
Vista general de la exposición. Foto: Adriana Marmotek
Nueve artistas que reinventan el arte textil: habitar nudos para deshacerlos
Una exposición en Málaga comisariada por Blanca de la Torre, nueva directora del IVAM, pone en valor las técnicas tradicionales.
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Días después de que la comisaria internacional Blanca de la Torre ganara el concurso para el cargo de dirección del IVAM valenciano, se inauguraba en Málaga su exposición Hebras y urdimbres, procedente del granadino Palacio de los Condes de Gabia.
La única muestra esta temporada en nuestro país con ambición, en sintonía con las grandes exposiciones internacionales sobre arte textil como Unravel: The Power and Politics of Textiles in Art, celebrada en Londres, o Woven Histories: Textiles and Modern Abstraction, que ha cruzado todo EE.UU y Canadá.
Un auténtico aluvión que, si bien se venía anunciando en las últimas bienales, ha terminado convulsionando el sistema del arte contemporáneo y cuyo eco pudimos apreciar en su invasión del reciente ARCO.
La confección curatorial de Hebras y urdimbres evidencia que nos hallamos ante una voz propia. Para empezar, porque apuesta por un discurso situado. En el catálogo, De la Torre rememora pasajes de su infancia leonesa, cuando tejía o elegía patrones con su abuela, su madre y sus hermanas. Porque "somos deudoras de estas memorias y saberes milenarios. De esos aprendizajes que se han ido enlazando a lo largo de generaciones. Habitar sus nudos es deshacerlos para anudar de nuevo los anhelos de estas mujeres, hacerse eco de sus historias. Enhebrar sus secretos". Y también recolecta retales de narrativas de amigas y vecinas.
Por tanto, una experiencia compartida con las artistas que se trenzan en esta exposición: Pilar Albarracín (Sevilla), Tania Candiani (Ciudad de México), Josefina Guilisasti (Santiago de Chile), Glenda León (La Habana-Madrid), Lucía Loren (Madrid), Adriana Marmorek (Bogotá), Laura Mema (Santiago de Estero), Sonia Navarro (Murcia) y Laura Segura (Granada). Un patchwork complejo en el que se cosen una y otra vez dimensiones diversas del tejer, en un relato pluricéntrico que recoge prácticas ancestrales presentes en la mitología y en cosmovisiones originarias, para relanzarlas en visiones simbólicas de un ecofeminismo que va pespunteando el recorrido siendo el auténtico corazón de esta propuesta.
Entendido como "la lucha contra la privatización de la vida y las relativas a los cuerpos, la ética de los cuidados, la revalorización de los conocimientos marginados, la atención a los conocimientos bioculturales, a la sabiduría indígena y, en resumen, la resistencia ante actitudes que tratan a la naturaleza y a las mujeres como subalternas".
De ahí, el énfasis en el proceso colaborativo junto a otras tejedoras locales con que se han trabajado buena parte de las piezas mostradas. Como ocurre con los conocidos mantones de Albarracín, los espartos de Loren y de Navarro, y la instalación flotante y colorista de cientos de mariposas monarca, capullos y orugas tejidos con crin de caballo presentada por Guilisasti, Tejiendo historias de supervivencia, 2023.

Vista general de la exposición. Foto: Adriana Marmotek
Al tiempo, estas piezas están relacionadas a través de experiencias catárticas y sanadoras de enfermedades, sumadas a experiencias de cuidados, desde el ámbito personal a la supervivencia de la tierra amenazada por la crisis climática y la codicia ultraliberal.
No solo desaparecen criaturas, también lenguas como muestra la instalación Nombrar el agua, 2019, de Tania Candiani. Así como en esta época de amnesia se olvidan historias: los encajes reutilizados de Adriana Marmorek evocan relatos amorosos de intensa pregnancia emocional. Además, otros cuentos tradicionales alargan el hilo de otras piezas, como Una trenza de hierba sagrada, 2022, de Laura Segura, tejida con fibras de agave y que con su gran formato remite a la Rapunzel de los hermanos Grimm, quien se sirve de la larga trenza de su cabello para escapar.
Las piezas están relacionadas a través de experiencias catárticas y sanadoras, sumadas a lo personal
En esta línea, otra pieza monumental de Segura, Plétora, 2024, presenta un gran racimo de ubres, asociadas a la lactancia y la maternidad, como símbolo de la abundancia de la madre naturaleza. Mientras las enormes mantas tejidas con lana virgen de oveja de la argentina Laura Mema están ligadas a la activación con cromoterapia, fruto de conceptos ancestrales ligados al mundo invisible inserto en la naturaleza, la física y las matemáticas contemporáneas influenciadas por artistas como Hilma af Klint y Emma Kunz.
Es una lástima que en este país todavía las propuestas feministas no alcancen a los grandes museos y tengan que verse condensadas en centros periféricos. Trayectorias tan importantes en este terreno del ecofeminismo y procesos textiles como las de Tania Candiani, Josefina Guilisasti y las más conocidas aquí Lucía Loren y Sonia Navarro requieren más espacio. Son protagonistas destacadas de una generación empeñada en cuestionar las relaciones de poder con conocimientos, técnicas y materiales ajenos a los relatos hegemónicos y, a la vez, a las jerarquías impuestas en el sistema del arte.
Prácticas ecofeministas porque, como afirma la socióloga australiana Ariel Salleh, "lejos de basarse en las simples polaridades de masculino y femenino, cultura y naturaleza –como han argumentado algunos críticos del ecofeminismo– estas respuestas femeninas descansan en una deconstrucción dialéctica de estos dualismos heredados". Son compromisos políticos basados en la marginación económica de las mujeres y en la dolorosa conciencia de contradicción o de falta de identidad que les ocasionó su lugar en el nexo naturaleza-mujer-trabajo. El dar aquí un privilegio estratégico a la voz marginal está justificado empíricamente y no es un capricho transhistórico o "esencialista". Aunque el sistema las trate como una moda más.