Jon Fosse. Foto: Agnete Brun/Samlaget

Jon Fosse. Foto: Agnete Brun/Samlaget

Entreclásicos

Jon Fosse y el Papa Francisco: soñar lo inimaginable

Cada vez menos autores se plantean los grandes dilemas existenciales que impulsaron a escribir a Dostoievski, Tolstói, Thomas Mann o Kafka. El noruego es una excepción.

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Rafael Narbona
Publicada

La muerte del Papa Francisco no deja de inspirar artículos, reflexiones, homenajes, diatribas y especulaciones. Esas reacciones reflejan que las religiones siguen constituyendo un fenómeno relevante. Si la desaparición de Francisco solo hubiera producido indiferencia, podríamos hablar de una época postreligiosa, pero no es así. La pregunta por Dios sigue ocupando un lugar central en nuestra sociedad, pese al escepticismo de las generaciones más jóvenes.

En otras culturas, la fe es un hecho arraigado y solo una escasísima minoría se declara atea. En cambio, en Occidente las tesis de Marx, Nietzsche y Freud han prosperado, colocando bajo sospecha a la metafísica y la teología. En El porvenir de una ilusión, Sigmund Freud afirma que la fe es "una reliquia neurótica" y que "no hay instancia alguna superior a la razón". Los dogmas religiosos son "ideas delirantes" que nacen de la incapacidad de afrontar la vida desde una perspectiva adulta.

La humanidad aún no ha superado la fase infantil de su desarrollo, cuando se percibe el mundo como un lugar hostil y se fantasea con un padre amoroso y omnipotente capaz de protegernos de cualquier amenaza. Las religiones son patologías colectivas que algún día quedarán atrás. Solo entonces podremos afirmar que nuestra especie ha alcanzado la madurez.

La tesis de que la razón es la única fuente fiable de conocimiento suele utilizarse para invalidar la fe, pero lo cierto es que fe y razón, lejos de ser incompatibles, pueden coexistir sin problemas e incluso reforzarse mutuamente. ¿Acaso no nos dice la razón que todo procede de una causa? La causa no es una evidencia, sino un concepto elaborado por la razón.

David Hume ya nos advirtió que el nexo causal no es un dato de experiencia. El agua hierve a determinada temperatura, lo cual nos revela que el calor provoca un fenómeno llamado ebullición. Los sentidos solo registran un tránsito, el paso del estado líquido al estado gaseoso, pero el enlace causal no se percibe. Solo se deduce. Los conceptos, como advirtió Kant poco después de Hume, son categorías de la mente humana, no hechos empíricos.

La teología sostiene que hay una causa primera o causa incausada de la que procede el universo. No puede percibirse, pero se deduce lógicamente del hecho de que en el orden natural cualquier fenómeno posee un origen. Negar esa posibilidad significa cuestionar esa razón que consideramos el único criterio fiable. Aristóteles describió esa causa primera como un motor inmóvil, una especie de dios impersonal cuya única actividad es pensar en sí mismo.

Sin embargo, la evolución del cosmos ha desembocado en la aparición de nociones como el bien, la verdad y la belleza, lo cual sugiere que el devenir no es simple azar, sino un proceso orientado hacia una perfección creciente. Si es así, la causa primera no puede ser impersonal, sino un principio dotado de inteligencia, libertad y voluntad.

Bertrand Russell impugna esa tesis, afirmando que el universo simplemente "está ahí". Esa opinión no pertenece al terreno de la ciencia, sino al de la metafísica, pues sugiere que el universo es eterno e incausado. Si eso fuera así, si el universo fuera causa de sí mismo, tendría que ser anterior a sí mismo como causa para producirse a sí mismo como efecto, lo cual es lógicamente imposible. Además, si el universo es contingente, meramente posible, ha de existir una causa necesaria que explique su aparición.

Lo sorprendente, como apuntan Leibniz, Heidegger y Wittgenstein, es que haya algo en vez de nada. No podemos someter la existencia de Dios al método hipotético-deductivo, pero tampoco podemos aplicar ese procedimiento a la idea de causa, un principio o postulado que se considera evidente por sí mismo. El método hipotético-deductivo solo es válido con los entes y casi nadie repara en que Dios no pertenece al orden de los entes. Como apunta Emmanuel Lévinas, Dios se manifiesta como huella o signo.

"Solo un ser que trasciende el mundo puede dejar una huella", afirma el filósofo judío. Dios no es presencia, sino apertura. Apertura al otro, a la vida, al sentido. No podemos conocerlo directamente, pero sí podemos re-conocerlo. Cada vez que nos sentimos urgidos a socorrer a una persona herida, Dios se hace presente. Lévinas advierte que "la palabra Dios es única, porque es la única palabra que no extingue o no ahoga o no absorbe su Decir. No es más que una palabra, pero revoluciona la semántica. La gloria se encierra en una palabra, se hace ser, pero al mismo tiempo destruye esa morada".

Dios no es un ente y no sería deseable que lo fuera. ¿Serían posibles la libertad y la dignidad si pudiéramos percibir a Dios con la misma nitidez que contemplamos el sol o sentimos el poder coercitivo de un Estado totalitario? Nuestro mundo se convertiría en un gigantesco panóptico y nuestras vidas se parecerían a celdas de cristal expuestas a un escrutinio paralizante.

Jon Fosse y la inexistencia de Dios

La muerte de Francisco ha puesto de manifiesto que la humanidad sigue interesada por Dios. Las religiones solo degeneran en patología colectiva e infantilismo cuando convierten a Dios en un poder lejano, terrible y arbitrario, pero la fe también puede ser una vivencia adulta y racional. Así lo entiende el católico y premio Nobel noruego Jon Fosse.

Fosse se apropia de la vieja idea mística de que Dios es, pero no existe. En la conversación que mantuvo con Eskil Skjedal en 2014, recogida en Misterio y fe (Debate), Fosse suscribe la vieja tesis de que "Dios está en todo lo que es, es parte de todo lo que es, pero no está limitado, no es algo que pueda definirse de esta o aquella manera, no es un objeto, en cierto sentido no es nada que exista, que esté. Dios es ser absoluto, es el ser mismo, es pura realidad, como dice Tomás de Aquino". Al igual que Lévinas, Fosse sostiene que el encuentro con Dios se produce mediante la fraternidad con nuestros semejantes. "Se podría decir que se trata de ver a Cristo en el otro. De ver lo que hay de Dios en el otro".

Ser católico en Noruega es una rareza. El 61% de la población pertenece a la Iglesia Evangélica Luterana. El islam es la segunda religión, con un 3’4% de fieles, y el catolicismo ocupa el tercer lugar con un 3’1%. El 27% de los noruegos cree en alguna forma de trascendencia, pero no se identifica con ninguna religión y el 11% se declara abiertamente ateo. Jon Fosse frecuentó durante mucho tiempo las casas de oración de la Iglesia Evangélica Luterana, después se acercó a los cuáqueros y, finalmente, abrazó el catolicismo.

Desde su punto de vista, elegir la fe significa "decidir que tú mismo, tu soledad y tu libertad para la muerte forman parte de Dios". Descartar esa posibilidad, implica rebajar tu propia existencia a una cosa más del mundo, a mera res cogitans abocada a la escisión definitiva de la vida. La locura de la fe convierte el vacío en plenitud y proporciona serenidad: "la fe me aleja de mí mismo y me lleva a mi interior, al lugar donde realmente soy yo mismo y no hay angustia".

Hay que huir de la imagen secularizada de Dios, tan fácil de ridiculizar. Dios es lo indecible, ese misterio al que se llega a través del dolor y la angustia. Todos pasamos de un modo u otro por la experiencia de la cruz, pero gracias a la fe esa vivencia se transmuta en esperanza. La fe nos permite superar la sensación de aislamiento inherente al proceso de individuación. La comunión de los vivos y los muertos nos proporciona la fuerza necesaria para soportar la adversidad.

Hay que transitar por la vía negativa y saber que a Dios solo lo podemos experimentar como amor

No es posible el conocimiento catafático o positivo de Dios. Hay que transitar por la vía negativa y saber que a Dios solo lo podemos experimentar como amor. Dios es lo contrario a Auschwitz, apunta Fosse, pues frente al imperio de la muerte, alza la antorcha de la resurrección. Resucitar no implica volver a este mundo, sino religarse definitivamente con Dios, volver al origen y formar parte de su vida. Nos cuesta entenderlo porque "pensamos humanamente, demasiado humanamente".

Es absurdo buscar pruebas científicas para justificar la fe. "Dios está fuera de la creación —afirma Jon Fosse—, Dios solo puede notarse en lo creado. Por ejemplo, en lo más profundo del ser humano. O en el poder de la naturaleza, tanto en lo más pequeño como en lo más grande. O en la intuición que contiene el arte poderoso […] la solución al enigma de la vida está fuera del espacio y del tiempo, y por tanto no es un problema matemático o científico que se pueda solucionar". Fosse añade que un dios cuya existencia pudiera probarse sería un ídolo, es decir, un demonio.

La ciencia solo puede emplearse con las cosas visibles, materiales. Frente a lo espiritual, no tiene nada que decir. No puede explicar fenómenos como la música, la poesía o el amor. Jamás podrá comprender que "en cada ser humano hay un chispazo de Dios" y que "el reino de Dios no es algo que está por venir, sino que ya vino, en y con Jesucristo". El cristianismo pertenece al territorio de la paradoja y el misterio. Nunca se comprenderá mediante conceptos. Solo el arte puede entender la fe.

El mercado cada vez oculta menos su desprecio hacia la verdad, el bien y la belleza. El entretenimiento no cesa de desplazar al arte. Cada vez menos autores se plantean los grandes dilemas existenciales que impulsaron a escribir a Dostoievski, Tolstói, Thomas Mann o Kafka. Jon Fosse es una excepción. Su literatura no adoctrina. De hecho, cultiva la elipsis y lo indirecto, eludiendo el mensaje explícito. No obstante, ese minimalismo esconde un profundo latido espiritual: "Allí donde el desconsuelo roza su límite, allí está Dios. Esa es mi experiencia. Y, en el cristianismo, el sufrimiento y la muerte se transforman en lo contrario del sufrimiento, en paz, en paz en Dios. En la paz y el amor de Dios".

Es la misma convicción que ha expresado en muchas ocasiones el papa Francisco: "Existe un final para el dolor. La esperanza, sorprende y abre horizontes, nos hace soñar lo inimaginable, y lo realiza". El materialismo considera que ha derrotado a Dios mediante la ciencia, pero es una ilusión. Solo ha acabado con un ídolo. Dios sigue vivo en el corazón humano y se manifiesta como un anhelo inextinguible de amor, plenitud y sentido.

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