Diseño de Rubén Vique

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Un elefante en una cacharrería. Donald y sus 'trumpazos' a las artes

El presidente norteamericano está produciendo un seísmo en la cultura estadounidense, con epicentro en las agencias y en los museos financiados por el gobierno federal.

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Seguramente, y con mucha razón, estarán ustedes pendientes del ciclón desencadenado por la subida de aranceles que ha ordenado y puesto en suspenso Donald Trump y que está desestabilizando muy seriamente la economía mundial. Pero quizá no hayan prestado atención al seísmo que el presidente está produciendo en el ámbito de la cultura estadounidense, con epicentro en las agencias y en los museos financiados por el gobierno federal. No se trata solo una política de recortes que va a afectar gravemente al funcionamiento de instituciones culturales en todo el país sino también de una "purga" ideológica propia de las dictaduras más reaccionarias.

A España ha llegado, de refilón, un coletazo. A finales de marzo, el alcalde de Barcelona Jaume Collboni recibió una advertencia de la embajada de Estados Unidos: en obediencia a la orden "Acabar con la discriminación ilegal y restaurar las oportunidades basadas en el mérito" firmada por Trump en enero, el consulado en esa ciudad solo mantendría su aportación al programa American Space de la biblioteca Can Fabra si esta renunciaba a cualquier actividad que promoviera "la diversidad, la equidad y la inclusión" por considerar que impone trata de discriminación (de los hombres blancos, heterosexuales, sin problemas económicos y con perfecta salud física y mental). Como no podía ser de otra manera, Collboni mandó a estos inquisidores a freír espárragos.

Por si se lo preguntan: no tenemos, desde julio del año pasado, embajador de Estados Unidos en España. Lo será, cuando el Senado acabe de tramitar allí el nombramiento, el millonario de origen cubano Benjamín León. Con ochenta años, no ha tenido jamás actividad diplomática o política, y sus méritos consisten en haber donado 2,8 millones de euros para la campaña de Trump, que se suman a los 2,5 que había ya entregado para la del hoy secretario de Estado, Marco Rubio, en 2016. Cumplirá las órdenes de Washington y punto.

Museos y bibliotecas, a su suerte

Lo que está ahora haciendo Trump es perfectamente coherente con sus promesas electorales y con su trayectoria política. Recordemos que, en su anterior mandato, ya mostró claramente sus intenciones respecto al patrocinio estatal a las artes. En sus primeros presupuestos, para 2018, propuso la eliminación de diversas agencias que apoyan a los museos, incluidos el Institute of Museum and Library Services, el National Endowment for the Humanities y el National Endowment for the Arts, ahora de nuevo bajo intensificado acoso. Y volvió a la carga en 2021.

El Institute of Museum and Library Services (IMLS) ha sido la primera agencia en sufrir el desprecio de Trump por la cultura. El 14 de marzo firmó una orden que perseguía su eliminación hasta donde "la ley aplicable lo permita". El presidente sabe que muchas de las medidas que está tomando son ilegales pero igualmente las pone en marcha, en este caso bajo supervisión del subsecretario de Trabajo, Keith Sonderling, que se ha hecho cargo del IMLS apoyándose en un equipo del Departamento de Eficiencia en el Gobierno (DOGE) para reducir la Administración federal, liderado por Elon Musk, y con el lema de "restaurar el enfoque en el patriotismo".

La junta directiva del IMLS le envió a este una carta en la que le explicaba que no podía cerrar una agencia cuya existencia está respaldada por una ley —la Museum and Library Services Act— y es financiada con fondos del Congreso, de los que Trump no puede disponer a su antojo.

En el Congreso, dos representantes demócratas de Oregón y Nevada recogieron las firmas de 127 congresistas de su partido para exigir a Trump que diera marcha atrás en el cierre del IMLS. Entre otras cosas, argumentaban que "la pérdida de esta financiación sería especialmente devastadora para las comunidades rurales, tribales y otras comunidades marginadas que dependen en gran medida de estas instituciones para acceder a recursos de aprendizaje, desarrollo laboral e infraestructura tecnológica". Ninguno de los congresistas republicanos firmó la petición.

Todos los empleados del IMLS han sido suspendidos durante al menos tres meses y se les ha prohibido el acceso a sus lugares de trabajo. Los expedientes de solicitud de ayudas para 2025 se han paralizado, quedando en el aire el destino de las anteriormente concedidas.

La American Alliance of Museums (AAM) difundió un comunicado en el que afirmaba que la medida contradecía el sentir de los ciudadanos, que aprueban muy mayoritariamente (96%) que se mantenga o se incremente el apoyo federal a los museos, y advertía de que prescindir en ellos de tantos empleos pondría en riesgo la educación, la conservación y los programas comunitarios. Cuestionaban, de otro lado, la utilidad económica de la orden, pues mientras que la IMLS, con solo 77 empleados directos, absorbe el 0.0046% del presupuesto federal, los museos tienen un impacto global de 50.000 millones de dólares.

Pero es que a Trump no es quizá el gasto lo que más le importa. La portavoz de la Casa Blanca dijo que el sentido de la medida es eliminar burocracia para mejor exhibir el "excepcionalismo estadounidense". Por otra parte, un miembro del equipo trumpista explicó que el objetivo es que el dinero de los contribuyentes no "sea derivado a iniciativas discriminatorias de diversidad, equidad e inclusión (DEI) o a programación antiamericana en nuestras instituciones culturales".

El IMLS ha estado contribuyendo a que muchos museos pequeños y medianos puedan servir a sus comunidades —se estima que un 63% de los 35.000 museos estadounidenses han recibido alguna vez fondos federales—, y es absolutamente vital para las bibliotecas de poblaciones rurales o con recursos limitados. En 2024 distribuyeron, a través de los estados y de acuerdo con su población, 267 millones de dólares. No son enormes cantidades las que recibe cada estado pero no pocas veces determinan la calidad del servicio en las bibliotecas y la posibilidad de desarrollar programas cruciales en los museos, que reciben las ayudas a través de convocatorias competitivas.

'Then What Did She Say?', 1964, de Robert Douglas, uno de los artistas de la serie de exposiciones 'Louisville’s Black Avant-Garde', en el Speed Art Museum en Kentucky

'Then What Did She Say?', 1964, de Robert Douglas, uno de los artistas de la serie de exposiciones 'Louisville’s Black Avant-Garde', en el Speed Art Museum en Kentucky

Hay museos que aún no saben a ciencia cierta cómo les va a afectar el desmantelamiento del IMLS y del NEH pero empiezan a hacer cábalas. Lean, si quieren saber más, cómo se están atando los machos en Missouri, en California, en Mississipi o en Denver. Los que ya saben que se van a quedar sin ayudas son los que tienen, por su propia misión o sus directrices, orientaciones que el presidente considera "discriminatorias".

Es el caso del Speed Art Museum en Kentucky, que podría tener que devolver 168.000 dólares de los fondos que recibió para una serie de exposiciones, Louisville's Black Avant-Garde, de artistas afroamericanos. O el del Japanese American National Museum en Los Ángeles, cuyos talleres sobre el encarcelamiento masivo en Estados Unidos de japoneses durante la II Guerra Mundial se corresponden sin duda con esas actividades culturales que Trump tacha de "antiamericanas". Pero este museo no bajará la cabeza: planean mantener su línea de actuación y su defensa de la diversidad.

El golpe es tal que los fiscales generales de veintiún estados se han aliado para demandar a Trump, a Sonderling y varios responsables gubernamentales por atribuirse competencias que no les corresponden —son del Congreso— y por violar así la Constitución. La demanda fue interpuesta el 4 de abril y viene a sumarse a la judicialización de otras medidas tomadas por el presidente.

Pocos días después, la American Library Association, que es la más grande asociación de bibliotecas del mundo, inició también acciones legales contra la orden de Trump.

Cartel de la campaña 'Drawn to Freedom' de la National Coalition Against Censorship

Cartel de la campaña 'Drawn to Freedom' de la National Coalition Against Censorship

La directora del programa de defensa de las artes y la cultura en la National Coalition Against Censorship manifestó a Hyperallergic que la promesa de Sonderling de promover el “excepcionalismo” estadounidense "inhibe la libertad de expresión, incluida la libertad de criticar al gobierno". Y añadió: "Parece que ahora el IMLS pondrá la educación y la cultura al servicio de la propaganda nacionalista", siendo probable que "veamos cómo se agotan los fondos federales para bibliotecas y museos que presentan materiales que contradicen las creencias y prioridades del actual presidente, sofocando así el libre intercambio de ideas y la diversidad cultural en Estados Unidos".

La rodilla en el cuello del Kennedy Center

La estrategia de Trump para controlar y para minar las instituciones culturales que le incomodan consiste en colocar a sus esbirros a la cabeza de sus órganos de gestión. O a sí mismo. En febrero cesó a Deborah F. Rutter como presidenta del Kennedy Center —el gran motor de las artes escénicas— en Washington, así como a dieciocho miembros de su patronato que habían sido nombrados por Biden, sustituyéndolos por personas de su confianza que incluían a varios donantes para su campaña. Estos, claro, apoyaron su pretensión de ser él mismo chair (presidente ejecutivo o director).

A Trump le molestaba lo que se programaba allí y, sobre todo, que varios de los premiados en la gala anual del centro —calificados por él como "lunáticos de la izquierda radical"— hubiesen manifestado repulsa a sus políticas, así que agarró el timón para asegurarse de que deje de ser una institución "progresista". Lo que a él le gustaría ver en los teatros del Kennedy Center son musicales de Broadway y ha dejado caer que los premios anuales deberían recibirlos personajes mediáticos de su cuerda —incluso ajenos al medio cultural— o ya fallecidos, como Elvis Presley.

El argumento para programar allí espectáculos populares es que el centro arrastra graves deudas y que ha malgastado el dinero público. Eso, según leo, no es cierto. El gobierno federal aporta tan solo el 16% del presupuesto del Kennedy Center, en la partida de gastos de mantenimiento del edificio. Es increíble que con una participación tan pequeña Trump se haya atrevido a "intervenir" de esta manera la institución. La programación se financia con la venta de entradas y con donaciones que se dirigen a espectáculos minoritarios o con fines sociales. Manejando un presupuesto de cerca de 300 millones de dólares en 2024, el centro tuvo un déficit de un millón. No parece una situación catastrófica, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de una organización sin ánimo de lucro.

Trump ha nombrado presidente del Kennedy Center al ambicioso diplomático republicano Ric Grenell, que es además, en el ámbito de la política exterior, su "enviado presidencial en misiones especiales". Lo primero que han hecho, los dos, es eliminar la oficina de impacto social del centro, dirigida a las comunidades marginales, y han hecho hincapié en la prohibición de espectáculos que incluyan participación de drags como si fueran algo habitual, cuando el año pasado aparecieron en solo uno de más de dos mil eventos. De los planes de Grenell solo se sabe que promete una gran celebración tradicional del nacimiento de Cristo en Navidad.

En respuesta a estas maniobras se han producido las dimisiones de la productora televisiva Shonda Rhimes —creadora de Anatomía de Grey— como tesorera del patronato y del músico Ben Folds y la famosa soprano Renée Fleming como asesores artísticos. Algunos artistas han cancelado actuaciones programadas, incluso con entradas agotadas. La anulación más sonada ha sido la del exitoso musical Hamilton, cuyo creador, Lin-Manuel Miranda, fue uno de los premiados por el Kennedy Center en 2018 y no es precisamente trumpista.

Una escena del musical 'Hamilton'

Una escena del musical 'Hamilton'

Esculturas de héroes

En el National Endowment for the Humanities (NEH), Trump empezó por cargarse a Shelly C. Lowe, que fue la primera presidenta nativa americana (navajo) del organismo. De momento no hay sustituto pero, con la "colaboración" de la gente de Elon Musk, ya están llegando las notificaciones de cancelación de subvenciones al 85% de los beneficiarios. Y han suspendido al 80% del personal. El director en funciones, Michael McDonald, no solo ha aceptado el cargo bajo imposiciones vergonzosas sino que se está afanando en la jibarización de la agencia, comprometiéndose a que lo que quede ella se dedique a una "programación patriótica". En este trance, muchos se están retratando.

El NEH ha repartido a lo largo de su historia unos 65.000 millones de dólares, a través de los estados, a todo tipo de proyectos: excavaciones arqueológicas, conservación de patrimonio arquitectónico, investigación histórica, programas museísticos, edición de libros, documentales, programas de radio, digitalización, proyectos educativos y comunitarios… Se calcula que en este momento había al menos 1.200 subvenciones concedidas.

La Federation of State Humanities Councils (los organismos que en cada estado se ocupan de repartir las subvenciones, las cuales pueden llegar a constituir, como en California, el 90% de sus presupuestos) están informando en su web a los ciudadanos sobre los proyectos que se han quedado sin financiación.

Además, la American Historical Association ha condenado la "evisceración" del NEH y se está organizando junto a otras asociaciones para asesorar a los perjudicados sobre cómo presentar reclamaciones por cancelación de subvenciones. La National Humanities Alliance está también poniéndose en movimiento.

Por su parte, el National Endowment for the Arts (NEA) ha recibido instrucciones de bloquear cualquier proyecto que, además de involucrar políticas DEI, tenga algo que ver con la "ideología de género", de acuerdo con la orden "Defensa de las mujeres del extremismo de la ideología de género y restauración de la verdad biológica en el gobierno federal". De momento no han tenido efecto las protestas de los artistas y han fracasado los primeros intentos de oponerse a la orden judicialmente. No cesa sin embargo la resistencia y la American Civil Liberties Union no tirará la toalla. En la página del sitio web de la NEA que detalla los requisitos para solicitar subvenciones aparecen ya unas notas que señalan la suspensión de los más polémicos a causa de procesos judiciales abiertos en Maryland y Rhode Island.

Hace pocos días supimos que lo que Trump pretende hacer con lo que se ahorre en subvenciones a la actividad cultural para la ciudadanía es crear un gran parque de esculturas dedicadas a los "héroes" nacionales, retomando un proyecto patriotero que ya quiso poner en marcha en 2020. Al menos 34 millones de dólares se dedicarían a ese conjunto en un enclave natural por determinar. Y nada de abstracción o conceptualismo: la escultura figurativa tradicional es mandatoria.

Para Trump la escultura monumental es campo de batalla en su guerra cultural. Así, ha ordenado que se verifique si, a partir de 2020, se han retirado monumentos públicos con la intención de hacer una "reconstrucción falsa de la historia estadounidense". Se ha interpretado que podía referirse a los que honraban a personas relacionables con la esclavitud y el racismo, suprimidos cuando el movimiento Black Lives Matter se hizo fuerte. Pero es posible también que tuviese entre ceja y ceja la política del departamento de Parques Nacionales a favor del reconocimiento de la violencia racial y de los abusos cometidos sobre los pueblos nativos, a la que opone una celebración de "la belleza, la abundancia y la grandeza del paisaje estadounidense".

El secretario de Interior, Doug Burgum, ha quedado al cargo de ese asunto, así como de la reconsideración de los paisajes que han sido reconocidos como "monumentos naturales" para dictar su desprotección en caso de que puedan ser explotados para la obtención de petróleo o carbón. Los conservacionistas están, comprensiblemente, en alerta.

Louise Bourgeois: 'Facets to the Sun', 1978, en el Norris Cotton Federal Building in Manchester, del programa 'Arte en la Arquitectura'. Foto: GSA

Louise Bourgeois: 'Facets to the Sun', 1978, en el Norris Cotton Federal Building in Manchester, del programa 'Arte en la Arquitectura'. Foto: GSA

Patrimonio federal en el aire

Mientras tanto, la General Services Administration (GSA), agencia que supervisa los bienes inmuebles federales y las obras de arte asociados a ellos, se enfrenta a la posible pérdida de un patrimonio escultórico importantísimo. El programa Arte en la Arquitectura, que gestiona desde 1972 la inversión en arte de un tanto por cierto del gasto inmobiliario federal —comparable a nuestro "2% cultural" solo que allí es el 0,5%—, ha llegado a sumar más de 500 obras. Pero hay otras muchas en la colección (hay que usar VPN para ver la web) de la GSA, que incluye también numerosas pinturas, hasta un total de 26.000. Algunos nombres: Louise Bourgeois, Dan Flavin, Philip Guston, Robert Irwin, Michael Heizer, Jenny Holzer, Alex Katz, Ellsworth Kelly, Sol LeWit, Robert Longo, Robert Mangold, Robert Motherwell, Louise Nevelson, Isamu Noguchi, Claes Oldenburg, Catherine Opie, Martin Puryear, Ed Ruscha, Frank Stella…

Trump ha cerrado cinco de las oficinas del Center for Fine Arts —que se ocupa de administrar todo ese patrimonio— y ha despedido a la mitad de su personal. Lo ha hecho a través de un nuevo director interino, Stephen Ehikian, que ha hecho dinero en el mundo de las startups. Su esposa trabajó en X con Elon Musk, al igual que la nueva directora de bienes raíces de la GSA, Nicole Hollander, que está casada con Steve Davies, "lugarteniente" de Musk y puño de hierro del DOGE. El hermano de Ehikian, promotor inmobiliario, intentó en febrero comprar uno de los edificios federales que la GSA ha puesto en venta, con una oferta sospechosamente baja.

La semi-liquidación del Center for Fine Arts significa que muchas importantes esculturas van a quedar desatendidas pero hay más: esa venta de edificios, que podrían ser varios centenares, deja en el aire las obras de arte vinculadas a ellos. Entre las opciones que se manejan no se excluye la de venderlas a los nuevos propietarios privados, enajenando así un patrimonio cultural público.

Ya en 2020 intentó Trump entremeterse en el programa Arte en la Arquitectura, dictando una orden —la misma en la que exponía su idea inicial para un parque de esculturas de héroes— que exigía que las nuevas obras deberían representar a estadounidenses con gran significación histórico, dando prioridad a expresidentes del país, descubridores de América y abolicionistas, en estilo "realista" y no abstracto o "moderno" (modernist). Pero la verdad es que no consiguió imponer ese criterio.

El castillo de la La Smithsonian Institution en Washington, D.C.

El castillo de la La Smithsonian Institution en Washington, D.C.

Una estaca en el corazón de la Smithsonian

La Smithsonian Institution ha sido desde su creación el baluarte del prestigio cultural de la nación. Reúne veintiún museos —algunos de ellos flanquean el National Mall de Washington—, además de bibliotecas, centros de investigación y el National Zoo, y maneja un presupuesto de mil millones de dólares, del que casi dos terceras partes son aportadas por el gobierno federal. Entre los museos figuran algunos de importancia máxima como el American Art Museum, el Hirshhorn Museum, el American Indian Museum, la Portrait Gallery, el National History Museum, el Asian Art Museum, el National Museum of African American History and Culture o el Cooper Hewitt Museum, dedicado al diseño y dirigido por la española María Nicanor.

La embestida de Donald Trump contra esta organización supone probablemente la más grave de las injerencias políticas que está protagonizando. Y es muy premeditada.

Parece que el ideólogo detrás de las directivas para acabar con la diversidad, la equidad y la inclusión en las instituciones culturales es Christopher Rufo —autor del bestseller America's Cultural Revolution— que tiene línea directa con Donald Trump y con el vicepresidente JD Vance. Uno de sus colaboradores más cercanos, Armen Tooloee, firmó con Mike González —participante en la redacción de la biblia del trumpismo, el Project 2025— un artículo escalofriante en el Wall Street Journal que señalaba al presidente la hoja de ruta para "liberar a Washington del wokismo".

Una de las acciones principales para "clavar una estaca el corazón" de lo woke era, literalmente, "recuperar el control de los museos, comenzando por la Smithsonian Institution". Reconmendaban a Trump que pidiera al Congreso el "restablecimiento del equilibrio ideológico nombrando a verdaderos conservadores dispuestos a desafiar las ideas progresistas en la junta de regentes, que gobierna la Smithsonian". Y señalaban muy directamente, por su compromiso con las políticas DEI, al actual secretario (algo así como el director general), Lonnie Bunch. Este historiador fue uno de los impulsores y el primer director del National Museum of African American History and Culture.

Roberto Lugo: 'DNA Study Revisited', 2022, en la exposición 'The Shape of Power: Stories of Race and American Sculpture'. Foto: Smithsonian American Art Museum

Roberto Lugo: 'DNA Study Revisited', 2022, en la exposición 'The Shape of Power: Stories of Race and American Sculpture'. Foto: Smithsonian American Art Museum

A finales de marzo Trump dictó una orden, "Restaurando la verdad y la cordura en la historia estadounidense", que implementaba la visión de Rufo y daba poderes a JD Vance —miembro, en virtud de su cargo, de la junta de regentes del Smithsonian— para bloquear la financiación a cualquier programa que se opusiera a las directivas presidenciales, con especial foco en las exposiciones que trasladen un enfoque de "los valores estadounidenses y occidentales como inherentemente dañinos y opresores" o una "ideología divisiva, centrada en la raza", como sería según él The Shape of Power: Stories of Race and American Sculpture, actualmente en el American Art Museum.

De inmediato, la Smithsonian tuvo que cerrar su "oficina para la diversidad" y suprimir todos sus programas, calificados en la orden como "ilegales e inmorales". Su misión sería ahora acabar con el "revisionismo" de la historia y con el sentimiento de "vergüenza nacional" que este desencadena, promoviendo la "grandeza estadounidense".

Además, cualquier alusión a la T (trans) y a la Q (queer) del espacio LGBTQ+ será evitada. Lo advierte Trump en particular al American Women's History Museum (en construcción pero con actividad online), que según él se propone "celebrar las hazañas de atletas hombres que compiten en deportes femeninos". Es una de las afirmaciones sin ningún fundamento en las que basa su orden intervencionista sobre los museos.

Pero Trump tiene un pequeño problema para hacerse por completo con las riendas de la Smithsonian Institution: él no puede quitar y poner regentes pues son nombrados por el Congreso (3) y el Senado (3) o son designados por la junta (9) por un período de seis años. Aunque sus posiciones serán defendidas por el presidente de la Corte Suprema, John Roberts (elegido por Trump), a quien corresponde el cargo de canciller de la Smithsonian, y el vicepresidente Vance, no tiene todas las cartas en la mano y el secretario Bunch podría dar batalla.

La National Gallery of Art en Washington D.C.

La National Gallery of Art en Washington D.C.

La National Gallery of Art, museo federal que recibe un 80% (209 millones de dólares en 2024) de su presupuesto del gobierno, se ha visto también afectada. El vicepresidente Vance es miembro de su patronato ex oficio y se mueve por allí como Pedro por su casa. La directora, Kaywin Feldman, ha tragado con las órdenes de terminar con los programas DEI impuestas por Trump, a pesar de que el museo se había sometido a autoexamen años atrás y en 2021 había adoptado como una "prioridad estratégica" la intensificación de sus políticas DEI, que se han suprimido de su lista de "valores".

Tragaderas de los agentes artísticos

Uno de los aspectos que más asombran de todo este proceso es las tragaderas de los responsables de las instituciones y, más en general, de los agentes culturales con mayor predicamento. Aparte de las dimisiones mencionadas en el Kennedy Center, la única de la que tengo constancia en el ámbito de los museos es la del poeta Kevin Young, que era director del National Museum of African American History and Culture. Pero, atención, dimitió en marzo antes de que se publicara la orden de Trump que pone en jaque al Smithsonian, para dedicarse, dijo, a su propia obra. No es exactamente como escupirle en la cara al autócrata.

¿Dónde están los artistas que tienen voz? Algunos veteranos de carácter se han atrevido a repudiar a Trump. El músico Neil Young —con doble nacionalidad, canadiense y estadounidense— ha expresado muy claramente su desaprobación, la escritora Rebecca Solnit ha llamado a la resistencia y el actor Willem Dafoe es de los pocos que ha mostrado enfado ante su intervencionismo, mientras que su colega John Lithgow califica de "puro desastre" comparable al coronavirus su política cultural. Otros actores y cantantes nutren las filas de la oposición: Robert de Niro, Meryl Streep, Jim Carrey, Woopy Goldberg, Mar Ruffalo, Sean Penn, Tom Hanks, Alec Baldwin —qué graciosísimas sus imitaciones de Trump—, Barbra Streisand, Cher o Taylor Swift. También el escritor Stephen King.

Artistas visuales como Jenny Holzer, Simone Leigh, Carrie Mae Weems o Jeff Koons apoyaron a Kamala Harris durante la campaña pero no veo que se hayan manifestado ante los desmanes recientes del presidente en el campo que más les atañe. Parece que se extiende el desaliento.

Es verdad que a Donald Trump le resbala la oposición a sus designios. Sin embargo hay, como hemos visto, diversos procesos judiciales en marcha que podrían llegar, en alguna medida y al menos temporalmente, a pararle los pies. O sea, las patas.

OSZAR »