Martín Caparrós en su casa de Torrelodones (Madrid)

Martín Caparrós en su casa de Torrelodones (Madrid) Rodrigo Mínguez

Letras

Martín Caparrós: "La izquierda se ha vuelto una fuerza conservadora, quiere que todo siga como está"

Conversamos con el escritor acerca de la tormentosa historia de Argentina, la deriva política actual, la amenaza de la inteligencia artificial, el desprestigio de la cultura, el periodismo, el fútbol, Dios… y la obstinada presencia de la muerte.

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Es uno de esos pocos escritores tan valorados por su obra como por la profundidad de su ideario. Un pensador que publica novelas, ensayos, crónicas, artículos… Un viajero irredento al que una enfermedad, recientemente, lo detuvo en seco. Postrado en una silla de ruedas, convive con la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), consciente de que a su vida solo le queda una aventura, la de escribir.

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) no quiere ser tratado con compasión el tiempo que le resta de vida y, a su muerte, tampoco le gustaría convertirse en "ese héroe de la época: la víctima", tal y como confiesa en Antes que nada (Random House), sus memorias. Sin embargo, cuando se le ocurre una idea brillante, siente "pena" por "que alguien así se tenga que morir tan pronto".

Publicada a finales de 2024, su autobiografía fue la manera que escogió de anunciar al mundo el fatal diagnóstico de una enfermedad sin cura posible. Resulta difícil encontrar un gesto que evidencie tamaño compromiso con el oficio: escribir hasta la muerte, sin más, porque "escribiendo soy yo, todavía yo".

"Voy a morirme pronto: unos años, me dicen estos señores, para no arriesgar cifras", explica en su nuevo libro, Sindiós (Debate), ensayo breve –mejor decir esencial– concebido como una reflexión acerca del impacto social y económico de las religiones. Su reciente lanzamiento propicia esta entrevista, de la que no araña un solo minuto –con el valor que ahora tienen– ni escamotea una sola cuestión, como si a lo largo de su carrera no se hubiera pronunciado ante todas.

Hijo de un exiliado español y una psicoanalista argentina, se formó en el periodismo junto a su compatriota Rodolfo Walsh. Consagró su vida a la escritura y, aunque considerado un maestro de la crónica, toda su obra, de raigambre autobiográfica, tiene vocación universal y está marcada por su singular visión del mundo.

Los viajes, cruciales en su trayectoria, le llevaron a denunciar el hambre y el horror de la violencia, después de haber militado muy joven en las FAR, grupo integrado en el movimiento revolucionario peronista, y haber vivido la experiencia del exilio.

Más de medio siglo después, todo es bien distinto. Caparrós apura su existencia entregado a la escritura. "No es que me falten libros para publicar, sino que escribo más que lo que la industria desea", bromea, pero la realidad es que tiene "ocho o diez" obras inéditas. "Paso buena parte de mi vida dedicado a eso, y más ahora que me resulta mucho más complicado viajar", explica a El Cultural.

Pregunta. ¿Es lo que más echa de menos en esta situación?

Respuesta. Bueno, y la facilidad con la que uno hacía cosas que de pronto ya no puede hacer: levantarme para dar una vuelta, caminar un rato bajo los árboles que hay en mi calle o ir hasta la cocina a buscarme un vaso de agua sin que todo eso sea una movida. Lo que más echo de menos son todos esos gestos absolutamente menores de la vida a los que uno no les hace ningún caso, a menos que, como en mi caso, te falten.

»La cuenta es fácil, yo tenía dos medias vidas: una consistía en viajar y la otra en estar sentado en mi escritorio y escribir. De la primera me queda muy poco, pero por el momento la segunda la sigo teniendo casi plenamente.

P. ¿La enfermedad aún no le afecta a la hora de escribir?

R. A veces tengo problemas para teclear. Cuando pasa eso, dicto, y por suerte las máquinas aprendieron a escuchar a las personas. El único efecto secundario es que si estoy dictando no puedo escuchar música, porque interferiría. Pero si ese fuera todo el problema, no sería muy grave. Además, es interesante escribir dictando, porque te obliga a escuchar aún más la música de lo que estás escribiendo, cosa que a mí me importó siempre. Ahora que la escucho con todo el volumen, es como si se le agregara al texto una dimensión más.

P. ¿Qué hace "un ateo sin remedio", como usted mismo se denomina en su nuevo libro, escribiendo sobre Dios?

R. Las religiones siempre me han impresionado y en los últimos años me di cuenta de que esa idea de que estaban deshaciéndose es bastante falsa. Resulta que nueve de cada diez seres humanos creen en alguna religión. Por supuesto, eso cambia mucho según los lugares. En España, por ejemplo, la religión ha bajado muchísimo en las últimas décadas. Pero en el mundo, en general, no.

»Me impresiona mucho, además, que haya una institución como la Iglesia que ya lleva dos mil años haciendo creer a las personas cosas absolutamente inverosímiles, con perdón de quienes las crean. Es un dato muy fuerte de nuestra cultura. Además, gracias a esas creencias han impuesto unas normas de conducta insostenibles durante siglos y siglos. Son los que han dicho cómo había que vivir, comer, follar, relacionarse con los otros, aceptar a los reyes o a los demás poderes, creer en lo increíble… Es una escuela de pensamiento, de sumisión y de dejación de cualquier espíritu crítico extraordinaria.

P. Para explicar el repunte de las religiones en el último medio siglo, después de que en los años 70 parecían estar condenadas, habla de una "idea de futuro arruinada", pero ¿quizás es que la humanidad es mucho menos dueña de sí misma que hace cincuenta años? Tal vez no sea casual que al mismo tiempo triunfen los populismos, que seamos más fácilmente manipulables…

R. Por un lado, la religión, sobre todo la católica y la cristiana en general, ha cambiado de centro de gravedad. En países que han sido las grandes bases, como Italia, Francia, España, incluso Alemania, la religión católica ha perdido mucho, al contrario que en América Latina y África, o sea, zonas mucho más pobres. El hecho de que la religión disminuya con la prosperidad y aumente con la pobreza es muy revelador.

Martín Caparrós en el jardín de su casa de Torrelodones (Madrid)

Martín Caparrós en el jardín de su casa de Torrelodones (Madrid) Rodrigo Mínguez

»Por otro lado, efectivamente hay una relación entre creer en un cura que te cuenta una historia inverosímil y creer en un político que te cuenta una historia inverosímil. En ambos casos estás aceptando que la verdad es lo que te dice otro, dejando de lado tu juicio, tu razonamiento, tu poder de crítica.

P. Esto remite a algo que dice en sus memorias: en los años 60 Argentina todavía era un país que creía en sí mismo. ¿En qué momento se rompe ese lazo entre la gente y su idea del país?

R. Es un proceso largo, pero también creo que desde 1880, cuando empezaron a llegar las grandes cantidades de inmigrantes europeos, Argentina era el país del futuro, nadie dudaba de que alguna vez iba a llegar a ser grande. Y eso se rompió entre 1976 y 1990. El golpe de Estado de Videla sentó las bases de un país que no funciona. Trataron de anular todo el proceso económico que había tenido Argentina en los cincuenta años anteriores.

»Primero era un país agroexportador de trigo, carne y esas cosas, y a partir de los años 20 trató de armar una industria, una infraestructura económica de transportes que en general funcionó. Pero los militares dijeron: "No, volvamos a ser un país agroexportador. En las fábricas hay muchos problemas, los obreros se rebelan, así que vamos a volver a sembrar lo que se pueda y a venderlo por ahí". Eso cambió radicalmente la estructura social y económica de Argentina.

"Argentina no funciona. Hay chabolas en las que ya han vivido tres o cuatro generaciones"

»Antes era un país donde la enorme mayoría de la población estaba más o menos integrada. A partir de 1990, un tercio de la población quedó fuera de la sociedad, gente sistemáticamente pobre que no tiene, en general, la expectativa de cambiar de vida. Actualmente, hay chabolas donde ya han vivido dos, tres y hasta cuatro generaciones. El corralito o Milei son efectos de ese gran cambio estructural que se dio en los años 70.

P. Sin embargo, ha sido muy crítico con la izquierda argentina de aquellos años.

R. Yo fui muy crítico con la militarización de esos movimientos, efectivamente, porque les hizo perder su contacto con las mayorías, pero eso no legitima lo que hicieron los militares. Eso es lo que los militares dicen. Les dio la excusa para intervenir. Si uno mira con un poco de detalle, entre la mayoría de las víctimas de la violencia militar, de los secuestros y asesinatos, hay un porcentaje muy alto de delegados sindicales, maestros y gente que no tenía nada que ver con la lucha armada.

»La autocrítica mayor que tiene que hacerse la izquierda de entonces es no haber sido de izquierdas. Para ser de izquierdas hay dos cuestiones decisivas: una es distribuir lo mejor posible los bienes, de modo que todos tengan lo que necesitan y nadie tenga muchísimo más. La otra cuestión es que, así como se distribuyan los bienes, se distribuya también el poder, o sea, que todas las personas tengamos derecho a decidir cómo y hacia dónde van nuestras sociedades.

»Muchas de las izquierdas en América Latina ni siquiera mejoraron la distribución de la riqueza y casi ninguna democratizó el poder. Casi todas ellas, y las pocas que quedan siguen haciéndolo, fueron monopolizadas por grandes figuras que se creían indispensables: Fidel Castro, Evo Morales, Daniel Ortega, Chávez y después Maduro... Y así en lo sucesivo. Supuestamente creen en el pueblo, pero creen también que si no están ellos, nada se va a poder hacer. Y eso no puede ser menos de izquierdas.

P. ¿Y qué autocrítica debería hacer la izquierda actual ante la ola reaccionaria? Muchos lamentan que haya perdido el espacio de la incorrección política.

R. Sí, yo diría que sobre todo perdió el espacio de la rebeldía. Ahora quien es rebelde es la extrema derecha, cuando siempre fue la izquierda la que pensó que había que mejorar las cosas. La izquierda se ha vuelto una fuerza conservadora en el sentido literal, porque pretende que todo siga más o menos como está. Pero no se puede ser conservador de izquierdas. Es una contradicción en los términos.

"La cultura ha perdido su capital de rebeldía porque ahora depende de grandes corporaciones"

P. ¿Cree que la solución ante esa explosión de la ultraderecha pasa por corregir esto?

R. Claramente. Pasa por que las fuerzas progresistas consigan armar una idea del mundo que no tenga que ver ni con la corrección ni con la conservación, sino con la rebeldía y el cambio, que es lo que siempre las caracterizó. Las izquierdas vienen de historias que las han desprestigiado mucho, así que la gente que está muy insatisfecha con los gobiernos que tiene piensa que el cambio va a venir por gente como Milei o Trump o Marine Le Pen.

P. La cultura también parece cada vez más desprestigiada, amén de su pérdida de influencia en la sociedad en las últimas décadas. ¿A qué cree que se debe?

R. Es que la cultura también ha perdido su capital de rebeldía y de crítica porque ahora depende, básicamente, de grandes corporaciones. La cultura hegemónica ahora circula a través de las series, los videojuegos, las redes sociales… Sobrevivimos unos pocos que seguimos haciendo lo mismo que se hacía en los 60: por ejemplo, escribiendo libros, como yo, aunque ya no le importamos a nadie. La palabra de un escritor hace 60 años tenía cierta fuerza pública, ahora no.

"Las religiones se inventaron para que la gente no tenga que pensar en la muerte"

P. Bueno, en España se le tiene muy en cuenta… ¿Cómo ha sido su relación con este país y cómo ha vivido su evolución, usted que lo visitó por primera vez en el ocaso del franquismo? [Acompañado de su padre, conoció a Juan Domingo Perón en su residencia madrileña]

R. Desde hace 13 años es el país donde resido, ahora con una española [la periodista Marta Nebot], y viví aquí en los años 80. La mayoría de los amigos que veo son españoles, o sea, tengo una vida española. Si comparo lo que es esta España con la que yo conocí entonces, es uno de los grandes ejemplos de evolución o de mejora de una sociedad que yo he visto en mi vida.

»Este era un lugar muy árido cuando yo lo conocí en 1970, muy gris, muy oprimente, muy silencioso, lleno de sombras y silencios. Ahora tiene problemas como todos, pero es una sociedad infinitamente más libre, más próspera y más interesante.

Martín Caparrós en su casa de Torrelodones (Madrid)

Martín Caparrós en su casa de Torrelodones (Madrid) Rodrigo Mínguez

P. No sabía que le tuviera tan entusiasmado…

R. Es que yo creo que no os dais cuenta. Tenéis todo el derecho y casi la obligación de querer que sea mejor, pero sin perder de vista lo que avanzó y lo que cambió este país en el último medio siglo. Es muy notable, yo no conozco ejemplos comparables en el mundo.

P. Tanto en España como en Argentina se vive el fútbol muy intensamente, pero lo de su país es otra cosa. ¿Esa pasión desenfrenada guarda relación con el desencanto generalizado?

R. Bueno, hay algo triste en esa pasión porque el fútbol argentino, el que se juega allí, es cada vez más malo. La razón es que a cualquier jugador de 18 años que destaca un poco lo compran afuera. Ahora ocurre con Mastantuono, pero es que siempre pasa esto. Los que quedan en la Argentina son los mediocres a los que nadie compró, o los viejos que están ya de vuelta y vienen a jugar un año en un club que les cae simpático, como Di María en Rosario Central. Que este espectáculo sea tan pobre es solo un efecto del fracaso económico del país. La hinchada es la única que sobrevive.

"Dios no va a venir a ayudarme. Toca disfrutar mientras se pueda"

P. Otra de sus grandes pasiones, el periodismo, lo hace a duras penas. Ahora su gran amenaza es la inteligencia artificial. La gran mayoría de las búsquedas a través de aplicaciones como ChatGPT o Perplexity no se corresponden con visitas a medios de comunicación.

R. Es un problema, efectivamente, porque esto hace que te entregues a la primera respuesta. Digamos que es casi religioso una vez más, por volver al tema de hace un rato: acepto lo que me diga porque ella sabe más que yo. De todos modos, la inteligencia artificial ha aprendido mucho recientemente, yo mismo uso algunas herramientas. No para el periodismo, que por ahora me basto para hacerlo solo, sino para cosas que no sé hacer. Por ejemplo, programas de inteligencia artificial para componer canciones. Estoy encantado con eso, es impresionante.

»No estoy, por tanto, en contra de su uso porque me parece que expande nuestras posibilidades. El problema es si las reemplaza. Si es así, tendríamos que buscarnos la vida para hacer cosas que la máquina no pueda reemplazar. Esa es la historia de la cultura en los últimos trescientos años: van apareciendo formas en las que la máquina es capaz de hacer cosas que antes hacíamos nosotros.

P. Si la vida es, como dice en sus memorias, "una incursión en el abismo", ¿qué diría que es la conciencia de una muerte cercana?

R. Simplemente es lo que hay. Lo que no tiene sentido es tratar de engañarse, pensando que Dios va a venir a ayudarme o me va a recibir. Para eso se inventaron las religiones, para que la gente no tenga que pensar en la muerte. Toca aceptar que es así y tratar de disfrutar todo lo posible mientras se pueda, sabiendo que se acaba, como todo.