
Fragmento de Anónimo: 'Retrato de Juana de Austria abrazando una columna', 1574-1580. Foto: Patrimonio Nacional
Los borbones, locos por los mármoles: el histórico muestrario de rocas ornamentales para Palacio
La Galería de las Colecciones Reales presenta la restauración de ocho muestrarios de mármol que pone en valor este regio material.
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El mármol es emblema de poder, ligado al ámbito monárquico. Cuando, en 2024, Annie Leibovitz fotografió a los actuales reyes en el Palacio Real, eligió como escenario el Salón Gasparini, cuya decoración rococó incluye un suelo con empelechado de mármoles que es toda una proeza técnica y un paradigma de la trascendencia que las “rocas ornamentales” tuvieron en la decoración de la residencia de los borbones en Madrid.
El intenso programa de construcciones palaciegas de Felipe V y sus hijos respondía a una necesidad política: declarar la magnificencia de la nueva dinastía, que llegaba desde Versalles. Fue el Rey Sol quien dio ejemplo a sus descendientes españoles al adscribir a la Corona todas las canteras de piedras deseables.
En cuanto se hubo iniciado la obra del Palacio Real, Fernando VI puso en marcha un sistema complejo y muy costoso para hacerse con los mejores mármoles en el país, previo reclutamiento de corregidores de las villas y de “descubridores” para localizar los yacimientos y determinar la facilidad de extracción y de transporte hasta la capital.
Así es como empezaron a componerse las ocho arcas que ahora se exponen, con pequeñas muestras de las más ricas piedras ornamentales españolas; durante medio siglo, entre 1746 y 1797 se fueron sumando hasta 311 diferentes variedades que funcionaron como “paleta” para el adorno lapidario de los palacios.
No son los únicos muestrarios que conservamos. Este es claramente un “Pantone” utilitario –empleado por los arquitectos y los reyes para elegir y hacer el “casamiento” de las piedras en cada elemento arquitectónico de relieve–, pero otros tenían usos científicos o docentes y “de representación”: se destinaron a los gabinetes de historia natural y se enviaron a otras cortes para presumir de riqueza geológica y recursos artísticos.

Ghinghi: 'La anunciación', posterior a 1737. Foto: Patrimonio Nacional
Así, se conservan valiosos conjuntos en el Museo Nacional de Artes Decorativas, el Museo Nacional de Ciencias Naturales y la Academia de San Fernando; hay además en el Jardin des Plantes de París un muestrario que Carlos III envió al rey de Francia.
Hoy los mármoles de color y jaspeados nos pueden parecer ostentosos y de mal gusto, sobre todo si se combinan con dorados y espejos, al estilo jeque árabe o Donald Trump. Pero nada resultaba más majestuoso en la segunda mitad del siglo XVIII. Los amarillos y morados de Espejón y, sobre todo, el verde de Granada, que volvía loco a Carlos III, son los de preferencia para los primeros borbones –Fernando VII tiró a los más oscuros– y los ensayaron, antes que en Madrid, en La Granja y en el convento de Las Salesas, donde Bárbara de Braganza hizo gala de su cultura arquitectónica.

Velázquez, Isidro y otros: 'Dessert de las glorias de España', 1802-1805. Foto: Patrimonio Nacional
De ese gusto italiano y tardobarroco se pasaría al gusto francés e imperial de Carlos IV: con él llegó a su culmen la maestría y la riqueza en el trabajo marmóreo, en la Casa del Príncipe en El Escorial y Casa del Labrador de Aranjuez.
En el Palacio Real el mármol se reservó a las zonas de mayor significación política: la escalera –con largos escalones de una pieza, de Robledo de Chavela–, la capilla real –con altas columnas negras traídas desde Vizcaya– y las piezas del rey y la reina en la planta principal, en puertas, ventanas, chimeneas, cornisas, tableros de mesas, pedestales y hasta relojes.

Uno de los muestrarios de "Su majestad escoja". Foto: Galería de las Colecciones Reales
El muestrario ayudaba a elegir pero, además, pintores que trabajaban para la corte, como Van Loo, Amiconi o Giaquinto, y escultores como Oliveri o De Castro, fueron requeridos para idear diseños o para dibujar las estancias proyectadas por los arquitectos Sachetti y Sabatini, de manera que los reyes se hicieran mejor idea del efecto.
El muestrario, de gran relevancia histórica, es por sí interesante. Pero, para calibrar mejor el peso de las piedras en el arte, más allá de la escultura, les invito a que recorran el museo buscándolas en diferentes producciones. Las encontrarán en arquetas, relicarios y tabernáculos; en la pintura sobre ágata El paso del mar Rojo, de Tempesta; en los medallones de bronce sobre lapislázuli de Foggini; en La Anunciación en taracea de Ghinghi; en la preciosa mesa del florentino Opificio delle Pietre Dure –modelo para el Laboratorio de Piedras Duras creado por Carlos III en el Retiro–; o en una de las piezas estelares, el dessert de las Glorias de España, que lució en su día entre los elegantes mármoles de la Casa del Labrador.