Los militares extranjeros de la Guardia Nacional de Ucrania participan en un ejercicio en la región de Járkiv.

Los militares extranjeros de la Guardia Nacional de Ucrania participan en un ejercicio en la región de Járkiv. Anatolii Stepanov Reuters

Europa

Las tres razones por las que Putin se equivoca cuando le dice a Trump que Rusia va ganando la guerra

Lo que piensa Putin es verdaderamente un misterio, aunque tal vez la mejor manera de entenderlo sea escuchar a sus propagandistas, que insisten en que Trump es una marioneta y que pueden llegar a Berlín con solo proponérselo.

Más información: Trump aseguró a los socios europeos que Putin no quiere la paz, se abrió a nuevas sanciones a Rusia y luego se echó atrás

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Pese al entusiasmo público mostrado por Donald Trump tras su larga llamada telefónica del pasado lunes con el presidente ruso, Vladímir Putin, las cosas entre Rusia y Ucrania parecen estar en el mismo punto que hace tres años y pico. Así se lo habría transmitido en privado el propio Trump a sus aliados europeos, según el portal de noticias Axios: “Putin no está preparado para la paz porque cree que va ganando la guerra”.

Aunque, en público, Trump mantiene la esperanza de un acuerdo de alto el fuego casi inminente y viene a reconocer el “enorme esfuerzo” del autócrata ruso para llegar a un compromiso, lo cierto es que Putin sigue en su mundo mágico, ignorando por completo las presiones estadounidenses y confiando en que el tiempo le acabe dando la victoria. Es el mismo marco mental que le hacía suponer la victoria relámpago en Ucrania en febrero de 2022 porque la sociedad ucraniana estaba dividida y esperando ansiosa la llegada del Kremlin para poner orden.

Estos tres años y tres meses apenas han hecho cambiar de idea a Putin, en lo que se podría calificar de un “delirio de grandeza” contagioso. El propio Trump ha repetido sus tesis varias veces, otorgándole al ejército ruso un poder que no está nada claro que tenga. Marco Rubio, secretario de estado, resumió así esta semana la situación ante el Congreso estadounidense: “Rusia quiere cosas a las que no tiene derecho… y Ucrania es incapaz de quitárselas por la fuerza”.

Ahora bien, ¿es eso “ganar la guerra”? No tiene pinta. Los objetivos rusos eran muy claros: la “desnazificación” de Ucrania, es decir, la sustitución del actual gobierno por uno controlado desde Moscú, la “desmilitarización” del país vecino, es decir, su renuncia a pertenecer algún día a la OTAN y la disolución de su ejército, y la anexión de los territorios que forman parte de la llamada “Novorrosiya” en el imaginario nacionalista: Járkov, Donetsk, Lugansk, Zaporiyia, Jersón, Dnipro y Odesa. Ninguno de ellos se ha cumplido, más bien al revés.

Zelenski y su ejército, más fuertes que en 2022

El apoyo de Zelenski entre su población sigue siendo inmenso para un país que siempre ha tendido a los cataclismos políticos. Según las últimas encuestas, su aprobación estaría rozando el 70%, con una valoración positiva incluso por parte de los partidarios de su gran rival político, el expresidente Petro Poroshenko. Los intentos del Kremlin por restarle legitimidad han sido en vano: por mucho que Putin le exija convocar unas elecciones que la propia constitución ucraniana prohíbe en estado de guerra, Zelenski sigue siendo un líder apreciado por sus ciudadanos y valorado en el exterior.

A ello han ayudado casi tanto las decisiones ajenas como las propias: el intento de matarle durante los primeros días de la invasión y la renuncia del presidente a marcharse de Kiev ya supusieron una declaración de intenciones. A partir de ahí, su presencia constante en el frente y su intensísima política diplomática, que tantas críticas le ha granjeado entre los republicanos estadounidenses, también han ayudado a hacerle más popular en Ucrania. Una popularidad que se disparó tras la “encerrona” que JD Vance y Donald Trump le prepararon en el Despacho Oval el pasado mes de marzo.

La desmilitarización va aún peor: Ucrania tiene ahora mismo un ejército moderno, con armas de primer nivel y con la capacidad para fabricar sus propios drones y misiles balísticos. Aunque su entrada en la OTAN parece una quimera -ya lo era antes de 2022, que nadie se engañe con eso-, sus lazos militares con el resto de Europa se han estrechado. Tiene problemas de munición como los tienen los rusos y, sobre todo, le faltan sistemas de inteligencia y de defensa antiaérea que ahora mismo solo le pueden dar Estados Unidos y la OTAN.

En cualquier caso, no hay duda de que, incluso tras decenas de miles de muertos y heridos, el ejército ucraniano es más fuerte ahora que hace tres años. No solo cuenta con los medios, sino también con la experiencia. En la actualidad, no sería factible un avance como el que Rusia consiguió en el sur del país durante los primeros días de la invasión, plantándose en la orilla del Dniéper tanto en Jersón como en Zaporiyia y rodeando la ciudad portuaria de Mariúpol. En palabras del congresista Mike Quigley, “te sorprendería lo rápido que uno aprende cuando te juegas el culo y no quieres que violen a tu esposa”.

Ni rastro de la Novorrosiya

En cuanto al sueño místico de la “Novorrosiya”, es cierto que Rusia ha aprovechado la invasión para controlar Lugansk casi al cien por cien y aumentar el territorio ocupado en Donetsk. El sur de Jersón y Zaporiyia sigue siendo suyo, así como determinados territorios de Járkov y, en una mínima medida, Dnipro. Ahora bien, Crimea incluida, Rusia solo tiene bajo su poder en torno al 20% de Ucrania. Los avances en lo que va de año son residuales y siguen requiriendo de un sacrificio humano tremendo.

De todos es sabido que, mientras hace que negocia un acuerdo con Estados Unidos y manda delegaciones de tercera división a Estambul para hacerle perder el tiempo a Zelenski, Putin está preparando una ofensiva de cara al verano, centrada, en principio en el este. Sus tropas llevan ya casi un año atascadas en Pokrovsk y los alrededores de Chasiv Yar y el anunciado avance hacia el norte de Zaporiyia no se ha producido, pese a la conquista de Velyka Novosilka

El convencimiento de Putin de que esta ofensiva es la definitiva es total. Por eso, quiere aplazar cualquier acuerdo de alto el fuego hasta, como mínimo, el otoño. Sus reivindicaciones siguen siendo las mismas que en febrero de 2022, incluso cuando Ucrania ya contempla abiertamente la cesión de algunos territorios. Su flexibilidad diplomática se acerca mucho al cero y, efectivamente, esa cerrazón parte del pensamiento casi mágico de que, en cuanto quieran, pueden ganar una guerra que no deja de prolongarse sin que acabe de decantarse de un lado o del otro.

Hasta qué punto la estrategia de Trump de comprarle el relato a Putin hace que el ruso se envalentone o, al contrario, favorece esa táctica suicida y a medio-largo plazo contraproducente es motivo de debate. Sabemos que sus socios atlánticos están desconcertados, pero que siguen confiando, pese a todo, en que Estados Unidos no se retirará de la negociación y seguirá sirviendo de elemento de disuasión. Lo que piensa Putin es verdaderamente un misterio, aunque tal vez la mejor manera de entenderlo sea escuchar a sus propagandistas, que insisten en que Trump es una marioneta y que pueden llegar a Berlín con solo proponérselo. En algún lado lo habrán escuchado y ese lado probablemente sea el mismísimo Kremlin.