La desigualdad económica y social sigue siendo uno de los mayores desafíos globales. A pesar de los avances en diversos ámbitos, la pobreza persiste en muchas regiones de África, Asia e Iberoamérica. Las brechas existentes nos llevan a preguntarnos: ¿se están implementando estrategias verdaderamente eficaces para reducir estas desigualdades?
En África, que alberga el 13% de la población mundial, el 33% de las personas viven en situación de pobreza, consolidándose como el continente con mayores dificultades económicas. Asia, por su parte, presenta una paradoja: si bien alberga algunas de las economías más ricas del mundo, también enfrenta desigualdades profundas que impactan a millones de personas.
Frente a esta realidad, es esencial analizar el impacto de las iniciativas destinadas a mejorar estas condiciones.
Un primer paso fundamental para combatir la pobreza es comprender las barreras específicas que enfrentan las comunidades. En Filipinas, por ejemplo, la expansión de la clase media debido al crecimiento de la industria del outsourcing ha generado nuevas oportunidades, pero también ha dejado a una parte de la población en una situación de extrema vulnerabilidad.
Quienes ganan entre 150 y 1.500 euros al mes están a un paso de caer nuevamente en la pobreza ante cualquier imprevisto, mientras que el 20% de la población vive por debajo del umbral de pobreza, sin acceso garantizado a servicios básicos como sanidad y educación.
Marruecos enfrenta una situación similar, con un 77% de empleo informal que limita el acceso a derechos laborales y estabilidad económica. En las zonas rurales, la escasez de escuelas cercanas perpetúa la desigualdad, afectando especialmente a las niñas, quienes ven reducidas sus posibilidades de educación y desarrollo.
En Angola, la pobreza y exclusión afectan a un 88% de la población rural y cerca del 30% de quienes viven en zonas urbanas. La falta de garantías en aspectos básicos como alimentación, vivienda, salud y educación impulsa a la mayoría a depender de la economía informal como único medio de subsistencia.
Por su parte, la República Democrática del Congo, a pesar de su riqueza en recursos naturales, registra que el 74 % de su población sobrevive con menos de 2,15 dólares al día. La inseguridad alimentaria, el acceso limitado a servicios sociales y un sector agrícola poco eficiente perpetúan un círculo de pobreza que requiere intervenciones sostenibles.
Ante estos desafíos, distintos enfoques han demostrado ser efectivos cuando involucran directamente a las comunidades en la búsqueda de soluciones. Un modelo basado en la colaboración permite identificar necesidades específicas y desarrollar estrategias adaptadas a cada contexto. La combinación de formación, acceso a financiación y acompañamiento técnico ha mostrado resultados positivos en el empoderamiento económico y social de poblaciones vulnerables.
En Filipinas, nuestra labor con los productores de algas de Hinatuan es un claro reflejo de este enfoque. Al eliminar intermediarios y proporcionar capacitación técnica, estos productores han logrado comercializar sus algas a nivel internacional, mejorando su estabilidad económica y reduciendo su dependencia de mercados locales volátiles.
En Marruecos, iniciativas dirigidas a mujeres y jóvenes están permitiendo la creación de modelos de negocio sostenibles en sectores emergentes. En Angola, estrategias de seguridad alimentaria están favoreciendo no solo la mejora nutricional, sino también la integración social entre diferentes grupos étnicos.
En la República Democrática del Congo, la promoción de la educación financiera a través de grupos de ahorro autogestionados ha facilitado el acceso al crédito y la estabilidad económica de las comunidades más vulnerables.
Más allá de los números, el verdadero impacto se refleja en las historias individuales. Esate Maisha Lubongo, en la República Democrática del Congo, ha logrado transformar su vida al integrarse en una asociación comunitaria, optimizando el uso de sus tierras y asegurando el bienestar de su familia.
En Marruecos, Saida Chouli, presidenta de la cooperativa textil Douar Tanafelt, ha liderado un cambio en su comunidad, aumentando la producción y mejorando la calidad de vida de las mujeres que la integran.
Reducir la desigualdad no es una tarea sencilla, pero sí posible cuando se adoptan estrategias que aborden las causas estructurales de la pobreza. La combinación de esfuerzos entre comunidades, instituciones locales y organismos de cooperación es clave para generar cambios sostenibles.
En CODESPA, seguimos comprometidos con medir nuestro impacto y ajustar nuestras estrategias para asegurar que cada esfuerzo contribuya efectivamente a cerrar las brechas económicas y sociales. Hasta la fecha, hemos llegado a casi 2 millones de personas en África y Asia, y seguimos trabajando por un mundo donde todos tengan la oportunidad de prosperar.
*** Elena Martínez García es subdirectora de CODESPA.