Fotomontaje a partir de los otros molinos de la ciudad

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El Molino de A Gramela en A Coruña, una obra que espera

El Molino de A Gramela fue una obra de imagen icónica hasta su desmantelamiento en la década de los ochenta. Su desaparición en favor del desarrollo urbano supone una transformación urbana pero no un borrado de la memoria del lugar

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La inmortalidad es una ilusión, pero parece tan real a veces. Por un instante, pensar en el tiempo como medida de la vida sin tener en cuenta la propia biografía parece una magnitud interminable, un camino abierto y un recorrido excitante. Es una pequeña ilusión que se diluye al comprender la brevedad de la esperanza de vida humana, pero aún así la razón sigue permitiéndose el lujo de fantasear con su inmortalidad. Sólo cuando una pequeña amenaza afecta al cuerpo esa ilusión se rompe porque solo era un espejo en el que se reflejaba una fantasía. La búsqueda de la inmortalidad es una constante humana, infructuosa y vacía pero que, a pesar de ello, debido a la pasión con la que se persigue, consigue definir una forma progreso.

El estudio de arquitectura Superestudio definía conceptos muy interesantes en términos antropológicos como el ‘Monumento continuo’ o ‘la máquina inmortal’, pero lejos de plantearse tales ideas como utopías irrealizables, estudiaban su posibilidad racional desde la más pura verosimilitud para extraer de ello la conclusión que tampoco lo real lo es. Pero dentro de esta estructura de análisis aparecen, de manera irremediable propuestas o relecturas que tienen que ver con un contacto humano directo. La máquina inmortal, no se define como la propia reproducción humana, ya que se desplaza el foco de una persona singular y se traslada al ser humano como especie. Es la especie humana la que es inmortal, no un solo individuo en sí.

“El monumento continuo (…) se sitúa en abierto contraste con la naturaleza y trata de reflejar un estado de total calma y serenidad; su ‘perfección estática mueve al mundo gracias al amor que crea’ o, por lo menos, esto es lo que ellos suponen. Con tantas paradojas seductoras, el entretenimiento consiste en dejarse persuadir por algo cuestionable y no por ello falso”. Charles Jencks

La continuidad como idea, como estado de las cosas, es una trasposición de la inmortalidad y de su singular vocación de permanencia. Así el monumento continuo es un concepto en el que el símbolo trasciende el objeto, y la desaparición no implica el desvanecimiento de la memoria sino la invocación de la permanencia. Observar algo, durante unos segundos, es una acción individual que se define como ‘un momento’, y aunque se desvanece su impacto si es simbólico o relevante permanece en la memoria de manera imborrable. Así sucede con muchas arquitecturas de la ciudad, con aquellas que se construyeron con vocación de desaparecer y con aquellas que desaparecieron a pesar de todo. Hay siempre una razón para que algo se vaya. Justo o injusto el motivo siempre existe, y solo trae consigo transformaciones. En el caso de la ciudad, la desaparición de obras lleva a la transformación directa del tejido urbano, creando una nueva morfología. El problema solo reside en el olvido, en el terrible miedo a desaparecer incluso de la memoria.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

Desaparecer

Algunas construcciones no solo representan una pieza más dentro del tejido de la ciudad, sino que marcan la identidad del lugar a través de un simbolismo popular. Así que quizás, cuando desaparecen, los valores emocionales de quienes compartían espacio con ellas parecen encontrarse en riesgo. En las ciudades, muchas obras han desaparecido consecuencia de los cambios históricos, especialmente aquellas que tienen que ver con los avances industriales y, consecuentemente, el crecimiento de estas. Así, algunas fuentes, almacenes, estaciones o construcciones defensivas desaparecieron inevitablemente dejando tras de sí la huella de su existencia. Otras apenas forman parte de la memoria, aunque en su momento fueron fundamentales para el crecimiento urbano.

En A Coruña, una de las instalaciones desaparecidas más interesantes son los molinos. Y aunque no todos desaparecieron (aún se conserva uno en el Parque de Santa Margarita), uno de ellos destaca especialmente debido a su posición urbana. El molino de la Gramela desaparecido en 1984, fue una de las construcciones que formaban parte del conjunto proto-industrial destinado desde el siglo XVIII a moler grano. A finales del siglo XVIII el empresario e indiano Genaro Fontenla propuso a Raimundo Onís, quien dirigía la compañía estatal de Correos marítimos desarrollar el suministro de la panificadora de la ciudad, tal y como refiere el historiador Luis Valiño en un magnífico relato descriptivo sobre el origen de estas construcciones y su gestión.

Esta propuesta tiene como consecuencia, y de forma resumida, la construcción de un conjunto de molinos en la colina de Santa Margarita donde el constructor, José Elexalde, encargado de desarrollar la obra disponía de un terreno. El propósito de los molinos era el de moler el grano destinado a producir pan, incrementando así el suministro, especialmente el de los barcos que tenían como destino las colonias. Apenas unos años después y tras diversas disputas, Fontenla consigue permiso para construir un molino en el camino de Pastoriza a Bergantiños.

Foto @MaltratoDaPaisaxe

Foto @MaltratoDaPaisaxe

El Molino de A Gramela

El Molino de a Gramela se encontraba en la actual avenida de la Gramela con la calle alcalde Lens. Se trataba de una construcción muy sencilla con un plinto de forma circular compuesto por un muro de mampostería de piedra dentro del cual se encontraba la pieza del molino, un volumen cilíndrico sobre el que se situaban las aspas. La arquitectura del molino de aspas tradicional es similar en todo el mediterráneo, el cilindro central suele estar coronado por una cubierta cónica en la que se inserta el sistema de aspas y el palo de gobierno que permite orientarlo fácilmente. A diferencia de los molinos nórdicos más complejos y de mayor escala, los mediterráneos son más sencillos habitualmente construidos con mampostería del lugar, dejando la madera únicamente para las partes móviles. El molino se conectaba a través de su eje vertical a la muela que finalmente realizaban el trabajo.

El molino permaneció en uso hasta 1869, fecha en la que su obsolescencia en favor de otros medios más modernos precipitó su abandono. La construcción quedó abandonada hasta que en 1984 fue desmontada y llevada al parque Santa Margarita, dos décadas después en 2013 fue correctamente almacenado en instalaciones municipales. En la actualidad, el molino de Santa Margarita restaurado en la década de los treinta permite conocer cómo era el molino de A Gramela. Más allá del valor del propio molino, su posición urbana determinó una transformación fundamental para el barrio del Agra de Orzán.

Su huella es apenas visible, tan solo un ligero chaflán en el encuentro de la calle alcalde Lens con la avenida de la Gramela en el que la calle se ensancha más. Y es que el molino no desapareció de forma repentina, sino que antes de ser desmantelado fue poco a poco ‘colonizado’ con construcciones próximas que invadieron su entorno hasta expulsarlo de la trama urbana. La desaparición del molino fue, en realidad, un proceso urbano en el que la decadencia de la pieza la hizo desaparecer.

Foto: Nuria Prieto

Foto: Nuria Prieto

Tras el ruido

La ciudad es inmortal, pero sus habitantes no lo son. La ciudad defiende la actitud poética de Ted Kooser quien insistía en “defender los poemas que puedan ser leídos y entendidos sin necesidad de una interpretación profesional” mientras que sus habitantes buscan de forma constante el manual de instrucciones construido a partir de la memoria, el misterio y la complejidad cultural. La curiosidad innata por saber del ser humano choca con la naturalidad apabullante con la que puede utilizarse la ciudad. Algunas desapariciones marcan un trastorno, son faltas de ortografía urbanas, pero como indicaba Jorge Luis Borges “las erratas mejoran mis textos”. A pesar de todo ello, de todo el ruido que envuelve a las transformaciones urbanas, el cambio sucede, la ciudad permanece y el monumento se vuelve algo continuo en la memoria.