
Miembros de las fuerzas de seguridad indias junto al lago de Dal, tras el atentado terrorista de Pahalgam, el pasado viernes. Reuters
¿Está la India condenada a un conflicto eterno con Pakistán?
Cachemira no es la causa, sino un síntoma de una crisis, acaso irresoluble, del sistema político y de la identidad nacional de Pakistán, a la que es consustancial la confrontación con la India.
India responderá. De eso hay pocas dudas. Sencillamente, porque no tiene otra opción y porque es lo que exige una opinión pública indignada ante el atroz y cruel ataque terrorista en Pahalgam, un resort turístico de Cachemira.
Y, con toda probabilidad, esta respuesta conllevará acciones militares contra el actor responsable de décadas de atentados terroristas contra civiles y militares indios. Es decir, contra el vecino Pakistán.
Así que la pregunta no es si habrá respuesta, sino cuándo y, sobre todo, cómo. Y aquí el asunto se complica. India lleva décadas sometida al chantaje estratégico (nuclear) pakistaní y atenazada por una serie de dilemas que dificultan una respuesta eficaz.
Hasta el momento, Delhi ha decretado la expulsión de nacionales pakistaníes, incluyendo la reducción del número de diplomáticos acreditados, ha suspendido la concesión de visados y, más novedoso y potencialmente trascendental, ha anunciado su retirada del tratado sobre las aguas del río Indo.
Medidas con algún impacto, pero que no propiciarán que Pakistán ponga a fin a su enraizada política de "desangrar a India con mil cortes".

Un funcionario de seguridad paquistaní hace guardia en una estación de tren. Efe
Y esto provoca el primer, y acaso más determinante, de los dilemas que afronta India: qué puede hacer que resulte suficientemente contundente como para disuadir a Pakistán de seguir con esta política pero que, al mismo tiempo, no conduzca a una guerra abierta.
India, concentrada en su desarrollo y en convertirse en uno de los motores de la economía mundial, tiene poco o ningún apetito para las tensiones fronterizas, y no digamos para embarcarse en aventuras bélicas. Y menos contra un vecino que respalda toda su actividad hostil con un arsenal nuclear con doctrina de uso flexible e incierta.
Así, la nuclearización de ambos en mayo de 1998 no ha conducido a un escenario más estable. De hecho, los atentados terroristas, las escaramuzas fronterizas e incursiones de militantes yihadistas respaldados por la inteligencia pakistaní en suelo indio se han multiplicado y agravado desde entonces. A este nivel de enfrentamiento limitado y conflictividad latente, la disuasión nuclear pakistaní funciona. Pero no a la inversa.
Y lo que es aún más grave, como muestran de forma incontestable los ataques de septiembre de 2001 contra el parlamento regional cachemir en Srinagar y diciembre de ese mismo año contra el parlamento nacional en Delhi, Pakistán recurre al terrorismo con fines estratégicos.
De igual forma, conviene no perder de vista que Pakistán ha iniciado (y perdido) las cuatro guerras que ha librado contra India desde la partición e independencia de ambos del Imperio Británico en agosto de 1947. Es decir, las guerras de 1947/48, 1965, 1971 y 1999.
Como todos los primeros ministros precedentes, al alcanzar el poder, Narendra Modi impulsó un proceso de normalización con el gobierno pakistaní con vistas a que condujera a una paz definitiva. Y como en ocasiones precedentes, ese empeño se vio truncado por incursiones yihadistas desde territorio pakistaní.
La gran novedad con Modi fue que tanto en 2016 como en 2019 decidió lanzar una acción de represalia contra campos de entrenamiento primero en la, según terminología india, Cachemira ocupada, y en territorio propiamente pakistaní en la segunda ocasión.
Esto resultó muy espectacular y, por un breve periodo de tiempo, permitió a India recuperar la iniciativa. Sin embargo, el impacto estratégico a medio plazo de estas acciones de represalia limitadas y quirúrgicas ha sido escaso y el marco sigue siendo el mismo de las últimas décadas.
En esta ocasión, en los medios indios se especula con un ataque con misiles balísticos o de crucero. De nuevo, un desarrollo potencialmente serio y que generará titulares espectaculares y, consecuentemente, una respuesta pakistaní.
"El establishment militar tiene un fuerte incentivo para mantener la tensión con India, ya que la supuesta amenaza existencial es la que legitima su posición de dominio"
Si nos atenemos a los precedentes, esta respuesta será tan medida como la represalia india. Y permitirá a ambos salvar la cara sin que se produzca ningún cambio sustancial del contexto. Es decir, vuelta a la casilla de salida.
A la hora de evaluar la posible represalia india y la reacción pakistaní, conviene tener en cuenta, que una las probables razones detrás del ataque de Pahalgam es el deseo de las autoridades militares pakistaníes de redirigir la atención de la opinión pública doméstica del conflicto en Baluchistán (una convulsa región del sur de Pakistán donde se suceden las violaciones de Derechos Humanos, y grupos armados baluchi se enfrentan al ejército pakistaní).
El pasado 11 de marzo, militantes baluchis secuestraron durante 36 horas un tren expreso con cientos de pasajeros. Los militantes dividieron a los rehenes entre civiles y personal de seguridad y asesinaron a uno de estos últimos.
Como es habitual desde hace años, las autoridades pakistaníes apuntaron a Afganistán e India como responsables, aunque sin presentar ninguna prueba. Y el jefe del Estado Mayor (y de facto máxima autoridad del país), el general Asim Munir, apeló a Cachemira y los cachemiríes como la "yugular" de Pakistán.
Durante el ataque de Pahalgam los terroristas discriminaron a sus víctimas por credo, identificándolas al exigirles que recitaran versos del Corán. De esta manera, salvo un trabajador local que valientemente trató de desarmar a los terroristas, todas las víctimas eran hindúes y, al menos, una de fe cristiana.
El objetivo evidente era provocar la rabia de la ciudadanía india e instigar, de momento sin éxito, la división comunal dentro del país. En cualquier caso, la previsible represalia india contra Pakistán, permite al establishment militar de Islamabad aglutinar el apoyo de las depauperadas masas pakistaníes. y a su vez galvanizar el fervor de las diásporas por todo el mundo.
El ejército pakistaní ejerce un dominio efectivo sobre la vida política y económica del país desde la independencia. Y no se trata sólo del presupuesto destinado a la Defensa, sino de que más de la mitad de la economía del país está en manos de altos oficiales del ejército.
De esta manera, el establishment militar tiene un fuerte incentivo para mantener la tensión con India, ya que la supuesta amenaza existencial es la que legitima su posición de dominio e impide que las autoridades civiles, aunque cuenten eventualmente con amplio respaldo popular, puedan verdaderamente ejercer el poder.
"En esta situación lo peor que puede hacer Europa es referirse al "irresuelto conflicto de Cachemira" y equiparar a India y Pakistán como igualmente responsables"
Así, puede que el Ejército pakistaní no desee una guerra abierta a gran escala, pero es seguro que no quiere la paz. Es decir, no está interesado desde el punto de vista estratégico en alcanzar un acuerdo definitivo con India. Y mientras eso no cambie, no hay nada que hacer. El conflicto seguirá irresuelto durante décadas.
Y a esas razones más tangibles aún cabe añadir otras de tipo ideológico-identitario igualmente profundas y relevantes.
Pakistán es un país pretendidamente secular, pero creado con el factor religioso islámico como el elemento aglutinante de grupos étnicos diversos (no siempre bien avenidos) para crear una identidad nacional nueva construida frente a la de India. La confrontación con India es, pues, un elemento implícito y consustancial en el discurso nacional pakistaní.
De igual forma que millones de musulmanes (aproximadamente un tercio del total de los Asia Meridional en el momento de la partición) optaran por permanecer en India era, entonces y ahora, percibido por Islamabad como un cuestionamiento del propio proyecto nacional de Pakistán.
En realidad, esta percepción en Pakistán, y el debate que conlleva, debería haber acabado al producirse la independencia de Bangladesh en 1971 (con la tercera guerra indo-pakistaní). Es decir, tras lo que los bangladeshíes califican con razón de genocidio, resulta cuestionable que Pakistán mantenga su narrativa de "patria de todos los musulmanes de Asia Meridional".
No obstante, muy al contrario y más tras la dictadura del general Zia-ul Haq y la yihad antisoviética en los años 80, el extremismo islamista domina el pensamiento estratégico pakistaní.
La mutación de la "intifada" cachemir iniciado a finales de los 80 en una insurgencia yihadista no puede explicarse sin la infiltración pakistaní y el papel de su inteligencia militar, el célebre Inter-Services Intelligence (ISI).
Son militantes pakistaníes de Lashkar-e-Toyba (LeT, ejército de los rectos o virtuosos), Hizb-ul-Mujahideen (HM, partido de los guerreros sagrados) o Jaish-e-Mohammed (JeM, el ejército de Mahoma) los que se infiltran en territorio indio para cometer ataques.
"Pakistán es una palanca con la que China puede presionar a India sin necesidad de enfrentarse directamente"
En este contexto, lo peor que puede hacer Europa (o la desaparecida España) es referirse al "irresuelto conflicto de Cachemira" y equiparar a India y Pakistán como igualmente responsables de esta situación.
No es solo empíricamente incorrecto, sino que contribuye al problema, ya que legitima e incentiva los ataques pakistaníes. Y los únicos beneficiados en última instancia son el ejército pakistaní y sus proxies terroristas. Y con ello se mantiene el bucle de las últimas décadas.
Para que se entienda: es como cuando la ETA le descerrajaba un tiro en la nuca a un concejal, un fiscal o un guardia civil o ponía un coche bomba en un centro comercial, y algunos medios y líderes internacionales equiparaban a las partes y apelaban al diálogo entre iguales para resolver el "conflicto vasco".
Al menos desde los años 70, si no antes, es más o menos pública y notoria la voluntad de India de poner fin de una vez por todas a este permanente conflicto con Pakistán. Cabe citar incluso voces autorizadas del ámbito civil pakistaní, como las del diplomático Hussain Haqqani, que en 2016 indicaba que "la responsabilidad por la situación está en ambos lados de la frontera, pero se ha enmarañado especialmente por la casi patológica obsesión de Pakistán con India".
En definitiva, Cachemira no es la causa, sino un síntoma de una crisis, acaso irresoluble, del sistema político y de la identidad nacional de Pakistán.
Y si ampliamos el foco regional, no resulta menos relevante que China, cuya diplomacia describe la alianza estratégica con Islamabad como "más alta que los Himalayas, más profunda que el océano" (y "más dulce que la miel", añaden los pakistaníes), no tiene mucho interés en que esta situación se resuelva.
Y de ahí se deriva lo que se conoce como una "all-weather alliance", y que supone que China da permanente cobertura diplomática y militar a Pakistán (y en consecuencia a los ataques de sus proxies terroristas).
No es sólo que esto facilite a Pekín el acceso a Pakistán, y con ello la puesta en marcha, por ejemplo, del estratégico corredor logístico y energético que conecta el puerto de Gwadar (en Baluchistán) en el mar Arábigo con Kashgar (principal ciudad del sur de Xinjiang). Sino que Pakistán es una palanca con la que China puede presionar a India sin necesidad de enfrentarse directamente.
Al menos, de momento.
*** Nicolás de Pedro es experto en geopolítica y jefe de Investigación y Senior Fellow del Institute for Statecraft.