
Patricia Ramírez, madre de Gabriel Cruz, comparece ante ante la Comisión de Interior en el Senado.
Patricia Ramírez escribe una carta a su hijo Gabriel el día en que habría cumplido 16 años: "La bruja campa a sus anchas"
La madre del pequeño denuncia que Ana Julia Quezada, la asesina, la ha vuelto a amenazar y advierte que el sistema sigue sin proteger a las víctimas.
Más información: Ana Julia Quezada se acostaba con el cocinero de prisión y otro funcionario: grababa sus citas con el móvil que le dieron
La madre de Gabriel Cruz ya no celebra cumpleaños: los sobrevive. Cada 16 de junio, Patricia Ramírez escribe al pequeño no para cerrar el duelo, sino para recordar que el niño de las gafas azules fue asesinado por alguien en quien confiaba, y que su asesina aún le lanza sombras desde la cárcel.
Este año, el niño cumpliría 16. Pero su madre no habla de velas ni de tartas, sino de miedo. De amenazas que vuelven. De una reclusa —Ana Julia Quezada— que, lejos de apagarse entre los muros de Brieva, se hace presente con móviles, con privilegios penitenciarios fruto de relaciones con los funcionarios y, según denuncia Patricia, con nuevas amenazas de muerte. "¿Cómo felicitarte, nano —escribe ella—, cuando la bruja aún campa a sus anchas y sin arrepentirse?".
Ese texto, titulado Un nuevo escenario: en memoria de Gabriel Cruz Ramírez, arranca con una pregunta que estalla: ¿cómo celebrar un cumpleaños sin que el llanto rebase el límite de los labios? Patricia expone que, frente al silencio de quienes deberían protegerla, hay una reclusa —"psicópata, violenta e impulsiva"— que, según ella, todavía se la tiene jurada.
La carta interpela a la sociedad: "¿Qué pensará la escuela, tus compañeros, tus profes… quienes se creyeron el cuento de que la bruja ya no haría más daño?". En ese rostro fantasma que evoca, Patricia no sólo busca justicia, sino también visibilizar esa herida abierta que ningún tiempo cicatriza.
En paralelo, ha surgido otra arista inquietante: esta "bruja" de prisión ha vuelto a amenazarla de muerte. El origen de las amenazas, según Patricia, radica en que logró paralizar un documental que Ana Julia Quezada planeaba filmar desde la cárcel, presuntamente amparada por cámaras ocultas y móviles facilitados desde dentro. Esas sospechas relanzaron una investigación judicial, tras una primera denuncia archivada y reabierta recientemente. Una compañera de celda lo ratificó ante el juez: "Amenazó de muerte a la madre de Gabriel y puede cumplirlo".
El juzgado ha citado ya a declarar a Quezada y a otras reclusas que avalan esa versión. Patricia, en calidad de perjudicada, deberá comparecer. Su abogada también ha pedido escuchar a una tarotista vinculada a la asesina. La madre recibe llamadas "sospechosas" y ha solicitado que protejan sus datos; siente que no sólo la asesina la persigue, sino que el Estado no le tiende un escudo adecuado.
Sumando fuerzas públicas y privadas, Patricia no se calla: exigió en televisión que se entreguen detalles sobre beneficios penitenciarios concedidos a Quezada, como permisos, roles de "ayudante de cocina" o la posesión de móviles supuestamente ilegales. Denuncia una "total falta de protección institucional" y una revictimización constante cada vez que el agresor acapara la atención mediática.
Se sostiene en los tribunales, en las redes, en la cloaca del procedimiento, localizando grietas en el sistema. Porque, dice, "cuando las víctimas nos quedamos escondidas por miedo, perdemos nuestra voz; y otros usan nuestro silencio". Hoy, la voz de Patricia arde en su reivindicación: que nunca más el nombre de su hijo se desdibuje al lado del de su asesina.