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A pesar de tener 25 años, Samantha Hudson (León, 1999) nació realmente en 2015, el día en que gritó –en un videoclip que grabó para clase y que se hizo viral– "soy maricón" en su instituto. Por entonces, respondía al nombre de Iván, la persona a la que le debe todo. Desde ese momento no ha dejado de construir y pelear por una identidad que nace del impulso de saber que aquella niña sentiría ahora una profunda admiración por la persona en que se ha convertido. "Iván González soñaba con ser Samantha Hudson", afirma la artista en una entrevista con EL ESPAÑOL.

De aquella niña ha heredado el miedo, aún hoy, que nace de la intolerancia, aunque también ha heredado el orgullo. Por eso siempre pisa firme por dónde va, como si tuviera que ganar batallas cada día. "Si mi presencia te incomoda, es una batalla ganada. Ya es hora de cambiar la vergüenza de bando. Todas nosotras hemos sentido vergüenza por ser como somos, ahora que la sientan ellos", exclama.

Dice haberse sentido cómoda en la violencia. Esa violencia sibilina que "parece que va a estallar en cualquier momento". Hoy, sus enemigos se encuentran en ambos bandos. En la extrema derecha, su amenaza más directa, pero también en cierta parte de la izquierda y del feminismo que está en contra de lo trans: "Una mujer que piensa que las mujeres trans no somos mujeres para mí no es feminista. Es ridículo que quieras acabar con el patriarcado y los roles de género y quieras imponer los mismos roles de los que tú misma te quejas", apunta.

Samantha Hudson durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Samantha Hudson durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Sara Fernández E. E.

Un patriarcado del que Samantha es víctima directa. En su memoria quedan grabadas todas aquellas veces que se ha sentido como un fetiche que los hombres esconden. "Me ha pasado de ligar con una persona y que luego te bloquee en Instagram porque se avergüenza y no quiere que nadie sepa que se ha acostado contigo", cuenta. Mientras, ella pensaba que esa era la única realidad sexual a la que podía aspirar. "Lo terminas normalizando porque piensas que es lo que te mereces. He tenido sexo con personas que no me atraían porque creía que no podía aspirar a algo mejor".

También ha utilizado este tipo de sexo para autoflagelarse. "Pienso que quería generarme un dolor más grande del que ya estaba sintiendo. Y la realidad es que ni esa pena ha desaparecido, ni ese dolor te ha hecho encontrar consuelo", expresa. Así, ha ido acumulando traumas. Y las drogas han sido su único analgésico. "Recurres a entornos de ocio y drogas de manera autolesiva para alejarte de una realidad que te disgusta profundamente. Es una forma de sobrevivir a la incomprensión, a encajar en un mundo que a veces no parece hecho para ti", revela.

Ahora, en su nuevo disco Música para muñecas, Hudson traza un mapa de heridas y cicatrices, pero también de supervivencia y resistencia. Canta al fracaso, al deseo, a la precariedad y al cuerpo como campo de batalla. También es un homenaje a las muñecas, esas mujeres trans que se han sometido a infinidad de cirugías y con las que muchas sueñan en convertirse. "Quiero ser la muñeca con la que no me dejaron jugar de pequeña", dice Samantha.

PREGUNTA.– Ha dicho que nació realmente en 2015, al declarar "soy maricón" en su instituto. ¿Qué queda de aquella Samantha?

RESPUESTA.– Yo creo que todo. Ese fue el germen. Qué queda de una semilla que se convierte en una flor. Le debo todo a esa persona que hizo aquel videoclip para clase y que se posicionó en contra de todo lo reaccionario.

P.– ¿Con qué soñaba Iván González cuando tenía 10 años?

R.– Con ser Samantha Hudson.

Samantha Hudson durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

P.– ¿Y ha cumplido ese sueño?

R.– Yo creo que bastante. Vivimos en un mundo muy hostil, y te ves atravesada por las distintas tropelías que te da el día a día. Pero para mí es un consuelo pensar que estoy viviendo lo que alguna vez soñó una de mis etapas anteriores. Y eso es el mayor motivo de orgullo.

P.– ¿Queda algo todavía de la inocencia de aquel niño?

R.– Diría que aún queda el miedo. El desconcierto a las situaciones adversas, a la vida, que por momentos me ha tratado muy mal, sobre todo en mi infancia, donde no era aceptada. Pero también, gracias a ese miedo, hay mucha fuerza y mucho orgullo en lo que soy. Y siempre con el impulso que da saber que aquella niña me miraría ahora con profunda admiración. Entonces, puedo decir que he heredado el dolor pero también la fuerza.

P.– ¿Y la incomprensión sigue a pesar de haber logrado ser quién soñabas con ser?

R.– Sí, pero es algo que escapa totalmente a mi control. Yo tengo muy claro quién soy. Y si alguien no lo tiene claro, es su problema. Intentaré explicarlo, en caso de que sea necesario, y haré todo lo posible por defenderme. Pero la incomprensión es una tarea que recae sobre la otra persona. Creo que de forma injusta se pone el foco sobre quién llama la atención y muy pocas veces se le pregunta a la sociedad por qué se siente provocada por el diferente.

P.– En alguna ocasión ha dicho que no es una travesti porque lo decidió, sino porque es lo que le dejaron ser. ¿A qué se refiere?

R.– Me refiero a que una no se sitúa nunca en la disidencia por gusto. Si no hubiera una categoría estanca de lo que es ser un hombre y una mujer, la gente no se sentiría en la necesidad de desvincularse de eso e identificarse con el no binarismo. Y cuando estás fuera de los márgenes y de los estándares, no te sitúas ahí por generar un gueto, sino porque es el lugar donde realmente debes estar. Y el término travesti es una reivindicación, aunque algunos lo utilicen de forma peyorativa. Ojalá no tener que ser una travesti, porque eso significaría que no existe una prisión en la que nos obligan a encasillarnos como son las etiquetas de hombre y mujer.

Samantha Hudson durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Samantha Hudson durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Sara Fernández E. E.

P.– ¿Siente que vence una batalla cada vez que incomoda a alguien que no le acepta?

R.– Creo que la incomodidad es una herramienta que utilizo para sentirme más cómoda. Cuando te enfrentas a un mundo hostil y que te va a cuestionar, creo que generar incomodidad y desconcierto es una manera de equiparar las posiciones. Si mi presencia te incomoda, es una batalla ganada. Y es algo muy provechoso, porque siempre hablamos de lo incómodas que nos sentimos, así que por qué no vamos a incomodar al resto. Todas nosotras hemos sentido vergüenza por ser como somos. Ya es hora de cambiar la vergüenza de bando. Y que a través de esa vergüenza se hagan las mismas preguntas que nosotras nos hicimos en la adolescencia.

P.– ¿Fue una etapa especialmente dura?

R.– Fue dura porque me sentía sola. Nunca pensé que yo tuviera un problema por ser una persona LGBT ni que el odio que recibía estuviese justificado. Nunca me sentí responsable de la violencia que recibía. Pero sí que me sentía sola porque nadie entendía que yo pudiera ser una víctima.

P.– ¿Llegó a sufrir violencia física?

R.– En el instituto, concretamente, no. Algún empujón o patada. Pero sí que los veranos que pasaba en el pueblo de mis abuelos en León los recuerdo muy tortuosos. Recuerdo que una vez pincharon un sapo con un palo puntiagudo y me persiguieron para darme con eso. Y me hace gracia recordarlo porque yo pensaba: "pobre sapo". Ni siquiera me situaba en el centro de todo eso. Pero también lo paso mal ahora. Soy una figura pública y me enfrento a mucha violencia, sobre todo tras mis apariciones mediáticas. Y también por la calle. Aunque no es tanto el insulto, sino la violencia sibilina. Esa sensación de que no pasa nada pero sientes que en cualquier momento algo puede estallar. Y sólo porque les incomoda que tú estés. Siempre tienes que estar en estado de alerta. Pero, como digo, no es mi responsabilidad.

P.– ¿Y ahora ya no se siente sola?

R.– No, ahora siento mucho apoyo. Apoyo de mi público que comulga con mis pensamientos y que encuentran algo valioso en lo que planteo. Es gratificante ver cómo compartes el mismo prisma con gente que ha experimentado las mismas violencias que tú. Y también encuentro un espacio seguro en mis amigas.

Samantha Hudson durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Samantha Hudson durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Sara Fernández E. E.

P.– ¿Siente que, a pesar de las contras, la exposición mediática es un privilegio al alcance de casi nadie?

R.– Bueno, es un privilegio en cuanto a que escapas de la precariedad y consigues una estabilidad económica que no voy a negar que es mucho más afortunada que la del resto. Pero participar del star system no es tanto un privilegio para mí, porque también resulta una responsabilidad y un riesgo. Al final, el altavoz te permite reivindicar y es el mayor acto de activismo que, en mi caso, hago. Y eso también te expone a lo más radical. Haciendo un podcast, un grupo de neonazis vinieron a sabotearlo. No sucedió nada, por suerte.

P.– ¿Qué le resulta una mayor amenaza: la extrema derecha, a nivel institucional, o la izquierda que da la espalda a las persona trans?

R.– La extrema derecha, sin duda. Pensar que puede ganar una coalición PP y VOX y se carguen todo lo que hemos conseguido me parece tétrico. Y lo hacen sin ningún tipo de miramiento y con total impunidad. Y dicen auténticas barbaridades. Al principio utilizaban más eufemismos, pero ahora se han quitado la máscara y han situado lo trans en un objetivo público a combatir. Además, por qué sienten que somos una amenaza. El 1% de la población, que somos las personas trans, no pueden ser una amenaza para nada. Lo que pasa es que defender los derechos humanos es un ataque contra sus privilegios

P.– Sin embargo, hay una izquierda que también está en contra de lo trans. Incluso hay dos manifestaciones distintas en un día como el 8M, una a favor y otra en contra. ¿Siente que le han fallado?

R.– Siento que lo trans se ha utilizado como una herramienta política en un bando y en otro. Y creo que es tremendamente injusto. Me entristece que exista la transfobia. Odio a las terfs de la derecha y a las terfs de la izquierda. Y, desde luego, una mujer que piensa que las mujeres trans no somos mujeres para mí no es feminista. Es ridículo que quieras acabar con los roles de género del patriarcado y cuando ves a una persona que rompe con esos roles, a través de un cuerpo diferente, vas y le impones los mismos roles de los que tú misma te quejas.

P.– ¿Se metería en política si se lo propusieran?

R.– No, creo que mi lenguaje es otro. Creo que se puede hacer política al margen de las instituciones y del estado. Creo que ya hay mucha política en mi propuesta artística y en mis canciones. Creo que hay mucha política en el diálogo que se genera entre el público y yo. Ir vestida como una fulana por la calle también es un acto político ya que eso lleva a una persona a que se pueda identificar conmigo. También creo que es muy poderosa la política que se hace en los centros sociales, que están siendo desalojados, y en la organización vecinal. Creo que es una política muy valiosa y, en ocasiones, mucho más efectiva.

P.– ¿Hay algún partido político que le represente completamente y comulgue con sus ideales

R.– Soy una persona de izquierdas y eso es evidente. Y creo que la izquierda está muy fragmentada y que hay un desconsuelo generalizado por parte de las personas de izquierdas. Y sirve como ejemplo lo que hablábamos de estar en contra de lo trans. Y me da miedo que por ese desconsuelo nos vayan a comer terreno todos los sectores reaccionarios.

P.– Ya que habla de hacer política fuera de las instituciones. Usted ha criticado a la iglesia a través de las letras de sus canciones. En particular, con aquel tema "Soy maricón". ¿Qué es la religión para Samantha Hudson?

R.– Yo siempre voy a defender la fe y la libertad religiosa. La gente piensa que hice ese tema con una intención difamatoria, blasfema y sacrílega, y atacando a la institución, y es verdad que fue así de cierta manera. Pero yo era una persona religiosa, no por una cuestión familiar, sino porque activamente creía en Jesús y me sentía conectada a esa divinidad y tenía una fe de chica devota. Y luego descubrí que esa institución injustamente me atacaba y me repudiaba y me ponía en el centro de un sin fin de violencias. Y me encontré con una campaña de odio masiva legitimada por instituciones cristianas y partidos políticos reaccionarios que atacaban a una menor de edad, porque yo tenía 15 años.

Samantha Hudson durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Samantha Hudson durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

P.– ¿Y sigue manteniendo la fe, a pesar de todo?

R.– Defiendo la fe en cualquiera de las religiones. Pero estoy en contra de la institución porque no me gusta que utilicen la fe de las personas para manipularlas y para seguir perpetrando las mismas violencias y hacer que las élites sigan ostentando su poder. Y la verdad que me resulta absurdo si la Iglesia acepta o no a las trans. No hay debate, existimos y ya está, qué más da lo que diga la Iglesia. No somos fruto de la modernidad, siempre hemos estado aquí. Lo que está claro es que estoy en contra de todas las declaraciones homófobas que se hacen desde la Iglesia católica, y de las terapias de reconversión. La Iglesia es una institución que atenta contra los derechos humanos. Eso no quiere decir que yo vaya a arrearle un guantazo a mi abuela Margarita porque le gusten los santos y la virgen. Sobre todo, si mi abuela me apoya, entiende quién soy y me trata en femenino, como es el caso.

P.– ¿Su abuela siempre la aceptó?

R.– Pues de mis dos abuelas, Margarita siempre me aceptó y lo hizo de una manera orgánica. No me pidió explicaciones, porque independientemente de si quería que se refiriera a mí en femenino, ella sabía que yo era otras muchas cosas. Pero luego tenía otra abuela que era bastante homófoba. Lo cual entraba bastante en conflicto con su nombre porque se llamaba Priscila: la travesti más importante del porno mundial (risas)

P.– ¿Y sus padres?

R.– También me aceptaron desde el primer momento. Siempre lo entendieron.

P.– ¿Y si no lo hubieran hecho?

R.– Yo estoy por encima de todo eso. Aunque me hubiera dolido, claro. Piensa que siempre estás expuesta a que gente a la que quieres y valoras te puede dar la espalda cuando descubren que no eres Iván sino Samantha.

P.– Le quiero preguntar sobre este nuevo disco, Música para muñecas. ¿Por qué le interesaba reivindicar el término "muñeca" como título del álbum?

R.– Proviene del inglés "doll", que es un término acuñado en los años setenta en la cultura anglosajona que hacía referencia a las mujeres trans que se habían sometido a muchas cirugías: como estaban llenas de plástico, las llamaban muñecas. Y es un homenaje a esa cultura queer que supuso un acto de resistencia muy importante en la historia. Y creo también que las muñecas representan todo aquello que alguna vez soñamos con ser, como es la feminidad. Algo que siempre nos han negado y que nos ha enfrentado a la violencia. Muchas hemos querido ser la muñeca con la que no nos han dejado jugar de pequeñas. Y, además de esta reivindicación, también quería contar a través del baile y la música electrónica otras realidades a las que nos enfrentamos como son la precariedad o el fracaso. El disco está cargado de muchas sombras donde vernos reflejadas.

P.– Hablando de sombras, en alguna ocasión ha contado que antes desayunaba una mimosa y se iba de fiesta. ¿Qué relación ha tenido con las drogas y la adicción?

R.– Creo que he tenido una relación muy tortuosa con la fiesta. Pero también porque he trabajado mucho en la noche y eso ha tenido consecuencias. Para mí, el mecanismo de autodestrucción ha sido el caos. Soy una persona que ha buscado, de manera inconsciente, enfrentarse a situaciones muy caóticas para generarme un dolor más grande del que ya estaba sintiendo. Y la realidad es que ni esa pena ha desaparecido, ni ese dolor te ha hecho encontrar consuelo. Al contrario, te hace tener dos dolores. Y al final, desprenderte de eso requiere de mucho trabajo y es un aprendizaje con el que aún continúo

Samantha Hudson durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Samantha Hudson durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Sara Fernández E. E.

P.– ¿Es una especie de analgésico autodestructivo?

R.– Sí, creo que muchas veces recurres a entornos de ocio y drogas de manera autolesiva para alejarte de una realidad que te disgusta profundamente. Es una forma de sobrevivir a la incomprensión, a encajar en un mundo y en una ciudad que a veces no parece hecha para ti. Y eso es muy difícil. Y un día tomas conciencia y te haces preguntas que no te apetecía hacerte para encontrar respuestas que necesitabas.

P.– Ya que habla de encajar, ¿ha recurrido al sexo como forma de sentir una validación externa y sentirse aceptada?

R.– El sexo es algo que me ha generado mucho desconcierto algunas veces. Mi identidad de género está atravesada lógicamente por mis relaciones sexuales. Y mis relaciones, al ser una persona LGBT, quedan enclaustradas en cierta clandestinidad, o en el estigma, así que te enfrentas a esas situaciones desde un punto de vista hostil, doloroso y violento. No recibes educación sexual, no hay referentes, y tienes muchas preguntas y muy pocas respuestas. Así que, más que utilizarlo para sentir validación, creo que ha sido una manera de autodestruirme

P.– ¿Ha tenido tan malas experiencias como para llegar a pensar eso?

R.– Sí, y el problema es que aprendes a sentirte cómoda en la violencia, a repetir una y otra vez ese trauma. Hasta el punto de que te llegas a sentir desconcertada cuando tienes una relación sexual agradable, satisfactoria y con un vínculo honesto. Y es una lacra de la que me he ido desprendiendo. Te das cuenta de que puedes imponer tus límites y entender que no es necesario exponerse a todo eso.

P.– El machismo imagino que ha tenido mucha culpa en esas relaciones tóxicas de las que habla.

R.– Sí, sin duda. Ese machismo que te utiliza.

P.– ¿Se ha sentido alguna vez un fetiche sexual?

R.– Me he sentido un fetiche y también me he sentido como algo vergonzoso que los hombres esconden. Me ha pasado de ligar con una persona y que luego te bloquee en Instagram porque se avergüenza y no quiere que nadie sepa que se ha acostado contigo. Incluso también me ha pasado de llegar a tener citas y que esa persona no entienda tu identidad de género.

P.– ¿Era consciente de ello cuando mantenía esas relaciones?

R.– Quizá sí, pero he acabado normalizando muchas situaciones de abuso porque piensas que es lo que te mereces. Y porque crees que esa es la única realidad sexual que vas a poder conocer. He llegado a hacerlo con gente que no me atraía simplemente porque he pensado que nunca voy a poder aspirar a algo mejor. Todo eso es una mochila que cargas y parece que nunca podrás deshacerte de ella, hasta que un día rompes con el ciclo del trauma. Porque te das cuenta de que es una violencia que viene del otro lado, y es una responsabilidad saber identificar esas violencias y saber poner tus límites y conocer cuando inconscientemente tu cuerpo está pidiendo socorro

Samantha Hudson durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Samantha Hudson durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Sara Fernández E. E.

P.– ¿Ha renunciado a ese tipo de sexo vacío y superficial?

R.– No he renunciado a él. Simplemente he renunciado a la violencia que lo envuelve. Y ya sé que con este hombre no me tengo que ir, o este comentario no lo tengo que aceptar. A veces no sabes lo que quieres, pero ahora ya sé lo que no quiero. Y lo que no quiero es todas estas relaciones cargadas de violencia. Nos han enseñado que nuestro cuerpo, el de las personas trans, no nos pertenece. Así que estás a merced de tu contexto.

P.– Hablando de comentarios que no se pueden aceptar, le quiero preguntar por aquella serie de tuits polémicos que publicó en 2015. (Uno de ellos, decía: "Quiero hacer cosas gamberras, como meterme a una niña de 12 años por el ojete") ¿Por qué puso aquellos tuits? ¿Cuál era la intención? Quería provocar?

R.– Bueno, era una adolescente que pretendía seguir la corriente del momento. En 2015, en Twitter, hubo un auge de un tipo de humor descabellado y macabro. Había casi una competición para ver quién hacía el comentario más desafortunado sobre los temas más delicados. Y yo lo hice. Pero lo hice sin pensar lo que decía, lógicamente. De hecho, también hubo un tuit en el que decía que todos los tuits eran ciertos y que además iba a quedar con un neonazi para tatuarme una esvástica. Dejaba claro que era sarcasmo

P.– ¿Qué pasaría si hoy los publicara?

R.– Pues hoy, por suerte, ya no se publican ese tipo de cosas. Y hoy, ni loca pondría esos tuits. Porque ya no soy esa persona. Y ya he pedido perdón y me siento responsable de la parte que me toca. Aún así, se habla mucho de esos tuits pero nunca se ha puesto en contexto que yo era menor de edad. Y era una menor de edad que no quería provocar con eso, simplemente quería hacer humor. Un humor que no lo es, y que no volvería a hacer. Y por supuesto no era manifestación de un pensamiento real que yo tuviera, que es lo que se ha dado a entender en muchas ocasiones. Han querido destruir mi reputación diciendo que yo era una pedófila, encima siendo menor de edad. Lo cual es absurdo.

P.– Ahora que se habla mucho de la cultura de la cancelación, ¿es mucho más comedida a la hora de opinar sobre ciertos temas? ¿Es más consciente de cuándo puede hacer daño?

R.– Sí, pero no a raíz de esos tuits. Sino a raíz de un crecimiento personal, en el que he comprendido que no podemos ser víctimas de la polarización y que hay que andarse con mucho cuidado. Asimismo, el algoritmo de las redes sociales no nos pueden arrebatar un espacio de reflexión y debate más amplio

P.– ¿Ha sentido miedo de que la hayan podido cancelar en alguna ocasión?

R.– No, porque no creo en la cancelación. No sirve de nada. Cancelamos a gente que luego recibe premios y forma parte de instituciones. Roman Polanski sigue ahí, a pesar de todo. Perseguir a un individuo te puede servir para que ese individuo cambie de postura, pero al final va a haber un pensamiento más amplio que estará por encima de ese individuo.

P.– ¿Cómo sería Samantha Hudson viviendo en silencio, en el anonimato, pasando desapercibida?

R.– Pues viviría mucho más tranquila. Pero creo que desde hace tiempo elegí no vivir en la tranquilidad, y estoy comprometida con esa decisión.

P.– ¿Es feliz ahora mismo?

R.– Ahora mismo estoy feliz. Serlo es una concepción errónea. Creo que la felicidad no es un estadio último al que llegas como una especie de meta. La felicidad es una emoción transitoria, al igual que el resto. Pero no sé si lo que estoy buscando es la felicidad.

P.– ¿Qué es lo que busca?

R.– Pues todavía no lo sé. Supongo que intentar hacer lo correcto.

P.– ¿Y qué es lo correcto?

R.– Sentir que estoy donde tengo que estar. Haciendo lo que tengo que hacer. Y siendo quien tengo que ser.

P.– ¿Lo está consiguiendo?

R.– A veces creo que sí, y otras me siento alejada de ese cometido.

P.– ¿Qué la aleja?

R.– Creo que nada en particular. Al final creo que todo lo que somos está atravesado por la trayectoria vital. Así que voy a intentar respetar cada momento de mi vida y hacer las cosas lo mejor posible y pretender que eso sea suficiente.