Para el mundo fue Francisco, pero para él siempre fue 'Jorge', su tío y figura paterna. Lo sigue siendo aún ahora después de su partida, cuando ya "se ha reencontrado con sus hermanos y por supuesto, con el Señor", dice José Ignacio Bergoglio, el sobrino de 42 años del recién fallecido Papa.
El papa Francisco fue el mayor de cinco hermanos (contándole a él): Alberto Horacio, Marta Regina, María Elena y Óscar Adrián.
De todos ellos sólo María Elena pudo verlo convertirse en el máximo líder de la Iglesia católica. Ahora es José Ignacio, el hijo de María Elena y sobrino del Papa, quien nos habla de aquellos días en que él mismo se reía cuando un periodista argentino advertía durante el Cónclave en el que su tío fue escogido: 'Ojo con Bergoglio'.
Pese a la estrecha relación que el papa Francisco tenía con su hermana María Elena, la última vez que se vieron fue el 13 de marzo de 2013, cuando el pontífice saludó al mundo vestido de blanco en el Vaticano. No pudieron volver a verse en persona, pero mantuvieron el contacto. Se comunicaban por teléfono cada fin de semana, incluso hablaron el último domingo que el Papa estuvo con vida.
Sin embargo, María Elena no pudo viajar a Roma para asistir al funeral del Papa. Su hijo José Ignacio nos cuenta que su madre está muy enferma y que por eso la familia decidió adoptar esa decisión. Quien sí viajó fue Mauro, otro sobrino del papa Francisco que, pese a que no tenía dinero para pagar el billete de avión, encontró una agencia de viajes que le cubrió todos los gastos.

José Ignacio Bergoglio, de 42 años, sobrino del Papa Francico
En esta entrevista, José Ignacio nos habla de cómo está la familia tras la muerte de su tío, sus mejores recuerdos con él, y algunos episodios de su vida en Argentina antes de convertirse en Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Profundiza en el proceso judicial al que se enfrentó su tío por las torturas a las que fueron sometidos dos sacerdotes jesuitas durante la dictadura militar en Argentina y en las que se creyó que el pontífice pudo estar involucrado.
Además, en vísperas del Cónclave que se celebrará el 7 de mayo para escoger al sucesor de Francisco, su sobrino señala que Jorge Mario Bergoglio "pretendía que el próximo Papa siguiera su misma línea".
P.– ¿Cómo está su familia tras la muerte de su tío?
R.– Ese 21 de abril fue un día de mucha consternación porque todos lo habíamos visto en la plaza de San Pedro el día anterior cerca de los fieles. De repente encontrarnos con esa noticia nos dejó helados. Nos enteramos muy temprano y fuimos mi hermano y yo quienes fuimos a comunicarle a mi madre el deceso. Después, poco a poco, hemos intentado asimilarlo, entender todo lo que estaba pasando, procesar que perdimos a un ser querido, pero que también hemos perdido al Papa. Ahora ya estamos un poco más tranquilos sabiendo que Jorge descansa en paz y que está en los brazos del Señor.
P.– ¿Cómo se dio cuenta de la noticia?
R.– Me desperté con el teléfono sonando a las seis de la mañana. Pensé que era el despertador que me sonaba para ir a trabajar, pero no paraba de sonar, y cuando cogí el teléfono vi que no era el despertador y que tenía muchísimos mensajes y llamadas perdidas. Mi mujer estaba durmiendo a mi lado, encendí el televisor y recuerdo que miraba con asombro la pantalla tratando de entender qué era lo que estaba pasando. Lucía, mi mujer, me abrazó y me dijo: 'Hay que ir a hablar con tu madre'. Hablé con mi hermano y fuimos los tres a casa de mi mamá y ese fue el momento en el que le transmitimos la noticia.
P.– Entiendo que su madre, María Elena, era muy cercana al Papa.
R.– Sí, ellos estaban muy unidos. Jorge hablaba con ella todos los fines de semana y cuando recibimos la noticia, más allá del duro golpe que supuso, de la angustia y el dolor, ella estuvo muy entera. Ahora ya ha conseguido pasar estos días con mucha paz, con mucha entereza y con la certeza de que Jorge subió al cielo, se reencontró con mis tíos que ya fallecieron, con mis abuelos y obviamente con Dios.

Jorge Mario Bergoglio vestido de cura. En esta foto aparece con sus abuelos, padres y hermanos
P.– En los últimos años su tío estuvo muy enfermo, ¿estaban preparados para su muerte?
R.– Bueno, lo veíamos sobreponerse de sus convalecencias y decíamos: 'Tenemos Jorge para rato'. Y el domingo, después de 38 días ingresado, verlo en ese enorme acto de fe y amor, salir a la plaza de San Pedro y dar la bendición y después hacer el recorrido con todo aquello lleno de fieles, de personas que querían abrazarlo, que querían besarlo... Yo vi esas imágenes y dije: 'Tenemos Francisco para 10 años más'.
P.– ¿Cuándo fue la última vez que lo vio en persona?
R.– El año pasado tuve la fortuna de viajar a Europa y Jorge pudo hacer un hueco en su agenda para recibirme. Cuando lo vi ahí en El Vaticano, recuerdo que me dijo que la noche anterior había estado con fiebre y todavía se le notaba que estaba más o menos (de salud). Lo regañé y le dije que no era importante vernos, que lo importante era que estuviera bien. Y me dijo: 'No, pero hiciste tantos kilómetros para venir hasta acá, ¿cómo no te voy a recibir?'.
Ese compromiso que él tenía de no dejar de recibir a las personas lo demostró públicamente el último domingo que estuvo vivo. Tenía esa necesidad de que a pesar de que él no estaba bien, quería estar con la gente. Nosotros creíamos que esa batería era infinita y nos hacía creer que iba a vivir 10 años más por lo menos.
P.– ¿Por qué ni usted ni su madre fueron al funeral?
R.– Fue una decisión nuestra. Recordamos allá por el 2013 cuando Jorge fue elegido Papa, que habló con la familia y nos dijo: 'Chicos, por favor, no los voy a poder recibir, no vengan, no tiene sentido. Aquellos que dispongan del dinero para viajar, donen ese dinero para obras de caridad'. Fueron palabras muy enfocadas a ese momento puntual donde las responsabilidades de asumir su nuevo papel en la Iglesia iban a hacer que no se pudiera reunir con nosotros, y si en ese momento que el Santo Padre estaba vivo, no nos iba a poder recibir, ¿qué sentido tenía hacer 14.000 km para ir hasta allá si tampoco nos iba a poder recibir? Consideramos que lo mejor que podíamos hacer era quedarnos acá en familia, pidiendo por su descanso, pidiendo por quienes sí pudieron ir a verlo y pidiendo a Dios.
P.– Su primo Mauro sí pudo viajar, pese a que no tenía dinero para el billete de avión...
R.– Sí, él pudo viajar desde acá y hubo otros primos que por trabajo estaban en Europa y se pudieron acercar a Italia. Nos cuentan que fue muy emotivo. También tengo amigos que han viajado, gente que ha trabajado con Jorge cuando era cardenal. Fue un momento de mucha emoción lo que se vivió. De mucho dolor, pero de mucha emoción también.
P.– ¿Cómo era su relación con su tío?
R.– Él era esa persona a la que acudías si necesitabas un consejo, pero también era esa persona a la que acudías cuando querías divertirte. Él llamaba todos los domingos para hablar con mi mamá, primero que nada, y yo entendí que era muy importante eso. Jamás busqué que Jorge se comunicara con conmigo. Sí que llamaba para los cumpleaños. A todos nos llamaba, pero a mí lo que me importaba era que hablara con mi madre. Ella lo necesitaba mucho, lo extrañaba mucho y me parecía sumamente importante que estuvieran en contacto. Yo me comunicaba con él a través de uno de sus secretarios, ya fuera por correo o por WhatsApp.
De hecho, el 29 de enero le conté que mi mujer estaba embarazada y me contestó el mensaje con mucha alegría. Poco después, cuando ya estuvo internado en el hospital Gemelli, contactó por última vez con mi madre. Hablaron durante un buen rato y le preguntó a ella también por el embarazo de mi mujer. Era un hombre muy cercano, que nunca permitió que la distancia se notara, porque trataba siempre de acompañarnos y de estar cerca.
P.– ¿Cuál es el primer recuerdo que usted tiene con él?
R.– Cuando yo iba a recibir la primera comunión y le pedí si podía ser él quien oficiara la misa y la ceremonia y el Sacramento de la primera comunión. En ese momento recuerdo que una compañera y yo teníamos tíos sacerdotes. A los dos nos alegró que nuestros tíos oficiaran la misa y nos dieran el Sacramento de la primera comunión.
P.– Entiendo que para usted fue una figura paterna...
R.– Sí. Mi padre nos abandonó cuando yo tenía seis meses y encontré en Jorge y en mi tío Alberto esa figura paterna. Jorge Mario era mi tío y mi guía espiritual. Era un hombre de puro corazón y pura vocación.
P.– ¿Cómo era su tío de joven?
R.– Su vida estuvo marcada desde muy pronto por esa afección pulmonar que padeció. Tuvieron que sustraerle el lóbulo superior del pulmón. En ese momento eran muy pocas las personas que sobrevivían, y él se repuso. Después entró al sacerdocio y uno de sus sueños era ser misionero... pero su problema pulmonar parecía desaconsejarlo. Si hubiera sido por Jorge, tal vez hubiera estado en algún país africano. Él era un defensor de las mal llamadas minorías, aquellos que menos tienen, los desprotegidos.
Cuando Jorge estaba en Buenos Aires todos los fines de semana iba a los barrios, villas o favelas y estaba todo el día con ellos. No aceptaba que lo fueran a buscar en coche ni que lo llevaran, ni que lo trajeran. Siempre viajó en transporte público. Era un tipo humilde, sencillo, carismático. Como familia hemos perdido un ser querido, pero como mundo también hemos perdido un faro, una luz que va a seguir brillando y nos va a seguir marcando el camino, pero que ya no está entre nosotros.

Jorge Mario Bergoglio durante la primera comunión de su sobrino
P.– Su tío fue llevado a los tribunales por el caso de dos sacerdotes jesuitas que fueron torturados por la dictadura argentina. Se llegó a pensar que Bergoglio pudo haber sido responsable, ¿cómo vivió ese momento?
R.– Con mucha fe y con mucho dolor porque este episodio con los dos sacerdotes jesuitas a él le generó mucha angustia porque su verdadero objetivo, su misión siempre fue la de proteger. Él ayudó a muchísima gente a escapar de la dictadura de Videla, que nos hizo tanto mal y que nos sigue haciendo tanto mal porque esa herida que nunca ha cicatrizado. Dios nos habla de perdón y a Jorge fue algo que le costó entender, que él no había tenido nada que ver, que no había sido culpable. Jorge de verdad quiso salvar a esos dos hombres.
P.– ¿Se sentía culpable por lo que pasó con esos dos sacerdotes?
R.– Se sentía mal. No culpable. Él se sentía mal porque cada decisión que tomó siempre fue para ayudar y proteger.
P.– ¿Cómo vivió la familia el momento en el que su tío fue elegido Papa?
R.– Nunca se borrará de mi mente ese recuerdo. Yo trabajaba en un negocio en Ituzaingó, acá donde vivo. Es una ciudad, pero tiene mucha costumbre de pueblo. Entonces, los negocios cierran a mediodía. Yo vivía del negocio a 15 cuadras (manzanas), pero ese día fui a comer a casa de unos amigos. Estábamos charlando, tomando un café, viendo el noticiero y me acuerdo de que en la votación de la mañana un periodista de un canal de noticias argentino había dicho: 'Ojo con Bergoglio'. Y yo me reía. Y en eso vemos el humo blanco salir de la chimenea y no me preguntes por qué, porque te lo juro por mi hija que está en camino que jamás creí que iba a ser él, jamás. Pero en ese momento empecé a temblar, un poco nervioso, ansioso.
Recuerdo que al hacer el anuncio dijeron ‘Giorgio Mario’ y caí de rodillas al piso (suelo) frente al televisor. Me fui a llorar. Un montón de cosas pasaron por mi cabeza. En un momento de lucidez llamé por teléfono a mi madre y estábamos los dos llorando. La gente en la calle era una fiesta. Los coches pasaban tocando las bocinas. Veías a la gente festejar como hacía mucho tiempo que no se festejaba en Argentina. La gente se bajaba de los autos y venían, me abrazaban, nos abrazábamos, nos felicitábamos mutuamente.
P.– ¿Hablaron con su tío ese día?
R.– Sí, llegué a casa, y miré a mi madre y estaba llorando y el teléfono no dejaba de sonar. A las 9 de la noche sonó el teléfono de nuevo, lo atendí y escuché un 'hola', lejano, y esa voz no la reconocí. Entonces pregunté '¿Quién habla?'. Y al otro lado oí una voz que me dijo, 'Jorge, boludo'. Muy argentino, por cierto. Y mi única reacción fue pasarle con mi madre.
Jorge le dijo: 'Vos sabes que yo no me lo esperaba, pero las cosas son así'. Mi madre le dijo 'te quiero abrazar'. Y Jorge le respondió: 'Créeme que estamos abrazados'. Hoy en día yo creo que seguimos todos abrazados.

Jorge Mario Bergoglio durante una misa en Buenos Aires
P.– ¿Y desde entonces no volvieron a verse?
R.– Yo tuve la suerte de verlo tres veces. Una en 2015 cuando visitó Paraguay y las otras dos veces fueron momentos en los que viajé a Europa y obviamente acomodé mi itinerario para que pudiéramos encontrarnos. Siento ese pesar de que Jorge no volvió a encontrarse con mi madre, pero también entendemos que la misión del Papa Francisco era mucho más grande que cualquier misión individual que pudiera tener Jorge Mario Bergoglio. Nosotros lo tuvimos a Jorge 76 años con nosotros y el 13 de marzo del 2013 cuando salió por ese balcón vestido como Francisco, entendimos que ya no era nuestro, que era del mundo. Ya no era mi tío. Era el tío de todos.
P.– Algunos criticaron que su tío siendo Papa nunca visitara su propio país, pero sí viajara a muchos otros lugares...
R.– El año pasado estuve con él en El Vaticano y medio lo apreté. Le dije: 'Mami te extraña y te necesita y los argentinos te necesitan un montón, pero yo te vengo a hablar como el hijo de María Elena. Decime qué hago. ¿Te la subo a un avión o te subís vos al avión?' Y ahí me confesó que él tenía planificado viajar a Argentina en noviembre del año pasado. En el medio hizo un viaje, creo que a África si no me equivoco, en el mes de junio. Y fue un viaje muy agotador para él. Le pasó mucha factura y finalmente en noviembre no pudo venir a Argentina por problemas de salud. Pero nosotros, los argentinos, siempre estuvimos en su mente y en su corazón.
P.– El próximo miércoles se escogerá a un nuevo Papa, ¿qué cree que hubiese querido él para la Iglesia Católica?
R.– Él pretendía que el próximo Papa siguiera su misma línea. Una línea inclusiva en lugar de excluyente. Un Papa que se acerque a la gente, que se acerque a los más necesitados, que hable de esos temas incómodos para el mundo. Creo que la Iglesia, Dios en ese sentido, ha sabido poner al frente a los hombres adecuados para lo que la Iglesia necesita.
A mí me encantaría, y creo que a Francisco también, que se siga en esta misma línea, que los sacerdotes sean pastores con el olor a oveja, una Iglesia austera donde el Papa en realidad no necesita tener un sueldo. Creo que quedó demostrado. Me parece que la Iglesia nunca estuvo ausente de las necesidades del mundo, pero tal vez podría haber estado más cerca de esas necesidades.
P.– No acudió usted al funeral de su tío, pero ¿visitará sus restos en Roma?
R.– Estoy seguro de que en algún momento, no sé cuándo, porque vivimos en Argentina, pero en algún momento voy a poder llevar a mi hija y decirle: 'Acá descansa tu tío abuelo, que sólo se llegó a enterar de que venías en camino, pero que nunca se llegó a enterar de que ibas a ser una nena y de que te ibas a llamar Sofi'.