
Juan José Millás.
'Ese imbécil va a escribir una novela', de Juan José Millás: chispazos de poderosa imaginación
El autor valenciano vuelve a explorar los límites entre la vida y la ficción con su inconfundible mezcla de ironía, imaginación y reflexión sobre la identidad.
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Bajo un llamativo título, Ese imbécil va a escribir una novela, aborda Juan José Millás (Valencia, 1946) por enésima vez los característicos problemas de toda su obra.

Ese imbécil va a escribir una novela
Juan José Millás
Alfaguara, 2025. 167 páginas. 19,90 €
Lo hace ahora a partir de una anécdota que vale como pie forzado de un argumento: la redactora jefe del periódico donde colabora un escritor llamado Juanjo Millás le encarga que busque tema para un nuevo y quizás último reportaje.
Desde ese momento su vida es un sinvivir en busca de un asunto y calibra como posible motivo reporteril todo lo que le ocurre.
Con esta curiosa idea traslada Millás al periodismo la compulsiva obsesión de Andrés Castilla, el protagonista de El novelista, de Ramón Gómez de la Serna, de convertir cualquier experiencia en materia novelesca.
La amplia lista de hipotéticos asuntos da lugar a la aparición de diferentes inquietudes temáticas: la paternidad, el infiltrado como héroe o como traidor, el intruso, la distancia entre realidad e imaginación, las apariencias, la autoría, las creencias, la familia, las relaciones sociales, la personalidad, la incompletud de los seres humanos o la vejez.
Las sugerencias temáticas que encadena Ese imbécil… no aparecen como simples especulaciones, aunque todo el libro sea muy especulativo, sino que andan ancladas en materiales narrativos, en una especie de microrrelatos ocurrentes y simpáticos.
Tal vez el primero de ellos se lleva la palma en la mezcla de ingenio y de solapada densidad.
En él, el Millás protagonista que ostenta una doble cabeza, una normal y otra invisible que nace del mismo cuello, refiere su caso familiar, el tener un padre “alternativo”, progenitor también de un hermano de su misma edad.
Las otras peripecias tampoco se quedan atrás en su contenido curioso. Así resulta en la fraudulenta confesión de una señora que mató a su marido y que podría ser objeto de reportaje.
Así pasa también con el descubrimiento que hace el protagonista de la condición de confidentes de su hermano y de un antiguo compañero.
Igualmente, en las sesiones algo burlescas con una psiquiatra. O, en fin, en las interferencias a distancia, a través de internet, en el libro que el personaje está escribiendo y que modifican su contenido.
Al final, el Millás ficticio sigue en la misma incertidumbre del comienzo, lo cual subraya que todos los episodios no han sido otra cosa que elementos de una trama dispersa, un pretexto argumental para deslizar querencias sueltas del Millás real.
Entre ellas destaca la problemática cuestión de la identidad, emparejada con el misterio del doble, asuntos ambos sobre los que se hacen explícitos comentarios.
También son excusa para alojar motivos muy del autor como los defectos físicos o el peso de la herencia.
Y, sobre todo, los episodios que sirven de mero hilván narrativo se aprovechan para colar peculiares observaciones sin vínculo con la trama principal.
Por mencionar una, la idea acerca de las casas que sostiene que los armarios nos vigilan y las habitaciones tienen conciencia.
La novela contiene un desfile de ocurrencias eslabonadas, en un ejercicio libérrimo de la fantasía
El carácter de pretexto del argumento da lugar a un desfile de ocurrencias eslabonadas, de chispazos inventivos, de paradojas entre sorprendentes y provocativas, de muestras de una imaginación poderosa, de ejercicio libérrimo de la fantasía, de brillantes creaciones lingüísticas, en fin, de un discurso tan libre como caprichoso y gratuito.
No logra la trama unificar este saco sin fondo de materiales y el conjunto de la novela resulta un puro cultivo de la artificiosidad.
Solo se salvan las referencias a la vejez, que sí suenan a comunicación sentida y veraz.
El peso del artificio, imaginativo o verbal, sigue impidiendo que Millás consiga ser el potente “fabulador de la extrañeza”, según la certera expresión de Gonzalo Sobejano, que prometía en sus inicios.