Escena de la película 'Brat', proyectada el 10 de abril

Escena de la película 'Brat', proyectada el 10 de abril

Cine

Seis películas para redescubrir a Balabánov, el cineasta que retrató la Rusia postsoviética

Los Cines Embajadores de Madrid proyectan un ciclo con las películas más crudas del director, que reflejan el desconcierto ruso de las últimas décadas.

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Hay directores que documentan su época. Otros la adelantan. Y hay quienes, como Alexéi Balabánov, parecen vivir permanentemente en ese umbral donde la realidad pierde forma y se convierte en síntoma. Su cine no explica. No traduce. Solo muestra. Y eso lo hace insoportable y necesario a partes iguales.

Entre el 9 y el 11 de abril, un ciclo propone adentrarse en esa filmografía incómoda, brutal y lúcida. Bajo la dirección del periodista y excorresponsal en Moscú Agustín Fontenla, el Festival Balabánov reúne algunas de las obras esenciales de uno de los grandes cronistas del desconcierto ruso de las últimas décadas.

En tiempos de identidades bélicas y relatos únicos, el cine de Balabánov resiste como un cuerpo extraño. No representa a nadie. No justifica nada. Y eso lo hace más valioso que nunca. Su cine no permite el consumo superficial. Obliga a una respuesta. A veces emocional. A veces moral. A veces solo física: incomodidad, angustia, silencio.

Balabánov filmó doce películas en dos décadas. De Happy Days (1991) a Me Too (2012), construyó un corpus que, sin ser extenso, ha dejado una huella profunda. Lo hizo sin grandes presupuestos ni alardes técnicos. "No rodaba material de más, no improvisaba. Sabía exactamente qué quería y lo conseguía con una sola toma", recuerda Raisa Fomina, la directora de Intercinema, distribuidora histórica de su obra que trabajó 30 años íntimamente con Balabánov.

Ese control casi quirúrgico le permitió trabajar con recursos mínimos. Brat, su mayor éxito comercial, se rodó con 200.000 dólares y recaudó millones. "Estoy segura de que todo ruso mayor de 12 años vio la película cuando se estrenó", añade ella.

Escena de la película 'Brat'

Escena de la película 'Brat'

Pero reducir a Balabánov a su eficacia sería traicionar su esencia. Su cine no es económico. Es preciso. Dolorosamente preciso. Capaz de destilar el horror en una escena sin gritos, de condensar la descomposición moral de un país en un plano sostenido de una mirada vacía o una habitación húmeda. Su estilo, entre lo realista y lo alegórico, no suaviza. Tampoco subraya. Solo avanza como una verdad incómoda, como un testigo que no sabe mentir.

El programa incluye títulos imprescindibles como Brat y Brat 2, los cuales el público podrá ver el 10 y 11 de abril respectivamente. En estos filmes un joven desolado se convierte en héroe involuntario de una nación sin brújula.

Un espejo oscuro

El ciclo llega en un momento cargado. La guerra en Ucrania, la represión dentro de Rusia y la cancelación cultural que se extiende sobre el país hacen que revisitar a Balabánov tenga hoy otra densidad. "Muchas escenas que entonces parecían hiperbólicas o delirantes hoy resuenan como premoniciones", dice la directora de Intercinema. "Alexéi tenía el don de ver antes lo que otros no querían ver".

Agustín Fontenla, que vivió en Moscú entre 2012 y 2016, lo confirma desde otra perspectiva. "Balabánov filma el alma rusa, sí, pero también la vacía. Lo que muestra no es solo el fracaso de un país, sino algo más inquietante: la normalización de la violencia, la apatía como forma de vida, la risa que aparece donde debería haber horror".

Balabánov no se explica. No busca la metáfora fácil ni el análisis académico. Su mirada es seca. Quien busque claves políticas saldrá frustrado. Pero quien entre en su cine aceptando sus reglas —no hay héroes, no hay redención, no hay mensaje— puede que salga viendo el mundo de otro modo.

Cargo 200, que se proyectará el 10 de abril -con presentación del crítico Jesús Palacios-, es probablemente su película más extrema. Una joven es secuestrada por un oficial de la policía soviética y encerrada en una casa que es a la vez prisión, burdel y cuartel. Todo lo que ocurre ahí parece salido de una pesadilla. Pero ocurrió. O pudo haber ocurrido. O sigue ocurriendo.

Una de las escenas más crudas de 'Cargo 200', proyectada el 10 de abril

Una de las escenas más crudas de 'Cargo 200', proyectada el 10 de abril

En Rusia, Balabánov ha sido idolatrado y denostado. Brat y Brat 2 son películas de culto. Pero también han sido señaladas por una parte de la crítica como germen de cierto imaginario nacionalista. "Hoy algunos lo culpan de lo que ha pasado con el pueblo ruso en los últimos diez años. Pero no es justo. Él era un artista que captaba y mostraba tendencias que otros no veían", dice su distribuidora.

El ciclo se inaugura con dos títulos que, aunque menos conocidos que Brat o Cargo 200, revelan con claridad la amplitud y la madurez del universo balabanoviano. The Stoker (2010) es una fábula oscura, contenida y estilizada, ambientada en el San Petersburgo de los años 90, donde un excombatiente afgano trabaja como fogonero mientras escribe una novela y se convierte, sin saberlo, en cómplice silencioso de una cadena de crímenes. Con una estructura seca, casi teatral, la película retrata la banalidad del mal desde un punto de vista gélido e hipnótico.

La acompaña It Does Not Hurt (2006), una historia íntima, cargada de ironía amarga, sobre tres jóvenes en San Petersburgo y la imposibilidad del amor o la esperanza cuando todo alrededor parece estar ya roto. Es probablemente una de las películas más contenidas de Balabánov y muestra que su cine no solo se movía en el terreno del exceso o la violencia, sino también en los márgenes delicados de la fragilidad humana.

Como cierre del ciclo, Fontenla nos presenta Morphia (2008), una de las películas más singulares de Balabánov, adapta libremente los relatos de Mijaíl Bulgákov y se sumerge en la Rusia rural de 1917, en pleno colapso del imperio. La historia de un joven médico atrapado entre la adicción a la morfina y la descomposición de un país se convierte aquí en una metáfora corrosiva del derrumbe físico y moral de una época y demuestra la capacidad de Balabánov para leer el pasado como si fuera un síntoma del presente.

Legado luengo

En el extranjero, el recibimiento ha sido desigual. El festival se ha presentado antes en Buenos Aires y Nueva York con buena acogida. En España es aún una figura poco conocida, lo que convierte este ciclo en una oportunidad excepcional. Como apunta Fontenla, "Balabánov no ofrece respuestas. Pero plantea preguntas esenciales. ¿Cómo se hunde una sociedad? ¿Cómo se convierte la apatía en ideología? ¿Qué pasa cuando lo absurdo se normaliza?".

En su última película, Me too, un grupo de personas busca una torre que, según cuentan, puede conceder la felicidad. Uno a uno van desapareciendo. Solo queda el músico, el artista. "¿Y tú por qué no desapareces?", le pregunta un compañero. "Porque no lo merezco", responde. La felicidad, parece decir Balabánov, está reservada para los que ya no esperan nada.

El ciclo no propone homenajes fáciles ni lecturas cerradas. Solo una invitación. A ver. A escuchar. A pensar. Porque, como escribió una vez Tarkovski, "el arte existe porque la vida no basta". Y porque, en palabras de la directora de Intercinema, "estos grandes filmes pueden ayudarnos a responder, o al menos a formular, la pregunta que sigue ahí, latiendo: ¿cómo hemos llegado hasta aquí?".