira con seriedad). Si no entramos en relaciones no demasiadas sanas. Yo creo que es necesario ese tiempo prudencial de silencio, y lejanía.

P.– En No nos supimos querer cuenta con la colaboración de Joaquín Sabina. Creo que es una canción muy joaquinera porque tiene versos que aluden a cosas muy concretas, muy aterrizadas, como el de "una Barbie desconchada".

R.– ¡Esa frase es de él! Yo estaba loca por hacer algo con él. Somos muy amigos, nos conocemos de hace mucho, nos consideramos familia, compartimos un montón de cosas juntos… Sé que no es muy dado a las colaboraciones, y a mí me provocaba eso un pudor por muy amigo mío que fuera… Me moría de la vergüenza y no lo quería incomodar.

Claro, cuando él me dice que sí a la colaboración, le digo "pues ya hazme la gracia completa y mete alguna cosa tuya". Él me decía que la letra le encantaba, pero le pedí por favor que, ya que por fin materializábamos algo que nos apetecía, con lo que le gusta escribir, le diera alguna cosita suya. Y entonces yo digo: "Un reloj en la mesilla". Él dice: "Una Barbie desconchada, unas fotos amarillas escupiendo realidad". Y vamos ahí mezclando. Por ejemplo, yo decía: 'Y a veces por la noche pienso en ti'. Y él dice: "Mira, a veces por la noche pienso en ti y a veces cada noche pienso en ti". ¡Qué cabrón es!

P.– Le da una mínima vuelta, pero lo eleva.

R.– Lo eleva. Entonces para mí es… (suspira). Yo aprendo, todo el rato estoy aprendiendo de él. Es increíble.

P.– En Cómo te digo arranca con copla y salta al pop electrónico.

R.– Arranco con copla y con una especie de arreglo semana santero, las típicas bandas que van acompañando los tronos.

P.– Es curioso el contraste. Y también en cuanto a contenido, porque de alguna manera se despide de alguien, pero celebrando. ¿Hay despedidas que merecen celebración, aunque duelan?

R.– Pfff. Yo en este disco creo que le estoy cantando al amor desde una posición de serenidad, de contundencia, pero de aceptación y gratitud. Entonces me hace estar más serena, no le estoy cantando al amor de una manera desgarradísima como he hecho otras veces, sino que estoy en un proceso de mi vida en que lo acepto, y lo sudo, y te agradezco que me hayas arrancado el vivir. Te agradezco que haya sido bonito, aunque nos despidamos, hemos evolucionado de manera diferente, pero sí creo que le canto desde una serenidad que me gusta. Y, volviendo a lo que decías, hay ciertas despedidas que merecen un final… festivo. Qué bien que he tenido la contundencia de decirte "ciao, si sumamos nos quedamos, y si restamos ya pa´na".

La cantante malagueña.

La cantante malagueña. Sara Fernández

El disco es muy libre en cuanto a sonidos y a letras. Porque Vanesa es una tipa libre. Vino a Madrid guitarrita al hombro y empezó por los bares de cantautores. Cuenta que fue muy feliz cuando llenó por primera vez El Búho Real.

P.– Sabina decía lo mismo, que nunca había vuelto a ser tan feliz como cuando llenaba La Mandrágora, en sus inicios. ¿Siente lo mismo, o ha llegado a otras cotas de plenitud conforme ha subido en su carrera?

R.– A ver, sí, he descubierto otras maneras de sentir esa plenitud. Pero quien no olvida el principio es porque tiene muchas ganas de que el futuro sea largo. Recuerdo ese día en El búho real como si fuera ayer, me emocioné y Darío –el que llevaba el Búho– preguntaba por qué lloraba, si aquello era guay, y yo le decía que había empezado con los lunes, preguntándome quién iba a ir porque no me conocía nadie, y verlo en unos meses lleno… Me acuerdo de que estaba sentada encima de las neveras de Coca Cola y preguntaba "pero qué guay, ¿cuánta gente hay?". Y eso lo recuerdo con una alegría y una intensidad tremendas. A los 10 años de yo llegar, hice dos llenos en el WiZink, entonces era como "guauuu". La verdad es que esas cosas, además de los nervios que te provocan, esos hitos no se olvidan.

P.– Los nervios también están, claro. ¿Se sigue poniendo nerviosa?

R.– Yo me pongo muy nerviosa, ya cante para 1.500 o para 16.000. La responsabilidad de salir al escenario, hacerlo bien y darle a la gente lo que quiere de ti, y que no se vayan defraudados con la oferta cultural que hay, ese respeto por el público no lo podemos perder…

P.– Y yendo mucho más atrás en su historia, a cuando era una peque de seis añitos, un día le llegó un jamón a casa, ¿no?

R.– Sí (sonríe).

P.– Creyó que era un jamón, pero era una guitarra. Quería preguntarle por eso, porque sus padres no son músicos, ¿no?

R.– No, qué va, nada que ver. Mi padre es mecánico y mi madre trabaja en hospitales, o sea que…

P.– Aun así, la apoyaron mucho, ¿no? Porque no todos los padres regalan una guitarra a su hija con 6 años…

R.– Sí. Mis padres me regalaron una guitarra porque desde los dos años, yo no me sostenía ni en pie, estaba con la espalda apoyada en la cama, y ya tengo fotos con una guitarra de juguete. Y mi madre dice que cuando iba por las ferias y veía la típica guitarra y el tambor colgados en los carritos, yo siempre señalaba la guitarra. Se ve que me puse insistente y mi padre me regaló mi primera guitarra: yo gracias a mi padre estoy aquí, en el sentido de que siempre ha alimentado mi vena artística. Yo escribía relatos en el cole, y fui ganando en algunas etapas, y él siempre me decía "léeme esto que has escrito", y me decía si le había gustado más, menos… Mi padre siempre ha sido súper crítico, pero me apoyaba. Y yo estaba en mi habitación con la guitarra y me decía '¿qué has hecho, has hecho algo nuevo?'. Y claro, yo le cantaba al amor y mi padre me decía '¿otra vez al amor? Cántale a una farola, a un banco del parque…', pero tú imagínate yo con trece, catorce años…

Y la familia de mi padre es muy musical, mis tíos eran los típicos que en mitad de una cena se levantaban y se ponían a cantar… Ninguno se dedicaba profesionalmente a ello, pero los dos –mi madre también- son muy divertidos y siempre les ha gustado mucho la música. Ha sido un entorno muy favorable. Mis padres compraron un equipo de estos que van por etapas y yo les pedía que me dejaran encerrarme en el salón de mi casa. Al salón de mi casa no se podía entrar, eso era de exposición, mi madre como entrara alguien en el salón, ¡lo mataba! Sólo se podía entrar en Navidad y cuando nos daban los Reyes, pero a mí me compraron unos cascos y me dejaban. Me ponía mis cascos, ponía mis libros, mis muñecos, mi mochila del cole y me creía que estaba dando un concierto.

P.– Qué importante que le dieran esa seguridad. Otros padres lo tildarían de fantasía y le dirían 'estudia, estudia, estudia'.

R.– Bueno, yo estudié Magisterio de Música y Pedagogía, y mi madre hasta el segundo disco me decía "¿por qué no te preparas las oposiciones? ¿No vas a estar mejor tú de 9 a 2 en un colegio o en un centro educativo en vez de estar por ahí todo el día dando guitarrazos, o viajando?".

P.– ¿Y ahora qué dicen?

R.– Ahora ya se han creído la historia. Y están orgullosos y felices y me acompañan a todo.

P.– ¿Con quién se iría de cañas hasta el amanecer, vivo o muerto?

R.– Con Chavela Vargas, sin ningún tipo de dudas. Sabina me cuenta historias de Chavela que esta mujer, yo digo, ¿por qué no la he conocido? Es que son genios, personas que son inspiración. Joaquín agradezco mucho tenerlo en mi vida porque es un ser humano increíble, de verdad increíble, generosísimo, muy divertido, muy culto, y es una fuente de inspiración. No paras de aprender de él y todo el rato te sorprende, que eso a mí me fascina de una persona. Y él es curioso, él no pierde en ningún momento la curiosidad. Y te escucha, porque hay mucha gente muy interesante que no te escucha, que te pregunta cómo estás para contarte 'pues yo estoy tatatatatata'. Y él te escucha, te dice 'Vane, cuéntame cómo estás', y tú le cuentas, y él '¿y por qué crees que te pasa esto? Y voy más: te escucha y tiene memoria, porque a lo mejor voy a su casa dos semanas después y te dice '¿y esto que me contaste cómo lo llevas?'. ¡Dios!

Vanesa Martín.

Vanesa Martín. Sara Fernández

P.– Por eso tiene tanta riqueza interior. La gente que se alimenta de todo acaba siendo muy rica interiormente.

R.– Esa gente, yo quiero más. Y no… abundan. Y él me cuenta muchas historias de Chavela, que digo me encantaría haberla conocido y quedarme de cañas con ella.

P.– ¿Qué tiene Vanesa Martín en la mesilla de noche?

R.– Tengo un libro de poesía de Gil de Biedma.

P.– ¿El móvil lo tiene ahí o lo aparta?

R.– El móvil lo dejo ahí, boca abajo y en silencio. Tengo a mi madre en emergencia, y ya.