
"Bajo el cielo de Shiraz", de la serie de obras 'Sharok et Arthur', de Alireza Shojaian. Foto: Centre de la Vieille Charité / Bing Xu Collection
La historia del tatuaje: del lumpen y la marginalidad a los museos
El tatuaje y su consideración social ha variado a lo largo de los siglos. La exposición 'Tattoos. Histories of the Mediterranean' y los libros 'El cuerpo anunciado' y 'Curar la piel' dan buena cuenta de ello.
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"Queequeg era… un hombre tatuado. Su cuerpo era una masa de tatuajes, como una antología griega, con una historia de su vida en cada línea y figura". Así se describe al arponero de origen maorí de Moby Dick. También su rostro, cubierto de motivos tradicionales de su cultura, llama la atención de Ismael, el protagonista de la novela de Herman Melville, publicada en 1851. Casi dos siglos después, seguimos leyendo la piel aunque su aceptación es radicalmente diferente.
¿Qué nos cuentan los cuerpos tatuados, de dónde viene esta práctica y cómo ha cambiado su sentido a lo largo de los años? El tatuaje ha sido motivo tradicional de algunas culturas como la inuit y símbolo del lumpen y la marginalidad en diferentes momentos de la historia. En la actualidad vive su mejor época: proliferan los estudios y artistas dedicados a ello, surgen nuevas técnicas y se ha convertido en motivo de ensayos y exposiciones artísticas.
Muestra de ello es Tattoos. Histories of the Mediterranean, exposición que acaba de inaugurar en el Centre de la Vieille Charité de Marsella y que plantea un recorrido histórico y antropológico que empieza en el Egipto faraónico y llega hasta la actualidad. El tatuaje, sugiere, no es solo una forma de expresión estética sino archivo, identidad, cicatriz y amuleto. Algo similar plantean Pablo Cerezo en El cuerpo enunciado (Siglo XXI editores) y Nadal Suau en Curar la piel (Premio Anagrama de Ensayo). Si bien el ensayo de Cerezo aborda el tatuaje desde la teoría del cuerpo y Suau desde el duelo y la autobiografía, ambos tienen algo en común: tatuarse es narrarse.
Ritos funerarios, prohibición y marginalidad
La exposición de Marsella traza un recorrido desde el antiguo Egipto, cultura en la que se han encontrado momias adornadas con motivos geométricos y simbólicos, vinculados a la protección, la belleza, la religión y la fertilidad. Se cree que muchas de aquellas mujeres fueron sacerdotisas, músicas o bailarinas aunque también podrían simbolizar la transición a la adolescencia o marcar rituales funerarios.
Sin embargo, la cultura griega clásica cambió radicalmente su significado: de lo espiritual, el tatuaje pasa a ser un castigo, una forma de control social a través de la inscripción forzada de criminales, esclavos y prisioneros. Y en la Roma imperial, la piel se convierte en superficie legal: se inscribían las palabras fugitivus hic est en la piel de los esclavos fugitivos y, según algunas crónicas, el emperador Calígula marcaba con su nombre a los enemigos capturados en las batallas, convirtiendo el cuerpo ajeno en posesión y botín.
"El tatuaje tiene un vínculo estricto con la política, toda la historia de los cuerpos es política. A lo largo del tiempo los usos han sido distintos pero han servido para marcar a los presos y a los esclavos", recuerda Cerezo. El poder no solo quería mostrar su dominio, también se buscaba visibilizar la extensión de su mano: "No solo se trata de demostrar que eres un ladrón sino que se vea qué les pasa a los ladrones".

'Un jour j'ai reve d'une etoile', una de las obras disponibles en la exposición 'Tattoos. Histories of the Mediterranean'. Foto: Meziane Djaout
Con la llegada del cristianismo como religión oficial en el año 313 d.C., el cuerpo comienza a ser considerado un templo divino. Entonces, "se impuso la creencia de que el hombre estaba hecho a imagen y semejanza de Dios y el emperador Constantino prohibió los tatuajes en la cara de acuerdo con el principio de que cualquier incursión sobre la piel suponía profanar la creación divina", escribe en El cuerpo enunciado.
Sin embargo, tanto la exposición como el ensayo de Cerezo ponen de manifiesto cómo algunas comunidades mantuvieron la tradición del tatuaje: los coptos se tatuaban cruces en la muñeca para reconocerse entre ellos y algunos soldados cristianos inscribían su piel para asegurar una sepultura según su fe en caso de fallecer en combate. Entrado el siglo XV, fruto de los viajes coloniales, el tatuaje se fue transformando en un relato racializado y las culturas americanas, africanas y asiáticas que lo utilizaban como ritual, fueron consideradas bárbaras, primitivas e inferiores.
No obstante, como explica Cerezo en su ensayo, el tatuaje volvió a Europa en barcos de la marina inglesa con el capitán Cook, que "documentó con detalle su encuentro con los pueblos tatuados". Si bien Cristóbal Colón y Álvaro Mendaña reflejaron en sus diarios estos descubrimientos, Cook trajo a bordo de sus barcos a "ejemplares exóticos tatuados". Durante estas expediciones, los marineros, embarcados durante semanas, comenzaron a imitar estas prácticas y desarrollaron su propia simbología: estrellas polares, anclas o nombres de mujer.
Más tarde, en el siglo XIX, "con los cambios en los regímenes penales y en la justicia, el tatuaje se usa para marcar a los cuerpos disidentes y desviados y también se convierte en una admonición del crimen", apunta Cerezo. Ahora, los cuerpos tatuados se corresponden con lo marginal: presos, militares y prostitutas. Sin embargo, como sostiene Foucault, donde hay poder hay contrapoder y, como apunta el ensayista, "tanto el lumpen como otros sectores de la sociedad le dan la vuelta y hacen del estigma una forma de orgullo".
El tatuaje hoy: del lumpen a la aceptación general
Tanto la exposición de Marsella como el libro de Pablo Cerezo trazan también el presente de este arte que ha encontrado su esplendor en los últimos años. "Desde los años 70 la economía permea todos los aspectos de la vida, tenemos que trabajar como si fuéramos un producto que tiene que venderse. Vivimos el new age y la individualización de algunos problemas y ahí entra el tatuaje como vehículo para diferenciarnos, para ser seres exclusivos", sostiene su autor.
A partir de los años 90, los cambios en la sociedad, en la relación con el trabajo y la identidad tienen también su impacto. "Nadal Suau habla de Janis Joplin, es en esa época cuando más se evidencia", asegura Cerezo, que también habla del futbolista David Beckham como figura que inserta el tatuaje en la esfera del mainstream. Si bien hasta entonces el tatuaje se asociaba al lumpen, hoy se ha convertido en algo habitual: "Hace 20 años era raro ver a alguien tatuado, ahora es difícil no verlos".
En Curar la piel Suau refleja algo similar: "Hubo un tiempo en que hacerlo significaba algo concreto y universal, tal y como refleja la cultura popular: peligro, exceso, libertad o pertenencia limítrofe, una militancia que partía en dos mitades al entorno, la mayoría escandalizada y la minoría cómplice". Desde que se saca del ámbito de lo marginal, "que no deja de ser un proceso de apropiación o expropiación cultural, se empieza a utilizar por gente que no viene de esos mundos donde circulaba", añade Suau. Ahora, sin ese componente de peligrosidad.

'Le Tatouage du matelot', de Constantin Jean Marie Prévost. Foto: Mairie de Toulouse, Musée des Augustins
En la actualidad, la tinta se ha convertido en un vehículo de expresión. "Los tatuajes cambian y también la manera de hacerlos. En un momento dado las clases medias se apropian de ello pero ya no se tatúan 'amor de madre' en el brazo", amplía Cerezo. Se ha pasado del tribal y el old school a lo minimalista, la línea fina y el microtatuaje. Todas estas técnicas han diversificado los públicos y "lo interesante es que tiene que ver con los cambios sociológicos y de identidad, la subcultura del tatuaje define sus estilos". La industria del tatuaje es diversa y los significados los aporta el tatuado, "ya no hay un lenguaje compartido, sino una lógica de la personalización", defiende este último.
En este sentido, Suau admite que un tatuaje puede surgir de un intento de "retener en tu piel un estado de ánimo, un momento de tu vida mediante un código que se traduce en un motivo visual. Este busca explicar lo que ocurrió, o no busca explicar nada, aunque inevitablemente tiene algo de interpretación", arguye.
Si bien hace unos años los cuerpos tatuados eran la excepción y generaban rechazo incluso inseguridad, hoy la tinta está aceptada. "El debate generacional con los padres se sigue dando y aunque tatuarse ya no es algo subversivo, hay cierto matiz heredado del cristianismo, de esa idea del cuerpo como templo que tenemos que cuidar y que sigue afincado en nosotros", recuerda Cerezo.
Como en todas las manifestaciones culturales y artísticas, el paso del tiempo ha situado este arte en otro estadio y, como escribe Suau, "el tatuaje se generalizó, se multiplicó y se diversificó en docenas de estilos, un proceso de apenas medio siglo que ha debilitado su condición disruptiva y la polarización del impacto que causa en la sociedad".

Una fotografía de Lazhar Mansouri disponible en la exposición marsellesa. Foto: Lazhar Mansouri, cortesía de Westwood Gallery NYC
No obstante, actualmente la última barrera del estigma se encuentra en el rostro. "Es una declaración de intenciones. La gente que se tatúa la cara trata de mostrar que no tiene que volver a pasar por una entrevista de trabajo. La cara es ahora lo que antes eran los tatuajes en general", explica Cerezo. Y Suau corrobora esa idea: "la cara tiene un componente de identidad muy fuerte y puede suponer un problema para gente de clase media. En el barrio, el tatuaje, como las uñas largas, puede significar que no se plantean trabajar en un supermercado, o que son cantantes urbanos. Otro lugar en el que no representa un problema es en las altas esferas: un diseñador gráfico, un empresario moderno, personas con trabajos creativos bien remunerados que pueden permitírselo".
El tatuaje: un pacto con el tiempo y un ritual de sanación
Frente a la mirada histórica y sociológica del ensayo de Pablo Cerezo, en Curar la piel Nadal Suau propone una lectura más íntima y autobiográfica y lo aborda como un espacio emocional, lugar de duelo y memoria. De hecho, al inicio del ensayo asegura que el tatuaje es una relación mortal con el tiempo. "Casi todo lo que hacemos los seres humanos, y todo lo artístico, se resume en que somos mortales y, conscientes de serlo, escribimos, pintamos e incluso organizamos revoluciones".
En el ámbito del tatuaje, sigue existiendo cierto poso tradicional, el de rito de paso: la llegada a una determinada edad, dejar constancia de haber cumplido una aventura o un reto y, "lo más contrario al espíritu de nuestro tiempo es la perdurabilidad", incide el ensayista y crítico literario, porque el tatuaje está llamado a perdurar toda tu vida en una cultura atravesada por todo lo contrario, con vínculos afectivos que tienden a no ser para siempre". En este sentido, el tatuaje "es un empeño en decir que hay cosas para siempre y este interés es una especie de hastío en torno a la idea de que todo tiene fecha de caducidad".

'Harem Revisited #32', de Lalla Essaydi. Foto: Lalla Essaydi / Edwynn Houk Gallery
En el caso personal de Nadal Suau, el escritor refleja cómo muchas de sus piezas han nacido de momentos de dolor o de transformación convirtiendo al tatuaje en una vía de sanación espiritual. "En momentos de pérdida o transformación, son una herramienta de acompañamiento. Cuando perdemos a un ser querido siempre se dice que lo vamos a recordar siempre. En este aspecto el tatuaje es una manera de rubricarlo, un compromiso con la memoria, la biografía y la comunidad", explica.
Aunque ya no tiene por qué significar la pertenencia a una comunidad, para él "es un elemento con potencial de crear comunidad, de contribuir a establecer vínculos y, además, se relaciona con la existencia del otro, que lo mira e intenta descifrar". Este interés por descifrar estos nuevos códigos culturales han llevado al tatuaje al mundo literario, donde vemos una gran proliferación de títulos como los de Pablo Cerezo y Nadal Suau, pero también otros como Filosofía del tatuaje (Altamarea), de Federico Vercellone, o títulos más artísticos como Tatuaje. Una nueva generación de artistas (Phaidon). Por supuesto, también ha sido motivo de exposiciones como la de Marsella o Tattoo. Arte bajo la piel, que pudo ver en CaixaForum.
"El tatuaje estaba de moda hace 10 o 15 años, en su pico más alto los museos no sienten interés por ello, ocurre cuando ya es irrebatible. No creo que el tatuaje se vaya a volver minoritario o marginal en un futuro próximo pero puede que haya un bajón de la ola", intuye Suau.
Para Ismael, Queequeg era una antología griega, hoy nos fijamos en los cuerpos y los tratamos de leer como si fueran libros. De castigo a curación, de estigma a manifestación artística. En un mundo atravesado por la fugacidad, tatuarse es apostar por algo que permanece.