Continúa su día a día repleto de actos y de calidad la Biblioteca Regional de Castilla-La Mancha. Afortunadamente, ha contado y cuenta con directores y directoras (especial recuerdo para Carmen Morales) que cada mes que pasa se esfuerzan por hacerlo mejor. Resultado: un nivel alto y un punto de referencia cultural para la región. En esa estela se presentaba el lunes, 9 de junio de 2025, el libro de Enrique Sánchez Lubián Los presos que construyeron la Academia de Toledo, con el subtítulo de una canción que termina diciendo "con ese olor a guerra detrás".
Enrique Sánchez Lubián se ha empeñado en descubrir una historia que creíamos que no existía, que nos habían dicho que no teníamos y que, por pereza y comodidad, nos habíamos acostumbrado a creérnoslo. Tenazmente y con esfuerzos ímprobos está reconstruyendo la vida y obras de personajes de la República, historias de la propia República y ahora de la posguerra, donde permaneció por años ese olor a guerra que sirve de subtítulo del libro. El olvido y el silencio, como en otros muchos lugares, lo practicaron los vencedores tal vez para no avergonzarse y más los vencidos para no transmitir sus sufrimientos a sus familias. Había suficiente con lo que ellos pasaron. Ahora tocaba vivir, como dijo Isabel de Paz, hija de un preso que participó en las obras de la Academia. Y es que la Academia que Warhol contempló como única obra en su vista a Toledo no había surgido de la nada. Se empezó a construir en el barrio de San Blas, arrasado previamente, para que allí creciera el actual edificio. Tan grande, tan soberbio, tan de otro tiempo. Levantado con el esfuerzo de presos condenados a muerte, recluidos en cárceles atestadas de piojos y dramas por la simple manía de tener una ideología distinta a la de los vencedores. Para estos eran individuos casi infernales, desde luego equivocados, que habían perdido su dignidad.
En los campos de concentración que Alemania esparcía por Centroeuropa se había puesto a la entrada un letrero -mítico el de Auschwitz- que decía "el trabajo os hará libres". Aquí, por influencia de la Falange y de la Iglesia Católica, el trabajo se convertía en instrumento de redención física y salvación espiritual. A los presos se les pagaba dos pesetas de las que se detraían 1,50 por mantenimiento y alojamiento. En Toledo se concentraron presos de diferentes lugares de España para construir un edificio colosal, a la medida del régimen. Y lo hicieron con mucho esfuerzo y con sus vidas en algunos casos. Según el discurso oficial, aquellos que con su ideología habían destruido físicamente España debían levantarla también físicamente en un acto de justicia que los vencedores interpretaban a su antojo.
En el acto de presentación del libro de Enrique intervino Isabel de Paz, hija de Daniel de Paz, de Los Navalucillos, pastor de profesión a la que nunca renunció y que se quedó a vivir en Toledo cuando fue liberado. Isabel de Paz, con el candor de la gente sencilla, habló de su padre, de lo poco que contaba, de la ausencia de rencor que ella ahora convierte en una apuesta por recuperar la Memoria de aquellos sucesos para que no se vuelvan a repetir. Con sinceridad ingenua repetía que nadie pueda ser perseguido ni encarcelado por sus ideas.
Tras ella, Enrique dio las claves de un libro amplio donde se recogen los nombres de más de tres mil presos que trabajaron para levantar la Academia, reconstruir el Alcázar o edificar algunos de los bloques de la Avenida de la Reconquista. El libro se convierte así en algo que supera al simple libro. Es un documento excepcional de un tiempo con olor a guerra detrás.