Pedro Sánchez saluda a Ursula Von der Leyen.

Pedro Sánchez saluda a Ursula Von der Leyen. EFE

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Pedro Sánchez se desangra en la UE: credibilidad en cuestión y baraka en picado

Pedro Sánchez no ha perdido completamente su peso en la UE, pero sí ha dejado de ser un referente para convertirse en un socio con credibilidad erosionada.

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Pedro Sánchez llegó a ser considerado uno de los referentes socialdemócratas de la nueva Europa: firme, europeísta, resiliente.

La gestión de la pandemia y su rol en el diseño de los fondos de recuperación le otorgaron una posición respetada.

Pero, desde hace un tiempo, esa imagen se ha ido agrietando. No por una crisis puntual, sino por una acumulación de gestos, decisiones y tensiones que han puesto en duda su fiabilidad como socio comunitario.

Por mucho tiempo, Pedro Sánchez jugó en Bruselas con una suerte que parecía infinita. Mientras otros se desgastaban, él resistía.

Pero esa racha ha terminado.

La negativa europea a oficializar el catalán ha sido solo el síntoma más ruidoso de un desgaste lento, acumulativo y cada vez más evidente: Europa ya no le cree, ya no le escucha y, sobre todo, ya no le teme.

Pese a que el Gobierno español puso toda la maquinaria diplomática a trabajar, el reciente portazo europeo a la oficialidad del catalán, más por parte de los Estados miembros que de las instituciones comunitarias, ha evidenciado el desgaste de capital político de Sánchez en Bruselas.

No se trata sólo de una cuestión lingüística, sino de confianza. Varios gobiernos temen que el presidente español actúe en clave interna, instrumentalizando sus relaciones europeas al servicio de su frágil mayoría parlamentaria.

El hecho de que España intentara imponer el catalán como lengua oficial en la UE en medio de un contexto de alta sensibilidad geopolítica (Ucrania, Gaza, gasto en defensa, ampliación de la UE) no ha sido bien visto. Se ha percibido como una petición particularista y, en el fondo, como una muestra del modo en que Sánchez usa la proyección europea como moneda de cambio con los partidos independentistas que sostienen su coalición.

Esta hipoteca nacionalista del gobierno de Sánchez ha tenido, además, otra muy reciente visualización negativa en Bruselas. Si los siete votos de un fugado de la Justicia han embarcado a la agenda, a través de su ministro de Exteriores, una polémica petición de cooficialidad de todas las lenguas en Europa, fueron los cinco votos del PNV los que llevaron al Gobierno español a negarse a aplicar la reforma electoral de la UE que impide obtener representación a quien no alcance un mínimo del 5% en las elecciones europeas.

En este nuevo contexto, surgen preguntas legítimas.

¿Está realmente perdiendo Sánchez influencia en Europa?

¿O se trata de una construcción interesada en el debate político interno español?

Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez.

Hay otro frente que ha erosionado fuertemente la imagen de Sánchez. Su posición ambigua sobre el gasto en defensa. En un momento en el que la UE busca reforzar su autonomía estratégica y aumentar la inversión militar frente a la amenaza rusa, España sigue siendo de los países que menos porcentaje de su PIB destina a defensa (alrededor del 1,2%, lejos del 2% exigido por la OTAN).

Aunque ha habido un aumento presupuestario progresivo, la reticencia discursiva de Sánchez (que le ha llevado incluso a dar respuestas desairadas de forma pública) contrasta con la actitud proactiva de países como Polonia, Francia o Alemania.

Esta postura genera dudas sobre su compromiso con los consensos europeos en política de seguridad. El “enfurruñamiento” al que aluden algunas fuentes diplomáticas no es tanto una oposición directa, sino una suerte de pasividad e incoherencia estratégica que siembra incertidumbre sobre la fiabilidad de España como socio.

Respecto a la política exterior de Sánchez, se percibe claramente que ha adoptado una narrativa moralista, particularmente en el conflicto entre Israel y Palestina. Su iniciativa de reconocer el Estado palestino y sus declaraciones críticas con el gobierno de Netanyahu (al que ha calificado recientemente de genocida, nada menos, ante el Parlamento) han causado incomodidad en ciertos socios europeos, especialmente en Alemania y algunos países del Este.

Aunque el reconocimiento palestino no es una línea roja para Bruselas (otros países, como Irlanda y Noruega, también lo contemplan), lo que inquieta es la forma en la que Sánchez pretende convertir esta posición en pilar de una nueva diplomacia europea.

Ese intento de liderazgo moral no puede sino generar suspicacias cuando viene de un jefe de gobierno con un historial de déficits democráticos notorios (en aspectos como la independencia de los jueces, la transparencia y los medios) y de una cascada de escándalos internos no resueltos que algunos interpretan como un patrón de corrupción sistémica.

Por otro lado, el posible bloqueo de la opa del BBVA al Banco Sabadell ha sido leído por algunos sectores europeos como una muestra de intervencionismo político en asuntos económicos que deberían regirse por criterios de libre mercado.

Aunque el Ejecutivo puede tener argumentos válidos (como la protección de la competencia o el impacto en la economía regional), en Bruselas preocupa que se perciba como una forma de controlar el capital privado para fines políticos. La Comisión Europea ha señalado con claridad el camino al gobierno de España: alinearse con las autoridades competentes.

Este movimiento refuerza la idea de que el Gobierno español, más allá del discurso europeísta, practica una política interior de trazo más populista e intervencionista de lo que Bruselas considera deseable.

Por encima de estos episodios concretos, lo cierto es que existe un desgaste acumulado que mina la credibilidad del gobierno de Sánchez ante sus socios europeos por un cúmulo de frentes.

Entre ellos, el bloqueo del CGPJ, los ataques al Poder Judicial, la reforma unilateral del delito de malversación y la tramitación de una amnistía en clave parlamentaria y no constitucional.

Hay un gran recelo en sectores jurídicos de la UE, especialmente en aquellos que defienden la independencia judicial como pilar del Estado de derecho.

Además, Bruselas ha cuestionado en diversas ocasiones la falta de claridad en la justificación del uso de los fondos NextGenerationEU. Aunque no ha habido sanciones, sí existen informes preocupantes del Tribunal de Cuentas Europeo que señalan la opacidad en los procedimientos de asignación en España.

Por supuesto, también están los escándalos que rozan el entorno personal, orgánico y gubernamental de Sánchez. A pesar de que aún no hay resoluciones judiciales, generan ruido constante.

El súbito retiro y la carta enamorada del presidente hace un año tuvieron el indeseado efecto de que los medios de todo el mundo escribieran "corrupción" y "esposa del presidente de España" en un mismo titular.

Si bien esta suma de casos no ha alcanzado aún el nivel de escándalo formal en Bruselas, a nadie se le escapa que contribuye sensiblemente a acrecentar un clima de desconfianza.

Todo lo anterior ha erosionado el aura de Pedro Sánchez en la UE. Ya no es visto como el “joven líder progresista” del sur que podía equilibrar a Macron y Scholz. La baraka europea, como se ha denominado a su suerte política, empieza a agotarse, especialmente porque ya no coincide con un momento de impulso político europeo ni con un entorno económico favorable.

Sin embargo, no se trata de que esté completamente fuera del juego. Sánchez conserva aliados clave (como el comisario socialista Paolo Gentiloni) y el respaldo mostrado a Ursula von der Leyen en 2019 no ha sido olvidado.

Además, España sigue siendo un socio indispensable en muchos dosieres europeos.

Pedro Sánchez no ha perdido completamente su peso en la UE, pero sí ha dejado de ser un referente para convertirse en un socio con credibilidad erosionada. La combinación de decisiones internas polémicas, incoherencias estratégicas y desgaste institucional ha puesto a prueba la paciencia comunitaria.

No estamos ante una expulsión tácita, pero sí ante un claro aviso de que la confianza no es infinita.

El malestar con Sánchez en Bruselas ha ido creciendo en silencio, entre sonrisas formales y apretones de manos rutinarios. No es que la Comisión o el Consejo lo hayan declarado persona non grata, sino que su capacidad para marcar agenda, seducir e influir se ha ido apagando.

Y si algo puede erosionar de forma irreversible el poder de Sánchez en Europa (además de dolerle en lo más profundo al presidente) es la pérdida de esa capacidad innata de seducción política que alguna vez lo convirtió en el interlocutor preferido del sur.

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