Se veía rodeado cada vez por más gente y ella aún no había llegado. Entonces pensó que quizás no debería haberse citado con ella en la misma Plaza del Museo frente a la entrada de Bellas Artes. Aún quedaban casi dos horas para la salida de la procesión, eran las siete de la tarde.
Era una tarde primaveral y olía a azahar y jazmines junto a las fragancias de las chicas dieciochoañeras que elegantemente vestidas se habían situado en un lugar estratégico frente a la puerta de la iglesia debajo de un árbol. En aquellas fechas no había teléfonos móviles y la única forma de encontrarse con su amada era presencialmente. Él comenzaba a preocuparse porque la afluencia era cada vez mayor aunque la mayoría de la gente iba y venía y solo algunos permanecían en el mismo lugar.
Su inquietud también provenía de la discusión que habían tenido el Domingo de Ramos por una cuestión sin demasiada importancia pero que sí la tenía para ella. Llevaban un año saliendo formalmente y era su novia, por lo que no creía que lo fuera a dejar tirado allí un lunes santo. Además, podía verlo algún amigo o conocido y preguntarle qué hacía ahí sólo. Podría decirles que esperaba a Sonsoles pero si comprobaran después que permanecía en medio de la muchedumbre sólo, ya no tendría argumentos.
El tiempo transcurría y muchos espectadores se agolpaban en el mismo lugar donde estaba Victorio para ver salir al Museo. No eran aquellos años como estos, en los que no cabe un alfiler en el centro de Sevilla y la policía debe vigilar que no se atraviese de un sitio a otro por los lugares prohibidos delimitados por vallas metálicas y la presencia disuasoria de la autoridad.
Victorio no disfrutaba en aquellos entonces de los dos balcones donde hoy lo invita su amigo Miguel en la primera planta de su casa y ven algunos días pasar hasta seis cofradías con sus miles de nazarenos. Hoy día, no le hubiese importado ver salir una cofradía sólo, concentrándose en lo que realmente importa, el Señor y la Virgen. Sin embargo, a sus veintiséis años era más tímido y pensaba más en el qué dirán.
¿Dónde se habrá metido Sonsoles? Ya daba por hecho que ella no vendría y si estaba en la plaza difícilmente se encontrarían porque ya iba anocheciendo, refrescaba y el cielo se tornaba de celeste en un azul claro. Ya se veían las fachadas iluminadas y los faroles encendidos junto a la entrada de la iglesia.
Notaba Victorio un nudo en el estómago cuando escuchaba los tambores y trompetas lejanos de otra cofradía que debía estar pasando algunas calles atrás mientras quedaba escasa media hora para que saliese la cruz de guía del Museo.
Apenas quedaban huecos alrededor y las conversaciones desenfadadas y alegres de la gente adquirían ahora más relevancia. Unos hablaban con su mujer y su hija, otros hablaban con sus novias y aquellos dos matrimonios de personas mayores dudaban en adelantarse un poco para estar más cerca de la salida. Un grupo de amigos de unos veinte años fumaba tabaco rubio y le recordaban que ya llevaba casi un año sin fumar: le apetecía dar alguna calada para calmar su ansia.
Sonsoles definitivamente no llegaba ¿Qué hacía? ¿Debería marcharse ahora y abrirse paso a través de la gente? Ese sería el momento propicio pues esperar más tiempo haría una labor casi imposible salir de la aglomeración. Decidió irse, no le apetecía ver salir una de sus cofradías favoritas y que tantos recuerdos le traían sin la compañía de su novia. Tenía los ojos llorosos pero no quería que la gente le viese así, seguro que habría algún conocido entre toda la gente junto a la que pasaba. La fachada barroca del museo luce amarilla por el efecto de las luces.
Muchos corren en sentido contrario al de su marcha y aunque le apetecería dar la vuelta no desea hacerlo y alguna lágrima le cae. En ese momento escucha su nombre y aunque la voz le resulta familiar no es consciente en esos instantes de que es su amada quien acaba de nombrarle. Una cara sonriente y dulce se acerca a la suya y le estampa un beso en la boca que le sabe a gloria.
Entonces no le importa ya desahogarse llorando, caen sus lágrimas de alegría cuando suena la marcha de la banda de Salteras al acercarse a la salida el Cristo de la Expiración, antecedido por nazarenos con velas. Se hace un gran silencio y solo hay un murmullo seguido de tres golpes cuando cogidos de la mano se acercan los dos para ver salir al Señor oyendo los pasos de los costaleros y el "¡Mu poquito a poco!" del capataz; siguen los pasos, algún niño llorando de fondo, "¡Pararse ahí!", "¡Venga de frente con él!" "¡Izquierda alante" y el himno de España que encoge el corazón apretando cada vez más fuerte la mano de ella disfrutando de la majestuosidad del Cristo de la Expiración. Otra vez el silencio.