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Un creador siempre trata de dotar a sus personajes de la mayor expresividad posible. Rodrigo Cortés no es cualquier creador, y por eso ha concebido un personaje que no sonríe, ni llora, ni se inmuta ante los abusones; ni siquiera cuando descalabra a uno de ellos. Es Rodrigo un tipo libérrimo en su arte: sus películas, sus libros, no siguen una sola convención. Manda sus ideas a la estratosfera a que vean mundo, se oreen, y luego las recoge de nuevo en tierra y las talla con la paciencia de un inmortal.

Esta vez, igual. Ha escrito La piedra blanda, una fabulita preciosista que ha grabado con la gubia su amigo Tomás Hijo, ilustrador de un centenar de libros y también de proyectos cinematográficos de nombres como Guillermo del Toro o el propio Cortés. En ella cuenta la historia de Pedro de Poco, un tipo que nació boca abajo y a la segunda, dándole literalidad a la idea de que es difícil sobrevivir a la infancia. La de Rodrigo no fue tempestuosa ni nada de eso, pero se confiesa más feliz de adulto, dueño ya de sus decisiones, sin tener "exámenes dos días después, ni horarios". Normal. Para que la cabeza esté en estampida, como la suya, no puede encajonarse el tiempo.

Tomás y Rodrigo son dos buenos amigos que han sobrevivido a cinco años de vaivenes creativos hasta pulir esta piedra que hoy presentan, con la complicidad intacta. El corazón que han tallado, el de Pedro de Poco, es un espectro: tiene todos los colores de haber amado y haber perdido.

Rodrigo Cortés sonríe durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Rodrigo Cortés sonríe durante la entrevista con EL ESPAÑOL. David Morales E. E.

PREGUNTA.– ¿Soy la primera que los entrevista?

CORTÉS.– ¡La segunda! Hemos cometido errores garrafales que queremos limar en la segunda, jajaja.

HIJO.– Estamos buscando el discurso todavía.

P.– Hablando de discurso, Tomás dice de Rodrigo que es extremadamente perfeccionista. Dice, concretamente, "Juro que ha llegado a cuestionar la longitud de una tilde. Tenía razón, pero, oiga, era una tilde. No sé si me explico". ¿Qué tiene que decir en su defensa?

CORTÉS.– Que una tilde lo es todo, del mismo modo que una coma lo es todo y que un ojo lo es todo. Y a la vez no es nada, pero es la suma de un montón de cosas que no importan la que marca la diferencia.

P.– ¿Pero se reconoce perfeccionista?

CORTÉS.– Es una palabra que uno acaba por no saber qué significa. Se usa como halago, como insulto, como defensa antes de un golpe… De alguna manera siento que nos dedicamos a hacer aquello que no importa, y que lo que no importa es lo que el lector o el espectador recibe.

P.– También dice [Tomás Hijo] que alguna vez se enfadaba con los cambios permanentes de Rodrigo, reconociendo que la mayor parte de los cambios iban en contra de su propio trabajo, o a favor del mismo.

HIJO.– Exactamente, en contra y a favor a la vez. En el proceso de creación del libro ha habido un montón de ideas que han ido, han vuelto, se han transformado, han demostrado funcionar mejor de otra manera y las hemos vuelto a cambiar. Y eso, cuando tienes un trabajo gráfico, cuesta reconocer a veces que funcionaría mejor de otra manera y que hay que tomar otro camino. Sí que es verdad que ha habido momentos de frustración, que a mí se me notan mucho y él lo percibía rápidamente, pero yo en cualquier caso lo superaba con mucha velocidad y mucha gratitud.

P.– Habían trabajado juntos. ¿Se puede decir que son amigos?

R.– ¡Sí!

P.– ¿Cómo se sobrevive a embarcarse juntos en un proyecto?

CORTÉS.– No hay una respuesta para eso porque depende mucho de los amigos, son químicas que funcionan o no y que no dependen en absoluto de la bonhomía ni del talento de cada cual, sino de si la cosa fluye o no. Y, con Tomás, desde el primer momento. Esta es una obra a cuatro manos, al 50% en todos los sentidos. Después de todo este ciclo amigable de idas y vueltas que explicaba él, llegamos a la Piedra blanda. Me imagino que tiene que ver sobre todo con que los dos sentíamos que lo que estábamos haciendo tenía sentido, y que por tanto merecía la pena.

HIJO.– Yo creo que hay algo inevitable y es que cuando hay dos personas a las que les gusta mucho hacer cosas, y tienen un determinado tipo de amistad, acaben haciendo algo juntos. Esto fue una especie de producto natural de toda esa relación.

CORTÉS.– Algo que nos debíamos.

Tomás Hijo durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Tomás Hijo durante la entrevista con EL ESPAÑOL. David Morales E. E.

P.– Y de la admiración también, ¿no? Porque Cortés escribe una frase muy bonita en esa suerte de prólogo en la que dice "Uno sólo admira de verdad lo que no sabe cómo se hace". ¿Podrían poner un ejemplo de una persona concreta a la que admiren por algo que no sabe hacer?

CORTÉS.– Da igual porque puede ser incluso una solución formal, como un plano por el que te preguntas ¿esto cómo lo ha hecho el director? O un escritor que en seis palabras consigue hacer resonar de forma honda la percepción del lector. Por eso uno nunca admira lo que hace porque sabe cómo se hace, cuando reconoce algo como propio reconoce el camino y las únicas cosas casi que nos gustan de nosotros mismos son las que parecen hechas por otros.

P.– Póngame un ejemplo de algo así cotidiano. ¿La tortilla de patatas de su madre?

CORTÉS.– No tengo ejemplos cotidianos, y se me da mal ser Moncho Borrajo y reaccionar a estímulos inmediatos, ¡que me lancen tres adjetivos y hacer un bolero!

P.– Estaba pensando en que la idea de cómo nos condiciona la infancia está ahí, en cómo Pedro de Poco en la primera vida no corre mucha suerte y, en la segunda, decide quedarse muy quieto por no molestar. "Desde entonces aguanto bien el frío y me quejo poco". ¿Cómo sobrevivir a la infancia?

HIJO.– Con una maravillosa inconsciencia. En mi caso no tengo recuerdo de grandes conflictos ni traumas, ni grandes percepciones de justicia o injusticia. Simplemente la atraviesas tratando de divertirte lo que puedas.

CORTÉS.– Yo no tengo la menor idealización de la infancia, de la propia tampoco, y creo que mucho de eso se vierte en el libro, que nunca idealiza, sólo muestra cosas y nunca dice si son buenas o malas. Simplemente son, porque el mundo es un lugar maravilloso y temible, y está lleno de prodigios y espantos. Y yo creo que empecé a ser más feliz cuando fui dueño de mí mismo, me recuerdo más feliz adulto, cuando las decisiones eran mías, y no tenía exámenes dos días después, ni horarios. No he tenido ningún tipo de infancia terrible ni de Dickens, tuve una infancia absolutamente normal, pero me siento más feliz adulto.

P.- ¿Es posible vivir sin miedo, como Pedro de Poco? ¿O es sólo otra coraza que demuestra el miedo que se tiene?

CORTÉS.– Para empezar no tenemos ni idea de cómo vive Pedro de Poco. Cuando tienes un personaje que no expresa, y cuyo rostro no expresa, puedes atribuirle la máscara que consideres o proyectar sobre él tu propia emoción. Lo que sabemos es que no se queja, no lo vemos reír ni llorar, y sin embargo nos da la impresión de que siente. En ese sentido es una piedra blanda. Por otro lado supongo que es inevitable vivir con miedo porque todos tenemos alguno, sea real o inventado.

HIJO.– Yo creo que es imposible, no creo que se pueda vivir sin miedo. Es una de las emociones que nos hacen como somos.

CORTÉS.– El miedo en el mejor de los casos se supera, y en el más habitual se sobrelleva.

HIJO.– En cualquier caso, ha sido muy difícil hacer una historia en la que el personaje sea completamente inexpresivo. Toda la obsesión de un dibujante es insuflar de vida, de emociones y de sensaciones a sus personajes, y tener que retirar todo eso resulta muy difícil. Ha habido mucha vigilancia sobre ese particular.

Tomás Hijo (i) y Rodrigo Cortés (d) durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Tomás Hijo (i) y Rodrigo Cortés (d) durante la entrevista con EL ESPAÑOL. David Morales E. E.

CORTÉS.– Lo que no se puede hacer con miedo es La piedra blanda, porque juega muy duro en todas sus decisiones, incluido ese viaje a través del espacio en blanco de cada uno de los grabados. Si emprendes algo así con miedo es imposible llegar a ese resultado, la propia técnica del grabado niega el miedo porque no hay marcha atrás, todo queda cincelado en una plancha para siempre, y no hay undo. Incluso con las palabras. Cuando Tomás cincela la palabra, ya no hay espacio para el arrepentimiento. Cuando empieza a grabar con la gubia, ya no hay más.

P.– Creo que es uno de los creadores más libres que conozco.

CORTÉS.– Lo agradezco mucho. No sé cómo soy en la vida, pero en la creación es verdad que soy bastante inconsciente, es el único modo de hacer determinadas apuestas, tienes que saltar al vacío con esa fe del penitente.

P.– ¿Y en la vida?

CORTÉS.– En la vida soy más racional que en la creación. Por ejemplo, a la hora de generar ideas en mi cabeza no estoy muy interesado en la racionalidad y abrazo las cosas que el cerebro genera con mucha deportividad y empiezo a modelarlas a ver a dónde me conducen, y creo mucho en ese elemento que no está completamente intelectualizado. En la vida supongo que medito más las decisiones y valoro más las consecuencias (ríe).

P.– Todos los giros del libro, todos los avances o retrocesos de Pedro de Poco tienen un porqué, salvo uno: cuando se enamora. ¿Por qué esa decisión narrativa de no justificar la aparición de la amada en esa playa?

CORTÉS.– No tengo ni idea. Tenía sentido. Aparece eso. ¿Por qué? Porque sí.

P.– El amor sucede así, no es algo que te plantees.

CORTÉS.– Y seguramente así sea y seguramente haya razones, pero tendría que arrancármelas un psicoanalista y no se me ocurriría someterme a tal cosa por si acaso me revela demasiado de mí y seca la fuente. Creo que al autor le conviene muy poco adjetivarse y tomar demasiada conciencia sobre las raíces de su creatividad.

P.– ¿Deberíamos meter el corazón en una cajita cada vez que está roto?

CORTÉS.– Es que acabas de reducir todo a una pregunta que exige una instrucción, y soy incapaz de contestar a eso. No deberíamos nada, no se me ocurriría nunca decirle a nadie lo que debería hacer, ni siquiera se me ocurre decírmelo a mí mismo. Pero es verdad que la felicidad es poco productiva, y que cuando las cosas van bien en general hay pocas razones para hacer o crear algo.

Rodrigo Cortés durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Rodrigo Cortés durante la entrevista con EL ESPAÑOL. David Morales E. E.

P.– La felicidad doméstica, que decía Joaquín Sabina.

CORTÉS.– Es muy deseable, pero cuando se vive no hace falta nada más, así que no hace falta coger la gubia ni coger la pluma. La creatividad inevitablemente surge no sé si del conflicto, pero de la incomodidad en cierto sentido o de determinadas limitaciones. Cuando uno tiene frente a sí un lienzo en blanco no sabe muy bien qué hacer, pero si alguien te da un brochazo y te invita a seguir, tu cerebro empieza a trabajar inmediatamente. Hay muy poca relación entre la felicidad y la creación, sin que eso signifique que haya que ser miserable para crear.

HIJO.– Yo no podría contestarte a esto del desamor porque es una sensación que no conozco.

P.– ¿No conoce el desamor?

HIJO.– No, no, no. Nunca he tenido ese problema, he tenido otros, pero no el del desamor. En cualquier caso mi trabajo no exige tanta identificación con el problema.

P.– ¡Qué afortunado, Tomás!

CORTÉS.– ¡Lleva una racha buenísima, jajaja!

P.– Una racha de una vida. Para acabar: ¿qué tienen en su mesilla de noche?

CORTÉS.– Tiene gracia porque muchas veces duermo en mi propio despacho, donde tengo una cama, pero no una mesilla de noche. Tengo una silla en la que coloco un montón de libros, y de día tengo que retirarlos. Pero precisamente muchas veces duermo en mi despacho por los horarios desordenadísimos, y cuando te acuestas a las 3, o te levantas a las 5, es conveniente asegurarte de que no generas más problemas de los necesarios.

HIJO.– Yo también tengo una pila bastante tocha. Tengo la novela Metrópolis, la novela de Thea von Harbou, que estoy ilustrando ahora mismo, y luego siempre tengo también un montón de cómics.