
Sergi López y Oliver Laxe, en la rueda de presentación de 'Sirat' en Cannes. Foto: EFE/EPA/SEBASTIEN NOGIER / POOL
Oliver Laxe sacude Cannes con el trance de 'Sirat': “Nunca hay que dejar de bailar, incluso si es el fin del mundo”
El director gallego ha impactado a la crítica tanto por la propuesta formal como por la crudeza y la espiritualidad que envuelven el relato de la película con la que compite por la Palma de Oro.
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El último día de rodaje de la rave con la que arranca su road movie Sirat, Oliver Laxe (París, 1982) se subió a la cima de una montaña a mirar el despliegue de producción. Un surtido de camiones, un muro de altavoces y un millar de personas se entregaban a la música tecno.
“Contemplaba todo aquello como mi neurosis. Estábamos a mitad del proyecto, yo estaba roto, pero la música continuaba. Es cuando entendí de qué iba esta película”, ha explicado en la rueda de prensa de presentación en el Festival de Cannes, donde su inclasificable, tan sulfúrica como lisérgica propuesta participa a concurso en la sección oficial.
El gallego se define como un cineasta lento, que necesita fondear la existencia y comprender lo que sus vivencias le trasmiten. En el proceso de poner en pie esta propuesta, ha aprendido a conectar más con sus cicatrices y heridas, y llegado a una conclusión: “He descubierto que soy un ravero, que hay que llorar, gritar, pero nunca parar de bailar, nunca. Incluso si es el fin del mundo”.
El título de su cuarto largometraje corresponde al de una palabra en el Corán que refiere a un estrecho puente entre el paraíso y el infierno. Sirat invoca, por tanto, la senda que transitan tanto los protagonistas, como también su público. Un trance primero vigoroso, marcado por el pálpito de la música electrónica en el desierto marroquí, y luego, febril, pedregoso y con vistas al precipicio.
El séptimo arte es, en palabras del primero de los directores en liza por la Palma de Oro -el 21 será el turno de Romería, el propio viaje personal de Carla Simón-, “una herramienta esotérica de estimulación del metabolismo humano”. Y Sirat, intencionadamente, “una ceremonia cinematográfica donde invitamos al espectador a desarrollar sus niveles de percepción”.
La ayuda “exquisita” de Domingo Corral y Almodóvar
La recepción del filme en el templo del cine hecho festival ha sido convulsa. La crítica se ha mostrado impactada tanto por la propuesta formal como por la crudeza y la espiritualidad que envuelven el relato. Sirat ha sido un via crucis de 15 años en el que ha contado con la asistencia de, entre otros productores a los que ha reivindicado su apoyo “exquisito”, Domingo Corral y la familia Almodóvar.
Laxe es hijo de Cannes. No ha habido película del cineasta que no haya sido laureada en el festival. En 2010 fue ganador del Premio FIPRESCI por su ópera prima, Todos vosotros sois capitanes. En 2016, su Mimosas fue Gran Premio de la Semana de la Crítica, y en 2019, Lo que arde recibió el galardón del Jurado de Una cierta mirada.
Lo más arriesgado en su cuarta incursión es “la propuesta en sí, que no respeta las leyes del género. No sé si a la gente le gustará, no hemos calculado ni medido, estoy muy orgulloso de nuestra actitud: hemos tenido el arrojo, hemos sido indómitos. Estoy muy contento”.
Laxe ha reconocido la complicación que caracteriza todas sus películas. Siempre coinciden en requerir mucha producción. Si en O que arde (2019) el equipo hubo de trabajar con fuego real, aquí la veracidad se anclaba tanto a la convocatoria para una fiesta real en el desierto como al reparto.
El director y coguionista junto a Santiago Fillol ha explicado que no podía hacer una película punk con actores. El reparto ha sido seleccionado minuciosamente, “uno a uno”, entre una comunidad contracultural de viajeros a los que les gusta el tecno.
Un elenco contracultural y un actor profesional llamado Sergi López
Sirat no es una excepción en su trayectoria. Siempre ha trabajado con elencos naturales. Su anterior filme, Lo que arde, le procuró el Goya a mejor actriz revelación a Benedicta Sánchez, que con 84 años se convirtió en la persona de mayor edad en ganar los uno de los premios anuales de la Academia.
“Amamos la realidad, las texturas de los sueños, nos gusta la gente, básicamente. Hay algo de luz en las películas cuando hay actores no profesionales y me gusta que los espectadores perciban esta frágil dimensión en mis proyectos”, ha desarrollado durante el encuentro con los medios.

Sergi López en 'Sirat'. Foto: Quim Vives
La única excepción en este caso ha sido Sergi López, que da vida al protagonista, un padre que se ha desplazado hasta una rave en Marruecos, acompañado de su hijo menor y de su perra, en busca de su hija, a la que no ve desde hace meses. El actor catalán se ha declarado agradecido al director por “el viaje tremendo, maravilloso e increíble” de su personaje y la historia que han contado todos juntos.
“No ha sido fácil con la arena, la fatiga, el calor… pero he experimentado una conexión espiritual donde he sido capaz de trabajar con gente muy diferente, de mirar en mi interior y cuestionarme. Estoy conmovido -se sinceraba el intérprete-. Los actores necesitamos inspiración y Oliver inspira. Las cosas eran muy etéreas y requeríamos de un guía en este viaje que teníamos que emprender juntos. Oliver es alguien que no te abandona”.
Como una precuela de Mad Max
Para Sirat, el creador español se ha inspirado tanto en títulos europeos, como en películas del Nuevo Hollywood, “porque el cine de los setenta estaba muy conectado a su momento, y como hoy día, había muchas guerras y violencia en la sociedad, asistían a la emergencia de la contracultura, de una sociedad distinta. Esa generación retrató los deseos de la gente del momento y de una forma humilde, nosotros también hemos querido vincularnos a los deseos de la generación actual”.
No ha dado títulos concretos, salvo el de una cinta posterior, con la que ha explicado que han bromeado a menudo en el rodaje, Mad Max (George Miller, 1979). Ha llegado a definir Sirat como un Mad Max 0, un previo del fin.
“Nuestro largometraje propone una aventura física y al mismo tiempo, metafísica, donde la dimensión simbólica es muy importante. Hay una acumulación de ideas abstractas, pero confiamos en el cine y en el poder de las imágenes y los arquetipos”, aspira Laxe.
También el poder del sonido. La música es el elemento que traba a la tribu protagonista de esta propuesta. Por eso la relevancia de la banda sonora firmada por el diyéi francés Kangding Ray, de la que Laxe ha destacado el arranque, “con un beat casi tribal, enfadado, poderoso y lleno de rabia” y la evolución en el viaje posterior, “donde el beat desaparece gradualmente y se vuelve más metafísico, menos material”.
A Oliver no le gusta explicar sus largometrajes. En su opinión, una película ha de trascender a su autor y ofrecer polisemia, ambigüedad: “Has de permitir que las imágenes se puedan explorar, crear muchos significados”.