La palabra "delirio" procede del término latino delirare, se usaba para indicar que el arado había salido del surco. Fuera de este es difícil la siembra, se vuelve azarosa. Podría servir esta voz agraria como metáfora del actual devenir del mundo, es verdad. ¿O quizá sería mejor acudir a la etimología de "dislocar", que viene de dislocare, que significa sacar algo de su lugar? Desarticular, descoyuntar, desencajar, desquiciar, son verbos que podemos tomar como sinónimos para expresar que las cosas están fuera de lugar, de su lugar natural.
Asimismo, ciertas palabras refieren una acción dolorosa en este traumático hallarse fuera de sitio; así "luxar", que indica que un hueso está dislocado; o bien "esguinzar", del latín vulgar exquintiare, que alude a que algo está desgarrado por cinco partes. No se trata de un juego del lenguaje, es solo una manera de buscar afinidades entre una realidad desplazada de sí misma y el dolor que produce ese desplazamiento.
En tales circunstancias, la realidad, que se halla fuera de sí, se ve conminada a sobreactuar, a desgastarse en su representación, atenazada por la tiranía del dinero, constreñida por la fuerza centrífuga de unos poderes cada vez más insaciables, ávidos de expansión y dominio, que han desbaratado los modos de existencia, su fluir natural.
Han desmantelado, también, toda posibilidad política. Los que, precisamente, han enrarecido la tierra, buscan "tierras raras", sueñan playas y efigies de oro sobre las costas que hoy son un baldío de cadáveres; unos añoran desembarcos en islas remotas y glaciales; otros, anhelan territorios que en su tiempo cayeron en el zurrón de Lenin; los hay que persiguen la gloria dictatorial al norte de Seúl; y están los que arrestan ¡al único opositor! que podría poner en entredicho al dictador turco. China se frota las manos y Europa recomienda kits de supervivencia o "de guerra".
La desmembración de la democracia es cada vez más visible, más palmario su descrédito. Cada vez son menos los jóvenes que la valoran, no es porque sí. Han sido postergados a un papel adolescente y no entienden qué ha sucedido entretanto.
Cada vez son menos los jóvenes que valoran la democracia. Han sido postergados a un papel adolescente y no entienden qué ha sucedido
Se les ha utilizado del peor modo, se les ha engañado con unos planes de estudios fraudulentos, se les ha mentido con un profesorado a menudo arrogante, funcionarial y deficiente, se les ha mentido con las redes sociales, se les ha hurtado el espíritu crítico y mentalizado hasta la obsesión de que no hay futuro, y si lo hay, desde luego, se les convence de que no es suyo.
Adiestrados para el consumo desenfrenado, domesticados para el deporte y para un ocio casi siempre embrutecedor, han sido expoliados y, a cambio, se les ha dado el artículo de la "identidad", que es una baratija.
La democracia solo pueden remontarla la ética y la imaginación; solo avivarla la responsabilidad, la constancia, el buen hacer; solo restañarla la disconformidad y la cultura; solo elevarla el interés por las cosas y la pérdida del miedo.
Una carta dirigida a los jóvenes debería contemplar estos términos, debería instarles a pensar más allá de sí mismos, a ponerlos en alerta de los derechos civiles que están perdiendo día a día, a decirles que son sumamente valiosos e irremplazables para fomentar una sociedad que no deba avergonzarse de su realidad, como esta sociedad nuestra de ahora, esguinzada, que es de sonrojo y se halla gobernada por gentes incultísimas, chulas, calamitosas y maleducadas, última expresión de lo civilizado.
Urge decir a los jóvenes que se crean su papel, que no den crédito a quienes los mandan a un lugar secundario de la realidad, ellos son los que deben detectar cuanto antes el soborno al que han sido sometidos, ellos los que deben volver a poner el arado en el surco.