Lo que está en reposo es fácil de retener.

Lo que no ha sucedido es fácil de resolver.

Lo que es frágil es fácil de romper.

Lo que es menudo es fácil de dispersar.

Prevenir antes de que suceda,

y ordenar antes de la confusión.

LAO-TSE. Tao-Te-King

En el Dédalo nunca será fácil matar al minotauro. El intricado laberinto hace imposible la salida sino existe una Ariadna capaz de sostener el hilo que te lleve al camino de vuelta.

Es obvio que la corrupción es un ser que puede devorarlo todo, es una especie de minotauro invencible que asola y corrompe a todas las sociedades. Una sociedad corrupta es una sociedad decadente.

Pero la decadencia empieza cuando no se es capaz de atajar la degradación, cuando la cleptocracia se constituye en la forma usual de Gobierno.

Es muy cierto que un Estado de Derecho ofrece garantías para evitar que esto ocurra, pero cuando ésta constituye un estado general la sociedad se resiente, y todos justifican la pequeña trampa, el hurto de lo inmediato, el disimulo en la transacción, el fraude fiscal, el impago del IVA, el engaño respecto de la verdad...

Es fácil, y frecuente, que cuando quienes tienen como oficio elaborar las leyes, ejecutar las mismas o hacerlas cumplir no lo hacen o lo pervierten, el mal se extiende y acaba siendo un virus mortal para las sociedades democráticas, porque generan desconfianza de la ciudadanía en las instituciones. Poco a poco, como la lluvia fina, nos va calando y penetrando en el propio quehacer, en el día a día. “Si lo hacen nuestros representantes, si lo hacen los gobernantes, si lo hacen los jueces” ¿Por qué no nosotros?

La picaresca tiene muchos métodos y mecanismos para penetrar y carcomer a la sociedad, para lograr consistencia. La corrupción ha sido, a lo largo de la historia de la Humanidad, un mal endémico. A veces lo era por codicia del poderoso, otras veces por la necesidad del mendicante.

Desde la configuración del Estado de Derecho este tipo de irregularidades sociales -nunca admitidas pero “siempre toleradas”- las leyes y los jueces se encargaron de evitar el “latrocinio social” y la corrupción. Pero es cierto que siempre el poderoso buscó las artimañas y los recovecos para que “su dinero” le ayudase a buscar la salida.

Es muy curiosa la cartela que figura en una calle de Toledo en la que se indica que allí se situaba una “cárcel para gente honrada”, construida en el año de 1593. Pero más curioso es que la llamada “gente honrada” tuviese una situación de privilegio por pertenecer a estamentos nobles, a los cuales se suponía “honrados” a pesar de sus tropelías.

Pero lo cierto es que en cualquier latitud siempre se tuvo en consideración a cierto tipo de delincuencia, sin que ello supusiese, necesariamente, una censura por parte del pueblo. Así podemos hablar de aquel político brasileño de nombre Adhemar Pereira de Barros (1901-1969), cuyo lema de campaña era: ‘Adhemar roba, pero hace', hizo que esta consigna conectase con sus electores, posiblemente gracias a la sinceridad de reconocer su proceder con los fondos públicos. Y curiosamente ocupó cargos de alcalde, diputado, gobernador e interventor federal en la República de Brasil; participando también como candidato a la presidencia del Brasil en 1955 y en 1960, donde quedó en tercer y cuarto lugar, respectivamente.

Ademar justificaba la corrupción, es decir la acción de robar los recursos públicos, como una condición necesaria para hacer obras en su país. En pocas palabras, “el que no roba no hace nada”. Y aunque parezca paradójico, este hombre fue elegido dos veces gobernador del Estado de São Paulo (en 1954 y 1963), y una vez alcalde de la ciudad de São Paulo (en 1957).

Viene todo esto a cuento de como la sociedad, a veces, trata el problema de la corrupción, lo que no deja de ser un motivo de preocupación en las sociedades democráticas presentes que contemplan, ¡ojipláticos!, como se puede ser presidente de los Estados Unidos y trabajar, con descaro, para que sus negocios progresen e incrementen geométricamente sus beneficios.

España no es una excepción en esto de las corrupciones, donde ha habido casos recientes con más repercusión que escándalo, como el del Rey Emérito, cuya conducta moralmente reprochable, ha acabado sorteando la Ley. También fueron sonadas las conductas durante el Gobierno de Felipe González o las del Gobierno de Mariano Rajoy, que llevaron al PSOE a interponer la moción de censura y a Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno

Recientemente, los casos descubiertos por la UCO de la Guardia Civil respecto de los exsecretarios de Organización Socialistas, Ábalos y Cerdán, trufada por la acción de un personaje entre pícaro y siniestro, como Koldo García, la esperpéntica pantomima de una tal Leire Díaz o el “afamado corruptor” Víctor de Aldama, han puesto en solfa ni más ni menos que al Presidente del Gobierno de España en cuanto responsable de los nombramientos de los números dos de su organización, personajes a los que se atribuyó importantes responsabilidades en el partido y la administración.

Parece obvio que no es esta una cuestión que deba pasar al archivo de la desmemoria de las gentes, el trasmitir la sensación de ser un país donde la corrupción alcanza a los altos niveles del partido en el Gobierno. La corrupción jamás debe ser normalizada en un país democrático, porque tanto Partido Popular como Partido Socialista han mandado un mensaje muy negativo a la sociedad, que ejemplifica de mala manera, y enturbia, la acción de Gobierno, pero también de la oposición, en la tarea de mejorar la vida de la gente.

Es muy cierto que el Presidente del Gobierno ha puesto en entredicho una credibilidad, que perdida en parte de la sociedad, amenaza con extenderse a la militancia socialista, y lo que es aún peor, a su electorado.

Admitir responsabilidades es difícil, pero más difícil aún asumirlas. Nos estaríamos engañando a nosotros mismos si la respuesta es la dilación y el olvido, o mientras tanto hablar de la socorrida “teoría de la conspiración” – tan utilizada por el PP en otros momentos- y que aún pareciéndolo, lo cierto es que los Abalos, los Koldos o los Cerdán no son, lamentablemente, seres de ficción.

Aquí no valen inquisiciones ni delaciones, tampoco acciones defensivas, sino análisis riguroso, debate, medidas concretas y contundentes, búsqueda y rescate de la credibilidad perdida. Si no somos capaces de recuperar esa credibilidad, si no somos de confiar en nosotros, si no dejamos de ver conspiraciones, difícilmente el Partido Socialista tendrá oportunidades de futuro en el corto y medio plazo. Y lo que es peor tendrá una influencia negativa en el propio sistema democrático y constitucional, toda vez que el Partido Popular no es precisamente ese partido que genere credibilidad. Tienen demasiado casos recientes de corrupción y de mal hacer en política, que además serán juzgados en los próximos meses.

Mientras, la extrema derecha, muy crecida en todo el mundo, pero de forma discreta avanza como “teórico paladín de la regeneración social”, en una suerte de mentiras que acabarán volviéndose contra el desarrollo, el progreso, el equilibrio y la cohesión social que necesita una sociedad para tener la estabilidad institucional y económica, que nos permita seguir avanzando como sociedad democrática, de derechos y libertades públicas.

Es imprescindible acometer la regeneración de la vida pública, pero también de la privada, y con ello encontrar el hilo que permita a Teseo matar al Minotauro y escapar del laberinto.