Alonso Cueto junto a Mario Vargas Llosa. Foto: perfil de Facebook de Alonso Cueto

Alonso Cueto junto a Mario Vargas Llosa. Foto: perfil de Facebook de Alonso Cueto

A la intemperie

Alonso Cueto disecciona al emperador Vargas Llosa

El escritor y periodista peruano desnuda y desmonta en un ensayo las novelas del autor de 'Conversación en La Catedral' con una lucidez crítica fuera de lo común.

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Mientras escribo estas líneas, el poeta Federico J. Silva me recuerda una brillante frase de Mao: "Quien no teme morir cortado en mil pedazos, se atreve a desmontar al emperador". En estas líneas que escribo, les recuerdo que, en mi criterio, Vargas Llosa vivió, desde que era un niño hasta el final, bajo el "síndrome del emperador". Su tesis del novelista como "deicida" lo convierte en un ángel caído para el género literario de la novela.

Mario Vargas Llosa. Palabras en el mundo, el ensayo de Alonso Cueto recientemente publicado por Alfaguara (Lima, 2025), desnuda, desmonta y disecciona las novelas de Vargas Llosa con una lucidez crítica fuera de lo común. Es un gran ensayo que nos deslumbra por su profundidad, su solidez y su capacidad crítica. Con una sorprendente objetividad, Cueto hace una minuciosa autopsia literaria de las novelas del deicida-emperador y pone al servicio del lector un instrumento de interpretación de primer orden, cuando parecía que ya estaba todo lo de Vargas Llosa "criticado", leído y "comprendido" (desnudado).

La solidez de Cueto descansa, sobre todo, en lecturas y relecturas de los textos de Vargas Llosa y puede leerse, para el lector avisado y conocedor de las novelas del premio Nobel peruano como una gran novela de las grandes novelas de un gran novelista. Ya se sabe, pero hay que repetirlo una vez más, como hace Cueto: Vargas Llosa es un rebelde frente a la realidad sórdida y mezquina; el acto de escribir es, igualmente, un hecho de rebeldía y escribir novelas es un acto de sublevación contra dios (el hacedor del mundo real).

Los grandes personajes de las novelas de Vargas Llosa son héroes trágicos que proceden de la Grecia clásica

En el ensayo de Cueto hay un descubrimiento más que solo sabíamos un puñado de "conocedores" y cómplices de los textos de Vargas Llosa: los grandes protagonistas y personajes de sus novelas, hombres y mujeres, son héroes trágicos que proceden de la Grecia clásica y se reproducen a través de los tiempos a través de las novelas. Por ejemplo: en el Quijote; Hamlet, el teatro de Shakespeare; el Esclavo, la Chunga, Pichula Cuéllar, Fushía, Zavalita, Ambrosio, la Niña Mala, El Consejero, Pedro Camacho, Palomino Molelo, Flora Tristán y su nieto, Paul Gauguin, el Loco de los Balcones, Roger Casement, Trujillo, Jacobo Arbenz, Arguedas… Tantos y tantos: todos los personajes, incluso los de algunos de sus ensayos.

Cueto viene a hablarnos en este ensayo, con una capacidad de scholar para felicitarlo una vez más, de la utopía que persigue inútilmente Vargas Llosa como emperador-deicida (el padre es dios, la autoridad máxima, y hay que matarlo para cambiar el universo): la novela total. De ahí los personajes, también utópicos, que persiguen mundos utópicos; de ahí sus vidas trágicas, de ahí sus imposibles; de ahí la simultaneidad de las historias en las novelas del peruano, y el tratamiento de los tiempos y los espacios (o del tiempo y el espacio, para ser más exactos).

Sobre la novela total y el imposible deicidio (al que hay que derrocar y matar para cambiarlo todo y que nada siga igual), Vargas Llosa escribió el gran ensayo sobre García Márquez, titulado precisamente Historia de un deicidio. Es un imposible, una utopía intelectual, una rebelión contra las normas del cielo por parte del ángel caído. Léase otra vez el Quijote: persigue una utopía, el ideal de Dulcinea; léase Moby Dick: Ahab persigue un imposible: la Ballena Blanca. Y aquí, en cuanto a la novela total, el escritor es un galgo corredor de fondo: aún intuyendo la inutilidad de sus esfuerzos, ese mismo instinto de la sangre lo hace correr inútilmente tras la liebre mecánica que -intuye- nunca alcanzará.

Nada importa, nada está escrito, como recordaba una y otra vez un airado Lawrence de Arabia en plena batalla: el novelista como un Sísifo impertinente y contumaz hasta la extenuación porque su instinto animal y, sin embargo, intelectual se lo exige sin descanso. Porque la literatura es fuego inextinguible mientras se siga escribiendo y mientras "la solitaria" (la ananké griega aplicada a la escritura literaria) siga exigiendo su alimento.

Es necesario -lo diré de una vez- que, quienes conozcan las novelas y las tesis literarias de Vargas Llosa (y amen con pasión sus textos), lean de Alonso Cueto Mario Vargas Llosa. Palabras en el mundo. Es necesario, justo y saludable.

Seguro que se harían un favor, incluso los profesores universitarios que creen que por serlo (o parecerlo) y haberlo leído ya saben todo de Vargas Llosa, sin haber visitado nunca "el país de las mil caras", sin entender el concepto de diversidad en Vargas Llosa y sin comprender bien la intención moral de un novelista librepensador para quien la libertad -esa utopía que el ser humano persigue desde mucho antes de que se escribieran los libros sagrados- es un destino necesario, la gran utopía de los ángeles caídos que somos enredados en el espacio y en el tiempo, la cara oculta de la luna tras diseccionar al dios-emperador y ocupar su lugar.

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