
Leila Guerriero. Foto: David Arquimbau
Leila Guerriero: "España sigue siendo el país en el que piensan los argentinos cuando quieren marcharse"
La escritora argentina charla con El Cutural a su paso por las Trobades Camus de Menorca de 'La llamada', su descenso a los infiernos de la dictadura de los 'milicos', un auténtico fenómeno editorial.
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En una conversación telefónica con su padre, mientras escribía La llamada, Leila Guerriero (Junín, 1967) le explicó de qué trataba: la reconstrucción del descenso a los infiernos de Silvia Labayru, una montonera secuestrada por los mismos militares que hicieron desaparecer a miles de argentinos durante la dictadura militar. Las violaciones, el parto en la ESMA (epicentro bonaerense de las torturas y vejaciones), el estigma de traición de sus correligionarios por haber sobrevivido… “Pasaron cuarenta años. ¿Todavía hay gente que quiere leer estas cosas?”, le preguntó él.
El largo, obsesivo y revelador perfil de Labayru salió en 2024. Anda ya por las 15 ediciones. Parece, pues, que sí, que todavía interesa aquel trauma, en Argentina y en España, acaso porque en nuestro memorial de sufrimientos colectivos hay capítulos análogos. Parece también que el periodismo exhaustivo, el que se cocina a fuego lento, sigue también teniendo su público. Guerriero nos atiende a su paso por las Trobades Camus de Menorca, un ‘cónclave’ de creadores de las más diversas disciplinas que, cada mes de mayo, confecciona Saundra Maunac, su directora. Todo con el autor de El extranjero de fondo. Y también de frente.
Pregunta. La primera pregunta es de rigor en este contexto. ¿Qué influencia ha tenido en usted Albert Camus?
Respuesta. En la adolescencia y primera juventud lo leí mucho, a él, a Sartre y a Simone de Beauvoir. Eran como mis tres reyes del Olimpo. No le quiero mentir, pero diría que a los 14 años leí El extranjero. Me desconcertó mucho, que es lo que pasa cuando lees a una edad inexperta y no sabes tanto de la naturaleza humana. Un tipo caminando por la playa, el sol, el asesinato… Trataba de entender por qué, la gran pregunta que no tiene respuesta. Pero me deslumbró y volví al libro cuando ya era más grande y encontré en su pensamiento existencialista cosas que me resonaban muchísimo. Era como un escultor del pensamiento, alguien entrañable y, aparte, era guapísimo (Risas).
P. Pero ¿más que Alain Delon? [En su conferencia inaugural confesó que, de niña, bebía los vientos por él.]
R. No, menos. Alain Delon era lo máximo. De su juventud no hay una foto mala. Es impresionante: una belleza descomunal. A mí me lo parece, qué se yo… Y un actorazo que trabajó con los mejores directores de Europa. Aunque era un tipo bastante oscuro. No sé si me hubiera sentado con él a tomarme un café.
P. Aquí en la Trobades ha dicho que la actividad literaria le permitió seguir jugando cuando se acabó la infancia.
R. Cuando uno juega, lo que hace es salirse del mundo, entrar en otra dimensión. Con la escritura haces lo mismo. Hay muchos puntos en común. Ambos tienen reglas, en ambos encajas piezas… Lo que pasa es que la escritura es un juego muy riesgoso, en el que puedes jugar a que tienes miedo pero no lo tienes en serio. Es un territorio con más zozobras, más pantanoso.
P. Dice que es como “manejar nitroglicerina”, porque puedes provocar desequilibrios en su propia vida y en la de los demás. Esto hace pensar en el debate que ha generado El odio, el libro de Luisgé Martín. ¿Qué reglas considera básicas para escribir no ficción?
R. Yo, para manejarme en ese territorio difícil, lo que trato es agotar las fuentes. Ese libro que tiene ahí [alza las cejas para señalar un ejemplar del periodista de La llamada que está sobre la mesa en la que nos hemos sentado] sería imposible de hacer con solo el testimonio de la protagonista. Hay que hacerse un mapa previo, no puedes entrevistar a 500 mil personas. En este caso fue la protagonista y quienes la conocieron bien. Y para mí es fundamental no temer a las contradicciones, o sea, a las versiones distintas sobre unos mismos hechos.
Con el paso del tiempo te das cuenta de que la memoria edita, recorta, deforma… Eso, en vez de empequeñecer el relato, es mostrar la vida humana, con sus fallas. Mostrar esas distintas caras blinda los textos de sus efectos, de sus daños. También hay que equilibrar las cargas: si vos decidís poner mucho énfasis en un solo aspecto de una persona, vas a acabar dibujando una caricatura. Pero si distribuyes bien los porcentajes, aunque al final del camino no aparezca un santo o una santa, la persona se va ver retratada. Va a decir: sí, soy yo.

Foto: David Arquimbau
P. La llamada ya va por 15 ediciones. ¿Qué cree que ha hecho que este libro ‘detonase’?
R. Veo como un asombro ante la cantidad de aristas y claroscuros que muestra la historia. Hay una ausencia de juicio moral. El libro deja la libertad de pensar lo que pasó con la violencia del terrorismo de Estado en los años 70 en la Argentina. También, que en el centro de la historia haya una mujer y cuestiones relacionadas con el consentimiento, porque a ella la violaron reiteradamente, hace que sea un libro muy de nuestro tiempo. Y en España ha llegado mucho porque sigue ha abierto el debate sobre la memoria, y este es un libro sobre eso, sobre la memoria.
P. La dictadura militar la tendría muy estudiada antes de empezar La llamada, pero ¿qué detalles desconocidos de interés se le revelaron al sumergirse en la vida de Silvia Labayru?
R. Pues sí, como dice, siendo periodista, argentina y habiendo vivido lo que pasó, aunque era muy chica, tengo las ideas muy claras sobre lo que pasó. Pero me impactó mucho darme cuenta de cómo nos cuesta escuchar a los sobrevivientes. No a mí, porque estuve hablando un año y medio con una de ellas, y con otras que estuvieron en la ESMA. Esas voces no circulan en la opinión pública, están acalladas.
P. El estigma de traidoras les cayó encima. Eso las apartó mucho de la escena pública.
R. Claro, pero eso no está en mi naturaleza: no se me ocurriría jamás preguntar a una persona que vivió una situación tan extrema cómo hiciste para salir del infierno. Si me lo quiere contar, claro, lo escucharía. Me llama mucho la atención porque gracias a ellos hay muchos genocidas presos. Son testimonios velados en la sociedad. Esto era algo que no tenía tan presente.
P. ¿Qué le pareció la película 1985 de Santiago Mitre?
R. Me gustó mucho, muy bien hecha, buenas actuaciones. Muy emocionante. Yo me acuerdo mucho de ese juicio, ya era adolescente grande.
P. ¿Qué lecciones debemos extraer del consentimiento femenino en materia sexual a partir de las revelaciones tan íntimas y tan crudas que le hace Labayru?
R. Ahí está la tesis de la psicóloga Inés Hercovich, que viene a decir que un caso como el Silvia consentir es resistir. Para ella dejar de resistir es la verdadera resistencia porque así defiendes tu vida. Silvia, en cambio, sostiene -y yo con ella- que en situaciones como la de la ESMA no hay consentimiento posible, cuando estás secuestrada, tu familia vigilada, tu hija es una rehén de los militares… Yo veo que falta mucho camino por recorrer en esto: sigo notando mucho eso de que, si le pasó algo así, es porque eligió una calle demasiado oscura o iba provocando o que, si la violaron ocho, es porque no pateó lo suficiente.
P. Causa un cortocircuito tremendo en el lector español que Labayru, casi inmediatamente después de salir de la ESMA, terminara recalando en la Marbella de la jet. Al margen de esta curiosidad, ¿cómo describiría el papel de España como lugar en el que reiniciar vidas tras el paso por el infierno?
R. Fue muy importante. Hubo mucha gente que también se fue a Venezuela y México. España fue un lugar posible, y más en el momento en que vino Silvia, que fue cuando España estaba saliendo de su propia oscuridad. Creo que todavía sigue siendo el país en el que los argentinos piensan cuando se plantean marcharse. Lo escucho en las conversaciones con amigos, colegas…
P. ¿Y ese planteamiento lo está viendo mucho en su entorno desde la llegada de Milei al gobierno?
R. En las conversaciones, sí, sale mucho. Pero se suele verbalizar porque da un cierto alivio, al saber que de últimas te podrías ir. Digamos que el 50% de la gente que conozco lo comenta, pero, en lo concreto, solo uno lo ha hecho, un guionista.
P. Esta pregunta puede ser de trazo grueso, pero igual tiene su interés. ¿Percibe alguna señal, algún tufo, que conecte lo de hoy con aquel régimen militar?
R. No, no, no. Milei y algunos miembros de su gobierno, sobre todo la vicepresidenta, tienen una actitud negacionista y en algunos casos reivindicativa del accionar de la dictadura, negando que fue terrorismo de Estado y queriendo poner a la misma altura las guerrillas armadas y los militares que estaban en el poder. Esto no fue así de ninguna manera, pero es un gobierno elegido por la gente, democrático. Yo veo visos muy autoritarios, lo que me preocupa, pero yo jamás compararía con lo que se vivió aquellos años. Me parece que es peligroso.
P. Labayru es muy crítica con los montoneros, al igual que el propio Martín Caparrós, al que también entrevistó para La llamada. Consideran que su deriva violenta, 'militarista’, le dio una coartada a los militares. ¿Cómo ve esto?
R. Me parece muy valiente que esta gente, sumamente inteligente, que, por supuesto no son de derechas, que tengan esa visión crítica. Es un discurso que resulta muy incómodo.
P. ¿Y cree que esta ola reaccionaria que padecemos debería empujar a la izquierda a una reflexión autocrítica? ¿Hasta qué punto errores suyos la ha propiciado?
R. Creo que sí, que debería hacerse, pero no solo la izquierda, sino todos los partidos que se oponen a los discursos de Milei, Trump, Meloni… No soy una analista política, pero creo que había un enorme deseo de revancha, por lo menos en mi país. Los gobernantes se estaban ocupando de cuestiones que a ellos no les mejoraba en nada la vida. Había una ira y disconformidad evidente, pero los políticos previos no la detectaron. Y a eso se sumaron los casos de corrupción, sobre todo en los países latinoamericanos. El voto expresó una furia y deben pensar la parte que le corresponde de que esto haya sucedido.