A principio de este siglo un grupo de investigadores presentó un informe en el que describían cuatro escenarios para un horizonte de mediados del XXI. Como si del guión y el atrezzo se tratase, bosquejaban la composición de esas posibles escenas para los actos de una gran obra teatral. Poco podían imaginar que los cuatro actos se desarrollarían de manera tan inmediata, y menos aun que no iban a ser alternativos, sino que serían secuenciales sin adivinar entonces cual podría ser el orden de las partes.

Se basaron en aquellas incidencias, que ya entonces se insinuaban con fuerza, desde el cambio climático hasta el crecimiento desmesurado de la población que se acercaba a los mil millones de congéneres nuevos cada año. Demasiados protagonistas en este tan pequeño y excepcional coliseo que acogería el gran evento, La Tierra.

Las coordenadas que trazaron para el guión fueron por un lado la tendencia hacia la globalización frente a la regionalización, y por otro el tipo de manejo de la situación, desde la reacción al progreso. Todos los efectos secundarios y segundas derivadas fueron detallados al margen. Así, bosquejaron los cuatro escenarios a los que bautizaron con simpáticos nombres.

De esta manera titularon al primero como ‘Orquestación global’. Atendía al supuesto de que se consolidaría una secuencia de globalización reaccionaria, es decir la continuidad de un liberalismo en un concierto coral, todo por un crecimiento económico mientras cundía el desprecio a la limitación de los recursos.

En un intento de avanzar en un equilibrio entre la economía y los ecosistemas, describieron un segundo acto con el edénico nombre de ‘tecnojardín’. Así, bajo la batuta europea, se esbozaba la utopía de una sociedad conectada armoniosamente de manera global y dependiente de las tecnologías verdes. Cuando más se desenvolvía, con mesurado optimismo, más rápidamente chocaban con los intereses de los que debían cambiar las ideas de su particular enriquecimiento o de los que pedían que aquel jardín tuviese las mismas atenciones en todos sus parterres.

En poco tiempo ese tecnojardín comenzó a fracturarse para que las distintas regiones, cada una por su lado, decidieran sus propias estrategias de futuro, con distintos ritmos, a distintas velocidades, con distintas ideologías. Era el ‘mosaico adaptativo’ que hemos presenciado en los últimos años.

En medio de una algarabía de reacción regionalista es cuando empieza el cuarto acto, ‘El orden desde la fuerza’. Este describe como un mundo regionalizado y fragmentado, preocupado por la seguridad y la protección, presta poca atención a los bienes públicos, y toma una actitud negativa, y hasta negacionista, frente a los problemas ambientales. En este acto ocurre el mayor empobrecimiento de los cuatro escenarios, especialmente entre aquellos ya pobres o incluso los que están en vías de un desarrollo.

Es demasiado arriesgado hacer un espóiler del desenlace de esta obra, pero a buen seguro se verá en los próximos meses. En cualquier caso cunde el deseo de que, como bien decía el ‘Autor’ al ‘Mundo’ en la obra de Calderón de la Barca, bien podría ser este el mejor final para esta entrega: Una fiesta hacer quiero a mi mismo poder, si considero que solo a ostentación de mi grandeza fiestas hará la gran naturaleza; y como siempre ha sido lo que más ha alegrado y divertido la representación bien aplaudida, y es representación la humana vida, una comedia sea la que hoy el cielo en tu teatro vea.