Nancho Novo durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Nancho Novo durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Rodrigo Mínguez E. E.

Reportajes

Nancho Novo: "En vez de tantas noches de fiesta por ahí, podría haberme comprado una casa en el barrio Salamanca"

"La movida hacia afuera pareció luminosa, pero por dentro fue un desastre. El caballo dejó de ser algo lumpen, de barrios de extrarradio: entró en las casas".

Más información: Alejandro García, maestro sastre: "Los chavales están locos por la sastrería; un traje es una armadura que les da seguridad".

Galo Abrain
Publicada

Nancho Novo (A Coruña, 1958) es como el capitán de Moby Dick. Se las ha visto y meneado con mil tormentas. Ha sudado lágrimas, alcohol y material inflamable para la psique. Ha conocido el extremo. Lo mismo que el Sargento de Hierro de Clint Eastwood.

Novo asegura tener "buena foto y mala radiografía". Una intensidad vital que deja como recado el regalo de la amnesia. A Novo esas deudas le hacen preguntarse si desaprovechó el tiempo. Si la nada es un pago a la altura del incendio.

Esta pregunta revolotea, amparado él ante un café, a la vera del teatro Fernando Fernán Gómez, donde el actor encarnará en breve al afamado hito actoral patrio que da nombre a las tablas, en la obra La aventura de la palabra, basada en el discurso de ingreso de Fernando Fernán Gómez a la Real Academia Española.

Nancho Novo durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Nancho Novo durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Rodrigo Mínguez E. E.

La existencia vívida crea y deja misivas emocionantes, aunque sólo sean sensaciones. Además, quien no se critica, poco ha vivido. O, lo que es peor, no ha aprendido nada. El arrepentimiento, vaya, es todo y parte de la vida. "Si no hubiese sido como he sido, ahora mismo no tendría a mi maravillosa mujer y a mis maravillosos hijos", declara Nancho Novo contundente y seguro.

Novo lleva el triunfo en ristre, como lleva la llama de la curiosidad. En él se huele el cielo y el pecado, como se huele la incontinencia creativa. Le ha pegado al cine, al teatro, a la televisión. Y ha escrito para todos ellos. Lo mismo que ha parido himnos musicales con Los castigados sin postre (su banda de rock&blues) y se ha inmiscuido en las bibliotecas a través de tomos confesionales vestidos de frikadas cibernéticas.

Va a ser eso por lo que, en intimidad, se reconoce amante de autorees de ciencia-ficción. "Philip K. Dick, que quizás no sea el mejor escritor del mundo, pero desde siempre me ha alucinado. También Asimov, Stanisław Lem, Heinlein... Frank Herbert, de quien la primera novela de Dune es una maravilla. Nada que ver con las películas que han hecho, ni de lejos". Pero tampoco se desentiende del existencialismo, el gallego, que en sus letanías juveniles no despistó a Jean Paul Sartre.

"La náusea para mí era una novela de cabecera. Aunque no sé qué tal si lo releyera ahora. Recuperé hace no mucho: ¿Pero...hubo alguna vez once mil vírgenes?, de Jardiel Poncela, y dije ‘hostia, ¿cómo es posible que me molara esto?’".

Nancho Novo durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Nancho Novo durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Rodrigo Mínguez E. E.

"Los dos somos altos, delgados, feos y con toque socarrón", asegura. Pero Nancho es de orgullo cano. De blanco limpio capilar. Y Fernando, como decía Francisco Umbral, gastaba melena pelirroja de sátiro. Lo de los parecidos es un jaleo notable en el teatro.

Pero Nancho lo resuelve con la solvencia de una vida entera mintiendo al público sobre quién es, o lo que sabe. Porque la profesión de actor es más mitómana que la de escritor, salvo que, del actor, todos asumimos su mentira y la paladeamos con gusto.

PREGUNTA.– ¿Llegaste a conocer a Fernando Fernán Gómez?

RESPUESTA.– Casi. Yo era alumno de la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático), tenía 22 años o así, y estaban estrenando Las bicicletas son para el verano, en el teatro Maravillas. De aquella época, los de la RESAD nos íbamos a los estrenos a mendigar invitaciones de sobra. Ese día no conseguimos ninguna y nos fuimos a la cafetería del teatro, y ahí estaba sentado Fernando Fernán Gómez, que no quería ver el estreno. No sé si por nervios. Nos acercamos para presentarle nuestros respetos y nada más vernos llegar nos hizo un gesto como de 'alejaos de mí'. No nos dio chance.

P.– Umbral aseguraba de Fernán Gómez que era "literatura en sí misma, un positivista que vuelve siempre a la realidad del gallinero, siendo él un pavo real resabiado de inteligencia y belleza". ¿Cree que se reconoce eso en la obra que estás haciendo?

R.– Yo creo que a Umbral no le faltaba razón, pero si Fernando hubiera leído eso se habría mosqueado y habría dicho que no se identificaba, porque era muy modesto. Sabía perfectamente quién era, claro, pero lo llevaba con una especie de resignación. Como dijo una vez en una entrevista: "Yo, si pudiera, no trabajaría nunca. Con ser un rico heredero tendría suficiente". Paradójicamente, era un trabajador compulsivo porque para él el acto de escribir no era un trabajo, era una afición. Y el teatro, cuando dejó de ser una afición, simplemente dejó de hacerlo.

P.– ¿Le pasa a usted?

R.– Yo me reconozco mucho con Fernando Fernán Gómez. Hombre, a años luz de distancia, pero también soy un alma inquieta. Escribo mis novelas, mi teatro, mis guiones. Él, aparte de eso, los llevó a cabo y los convirtió en éxitos. Yo simplemente los tengo ahí... para que, de vez en cuando, alguien diga: "Ah, pues está muy bien".

Nancho Novo durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Nancho Novo durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Rodrigo Mínguez E. E.

P.– Él también fue actor, cineasta, dramaturgo, escritor... igual que usted. ¿Qué le daban a él tantos géneros y qué le dan a usted?

R.– Mira, una cosa en la que coincidimos es en lo que él decía: que no era ni escritor, ni director, ni dramaturgo. Era actor. Actor. Y que todo lo demás venía como consecuencia de eso. A mí me pasa igual. Yo me considero un actor. Lo que pasa es que, si me tengo que definir de una forma más amplia, soy un contador de historias. Me gusta contar cuentos. Siempre me ha gustado. Desde pequeño, a mis hermanos les contaba cuentos por las noches. Me inventaba un programa de televisión cuando estábamos en la cama, para que se durmieran contentos. Contar historias es mi fanatismo.

P.– Quién sabe contar una buena historia, sabe contar un buen chiste.

R.– El humor para mí es capital. Soy un gran contador de chistes. Aunque no un gran creador de chistes. Las cosas que escribo tienen un humor más de sonrisa que de carcajada. Siempre que he intentado escribir monólogos de humor para stand-up, nunca me he quedado satisfecho. No manejo bien ese tono. Pero sí sé adaptarlo bien. La obra de El Cavernícola creo que fue la prueba.

P.– ¿Cree que hoy en día se ha perdido algo de la sátira?

R.– Da la sensación como de que cada vez es más sobria, ¿no? O sea, no veo la capacidad de esa sátira totalmente amplia, independientemente de paradigmas políticos. No sé si tendrá que ver con que vivimos la dictadura de lo políticamente correcto.

P.– ¿Cómo ve el tema de la ofensa en el humor?

R.– Pero con lo buena que es la ofensa, ¿no? Con lo sana que es... Me acuerdo de unos vídeos que tengo de Monty Python, que me encantan, le preguntaban a John Cleese: '¿Vosotros sois antisemitas?' Y él decía: "Sí, somos antisemitas... Y antibritánicos, antiamericanos... Somos cómicos, nuestro deber es ser antitodo, ponerlo todo en tela de juicio con el humor". Y anticatólicos, antiprotestantes, antitodo, tío. Si es que no es nada personal contra nadie. Simplemente que todo tiene sus fallas, todo tiene su motivo de risa. Pero, bueno, no quiero meterme en jardines...

P.– Volvamos a usted, entonces, ¿cómo se ve ahora?

R.– Es verdad que como me he dejado ya toda la barba, el pelo tal, todo lo canoso… hoy tengo más aires de intelectual sabio. De persona que te tiene que contar cómo vivir.

P.– ¿Se siente un intelectual?

R.– Hubo un momento en que llegué a serlo. Porque me gusta mucho estudiar y aprender. Pero desde hace unos años para acá, se me ha secado. Estoy más desfasado. Y encima, no me acuerdo. Tengo muy buena memoria para aprenderme textos, pero para acordarme de las cosas… estoy muy mal. Por eso no me acuerdo de nada de mi época golfa. Sé que he andado por ahí, pero es que no me acuerdo ni de los nombres de los bares por los que iba.

P.– ¿No se acuerda, o no se quiere acordar?

R.– No me acuerdo. Me acuerdo de que he dado conciertos, eso sí, todos. Y me acuerdo de noches, sobre todo las malas, de llegar a casa hecho una mierda… Pero de repente miro para atrás y no me reconozco. Es una cosa muy rara. No reconozco que yo fuera un tipo que llegaba a casa de madrugada… Me cuesta reconocerlo.

P.– ¿Ha estado al límite?

R.– He estado jugando mucho en el límite de las cosas. Pero afortunadamente, no lo he sobrepasado nunca. Más allá de pensar: en vez de tantas noches por ahí, podría haberme comprado una casa en el barrio Salamanca. Pero hay tanta gente con una casa en el barrio Salamanca y con menos historias, macho…

Nancho Novo durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Nancho Novo durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Rodrigo Mínguez E. E.

P.– ¿Ha escrito sobre todo esto?

R.– Claro. Te recomiendo que leas El Solateras: una novela guarromántica y Despertar. Despertar es más dura, aun siendo una historia romántica y aparentemente rosa. Habla mucho del caballo. De un mundo que yo afortunadamente no padecí, pero que viví en primera persona con gente muy allegada.

P.– Los ochenta no fueron tan chachis, ¿no?

R.– Romantizamos los 80, pero fueron jodidos. En Galicia, en Madrid… Sacas todo eso y fue chungo de cojones. Tengo un guion, a ver si se produce, llamado El puto cuento de Navidad que habla de eso. Desmitifica un poco la movida madrileña. De cara afuera fue luminosa, pero por dentro fue un desastre. El caballo dejó de ser algo lumpen, de barrios de extrarradio, y entró en las casas de todo el mundo, incluso de la gente más pudiente. He perdido a muchos amigos muertos de sobredosis, de sida... En fin...

P.– A parte de cuando hizo Astronautas, para el cine (2003), ¿ha trabajado ese tema en teatro?

R.– En teatro interpreté uno de mis mejores papeles: Trainspotting. Hice la versión en español, ambientada en Madrid. Hice de Mark, aquí se llamaba Marcos, y de narrador a la vez. Vino a vernos el autor, Irvine Welsh. Nos lo llevamos al fútbol a ver un partido del Madrid. Estaba encantado, es muy futbolero. Y nos dijo que la obra había sido mejor que la película.

P.– ¿Hay algo que le dé yuyu hoy en día?

R.– El precio de los pisos... Y Trump y Putin y que, cuando yo ya no esté, mis hijos se estén peleando por el agua. Por lo más básico, porque nosotros lo habremos quemado.

Nancho Novo durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

Nancho Novo durante la entrevista con EL ESPAÑOL. Rodrigo Mínguez E. E.

P.– ¿Qué es lo que menos soporta alguien como tú, que ha estado en tantas trincheras y de tantos tipos?

R.– La falta de compañerismo. Que la gente vaya a lo suyo. Yo he desarrollado con los años una paciencia tremenda. Prefiero que piensen que soy buena persona a buen actor, fíjate.

P.– ¿Se autocensura con algo?

R.– Sí. Nada especialmente grave, pero sí. Con lo que te hablaba antes y los chistes. Pues ya no cuento chistes de Lepe, no se vayan a ofender los de Lepe.

P.– Por último, ¿algún mantra que le haya ayudado a tirar hacia adelante?

R.– Hay que convivir con el dolor. El ser humano va a sufrir y hay que saber digerirlo. Si no, es que eres un chihuahua. Y luego tengo un lema, que se lo escuché a Tierno Galván, que la clave del bienestar era: "paciencia, tino e indulgencia". Intento aplicarlas todas en mi día a día.