
La cesión de Hindenburg a Hitler. Foto: Rubén Vique
'El fracaso de la república de Weimar': cómo muere una democracia desde dentro
El historiador Volker Ullrich narra el derrumbe de la primera república alemana, marcada por crisis, violencia y traiciones que allanaron el camino al Tercer Reich.
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Mientras unos sacaban el champán —"Nunca se ha bailado tanto ni con tanto frenesí en Berlín", escribió un cronista—, otros, como el conde Harry Kessler, celebraron aquella Nochevieja con el ánimo sombrío. "1918 será probablemente para siempre el año más horroroso de la historia alemana", escribió Kessler. Un mes y medio antes, durante la revolución de noviembre, había arrancado el primer régimen democrático de la historia de Alemania.

El fracaso de la república de Weimar
Volker Ullrich
Traducción de Miguel Alberdi. Taurus, 2025. 496 páginas. 23,65€
El gran romanista judío Victor Klemperer tampoco se mostró entusiasmado: "Frente a esta inmensa transformación, me siento mitad aturdido, mitad asqueado; no me siento ni remotamente democrático", enunció. La burguesía hablaba de colapso moral, de catástrofe —"después de la guerra perdida, el caos", dijo Thomas Mann— y sus peores presagios se confirmaron pronto.
1919 empezó con luchas armadas en Berlín y con el asesinato de los líderes comunistas Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. En medio de los disturbios y de una violenta represión —una verdadera revolución en marcha— el 19 de enero se celebraron las elecciones federales, las primeras con sufragio universal. La participación fue altísima. Votaron más de 34 millones de alemanes que, en conjunto, mostraron su apoyo a la democracia parlamentaria.
La capital ardía, al punto de que la Asamblea Nacional constituyente se trasladó a Weimar. Según Friedrich Ebert, hijo de sastre y primer presidente de la República, la ciudad de Goethe y de Schiller era el lugar perfecto para "la construcción de la nueva nación alemana".
El historiador Volker Ullrich (Celle, 1943) describe en El fracaso de la república de Weimar (Taurus) la frenética década y media que transcurrió desde los primeros balbuceos de la república hasta el traspaso del poder a Hitler en 1933.

Disturbios en Berlín, 1919. Foto: Rubén Vique
Es un periodo que obsesiona a la historiografía alemana y que explica muchos rasgos de su política posterior, como el pánico a la inestabilidad gubernamental —en Weimar se sucedían los gobiernos; de hecho, cuando llegó Hitler muchos pensaron que solo era un canciller más— y al descontrol de los precios. "Nadie que se ocupe de la cuestión de cómo y por qué mueren las democracias puede pasar Weimar por alto", escribe Ullrich.
Su enfoque, hasta cierto punto novedoso, podría resumirse así: todo salió mal, dice, pero las cosas pudieron ser de otra manera. De este modo se aleja de la idea un tanto simplista de que la democracia fue un mero preludio del totalitarismo.
Ullrich cuestiona ciertas nociones asentadas. El Tratado de Versalles, por ejemplo, siendo sin duda una paz impuesta, no era "un tratado duro en exceso", afirma, y no habría envenenado la opinión pública como lo hizo sin la propaganda nociva de los nacionalistas, que divulgaron la leyenda de la "puñalada por la espalda" —la tesis hitleriana de que Alemania fue derrotada por una traición interna de la izquierda y de los judíos— y atizaron la idea de que el Reich no había tenido la culpa del estallido de la Primera Guerra Mundial.
El periodo de Weimar pareció a menudo una contienda civil. El movimiento obrero estaba profundamente dividido desde los sucesos de enero de 1919 y la oposición de derecha fue golpista desde el minuto uno. La crisis económica hizo que los estudiantes, antes revolucionarios y pacifistas, renegaran del sistema y abrazaran el antisemitismo y el nacionalismo.
Weimar pareció a menudo una contienda civil. El movimiento obrero estaba dividido y la oposición de derecha fue golpista desde el minuto uno.
Sucesos como el golpe de Kapp-Lüttwitz, de 1920, provocaron el giro a la derecha de la burguesía e hicieron que la clase trabajadora se radicalizara por el lado izquierdo.

El golpe de la cervecería de Hitler. Foto: Rubén Vique
Más tarde la inflación sumió al país en la locura: es la época de los excesos, los cabarets y la libertad sexual. Como escribió George Grosz, "cuanto más subían los precios, tanto más subían las ganas de vivir". Millones de alemanes lo perdieron todo; los niños jugaban a hacer castillos con fajos de billetes que no tenían ningún valor.
Superada la inflación, la economía se recuperó pronto, pero la política se volvió más conservadora. Murió Ebert y Hindenburg llegó a presidente.
Hindenburg quería limitar la influencia de los partidos y del parlamento y retorcer la Constitución para aprovechar al máximo las posibilidades de su cargo. Weimar encaraba su último periodo, de carácter presidencial, que culminó con la catástrofe de 1933.
No es casual que el ascenso de Hitler coincidiese con los primeros signos inequívocos de disolución de la república. Como otros historiadores, Ullrich sitúa el momento clave el 27 de marzo de 1930, cuando se rompe la última gran coalición de gobierno con mayoría parlamentaria. Para entonces los empresarios, la industria y los militares estaban alineados con la derecha extraparlamentaria, cuyos planes coincidían en gran medida con los de Hindenburg y su entorno.
Mientras tanto, un miembro del NSDAP, Wilhelm Frick, socio de Hitler en el putsch fallido de 1923, había llegado al poder en Turingia, precisamente en Weimar, y había emprendido una revolución parda que Hitler replicaría tres años después en todo el país. Cuando Hitler tomó el poder, muchos dudaron de que fuera a hacer lo que llevaba años anunciando. Pero le bastaron un par de meses para aprobar una ley habilitante y liquidar la democracia.