Aunque el resultado de las legislativas alemanas de este domingo no se ha alejado de lo pronosticado por los sondeos, la aritmética postelectoral que han arrojado es la más incierta de cuantas se recuerdan. Lo cual es bastante indicativo del carácter neurálgico de estos comicios.

El centroderecha del CDU se ha alzado con la victoria con el 29% de los votos. Honra al virtual nuevo canciller, Friedrich Merz, el haberse ratificado en su compromiso de no formar gobierno con la ultraderecha de AfD. Lo cual supondrá, después del fiasco del tripartito liderado por el canciller saliente Olaf Scholz, recuperar para Alemania la gran coalición entre la CDU y el SPD, que dirigió el gobierno federal doce de los dieciséis años de la etapa de Angela Merkel.

Es decir, se replica el equilibrio de alianzas que alumbró la nueva Comisión Europea tras las últimas elecciones al Europarlamento.

La determinación de los dos grandes partidos a explorar este pacto centrista ofrece una estimable lección para España, donde la exacerbación del cainismo entre PP y PSOE ha tornado impensable esta fórmula.

Harían bien en tomar nota del compromiso de sus homólogos alemanes con el cortafuegos que ha permitido neutralizar la influencia de los extremos, tanto a la izquierda como a la derecha, en la gobernación del país.

Aun con esta saludable vocación de seguir neutralizando el radicalismo, no cabe pasar por alto que estas elecciones suponen de algún modo el fin de la singularidad alemana, cuya vida política había discurrido por el plácido y previsible carril de la alternancia entre democristianos y socialdemócratas. Alemania no ha podido seguir sustrayéndose a la marejada de polarización y derechización que sacude Occidente.

Por primera vez en la historia moderna del país, los dos partidos moderados han sumado menos de la mitad de los votos.

El centro, representado por la FDP, se ha hundido, y se espera que el líder del partido dimita en las próximas horas. Los liberales no han superado el umbral mínimo del 5% de las papeletas que da acceso al Bundestag. Un umbral que, con todo, ha evitado la descomposición del parlamento en una docena de partidos, lo cual facilita la gobernabilidad.

La extrema izquierda de Die Linke ha subido cuatro puntos.

AfD es el partido que más crece. La extrema derecha ha duplicado sus resultados de las elecciones de 2021. Un crecimiento de diez puntos que la ha aupado al segundo puesto en las elecciones con el 20% de los votos, sólo por detrás de la CDU.

Alemania podrá reeditar la gran coalición. Pero estos números confirman que al menos tres de los consensos vertebrales de su cultura política se han resquebrajado: el tabú de la ultraderecha en un país marcado por el nazismo; la política de puertas abiertas, propiciatoria de una irregularidad migratoria que ha generado un consenso bastante transversal sobre la necesidad de endurecer el control fronterizo; y la tradición de la austeridad.

Porque se ha asentado la convicción de que sacar a Alemania de la recesión en la que lleva inmersa dos años (la más grave desde 1945) requerirá una receta de estímulos fiscales, que hará necesario derogar el límite constitucional al endeudamiento público.

Aunque se han depositado en el cambio de gobierno muchas esperanzas para relanzar la economía, la nueva coalición gobernante tendrá que acometer reformas muy profundas que no afrontaron ni Scholz ni Merkel.

Los resultados de este domingo reflejan además mucho más que un castigo a la coalición semáforo de Scholz, que ha llevado al SPD al peor resultado de su historia, cayendo desde el 25% de los votos en 2021 al 14%. 

El auge de las opciones ansistema acredita, por un lado, un problema de cohesión social fruto de un déficit de integración.

Pero también el declive estructural que afecta a la que ha sido la potencia industrial europea por antonomasia. Cunde entre los alemanes la percepción de la disfuncionalidad de un modelo socioeconómico que dejó al país muy expuesto a las fluctuaciones de la cadena de suministro global, y que agravó su vulnerabilidad apostando por una insensata electrificación y desnuclearización de su sistema productivo.

Que Alemania retome el rumbo tanto en el plano doméstico como en el internacional requiere de un gobierno fuerte que le dé estabilidad. Y la gran coalición a la que abocan estas elecciones es la vía más apropiada para ello.