Héctor Abad Faciolince. Foto: Daniela Abad

Héctor Abad Faciolince. Foto: Daniela Abad

Letras

Héctor Abad Faciolince: "En la guerra hay momentos de modorra, hay tiempo hasta para enamorarse"

El escritor colombiano publica ‘Ahora y en la hora’, una reconstrucción de su viaje a Ucrania, donde sufrió un ataque de las tropas rusas con un misil supersónico.

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La vida no se detiene ni siquiera en tiempos de guerra, pero "a los rusos les gusta tirar bombas y misiles en los sitios donde se reúne mucha gente". Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) era consciente de esto cuando se encontraba en una pizzería de Kramatorsk (Donetsk, Ucrania), a poco más de 20 kilómetros del frente, y un ataque aéreo de las tropas de Putin a punto estuvo de matarlo.

El escritor colombiano se lo hace saber al lector en su nuevo libro, Ahora y en la hora (Alfaguara), una reconstrucción de su viaje a Ucrania, en los últimos días de junio de 2023. La idea inicial pasaba por presentar en Kiev su novela El olvido que seremos, que acababa de ser traducida al ucraniano, y participar en un acto de la plataforma latinoamericana ¡Aguanta, Ucrania!, fundada por Sergio Jaramillo, exviceministro de Defensa en Colombia y negociador de conflictos internacionales.

Jaramillo lo convenció para acercarse más al corazón del conflicto, hacia el este del país. No solo a él, sino a buena parte de la expedición. La reportera de guerra Catalina Gómez, la escritora ucraniana Victoria Amélina y Dima, el fixer o solucionador de problemas de la comitiva, viajaron con Abad Faciolince y Jaramillo hasta Kramatorsk, adonde llegaron tras visitar algunos territorios arrasados por las tropas rusas y conversar con algunos soldados.

No era una zona potencialmente peligrosa en aquel momento, así que decidieron ir a cenar. Eran las 19:28 horas y los rusos sabían que habría muchos civiles. Un misil Iskander de alta precisión con 600 kilos de explosivos destrozó el restaurante y segó la vida de 13 personas, entre las que se encontraba la escritora ucraniana. Minutos antes Abad Faciolince, con problemas en su oído derecho, se cambió de asiento para escuchar mejor a su compatriota Jaramillo. Victoria ocupó su lugar. Según recuerda el escritor colombiano en su libro, acababa de hacer una broma: "Fue lo último que vi, su sonrisa fantasmal y triste"

Además de intentar descifrar el sentimiento de la muerte ajena en tan insólitas circunstancias, de todo punto inexplicable, cruel y dolorosa, el colombiano se hace cargo en este libro de la onda expansiva, las devastadoras consecuencias que acarrea. "Más que vivir, agonizo cada día", leemos en el conmovedor Ahora y en la hora, que no sucumbe a la tentación de la escritura afectada, pero tampoco tiene reparos para presentar la desolación que contempla en toda su crudeza. 

Pregunta. ¿Ha sido más difícil escribir este libro o El olvido que seremos?

Respuesta. Son cosas distintas. En El olvido… había una relación mucho más íntima con mi padre, la figura fundamental de mi infancia y mi juventud. Lo escribí después de mucho tiempo, en calma; este, en cambio, lo escribí en caliente, recién golpeado, y con dudas de si era capaz de hacerlo. También había vivido mucho más, tenía una serie de referencias vitales que me enloquecían. Por ejemplo: mientras escribía el libro, yo tenía la misma edad de mi padre cuando lo mataron. Además, Victoria y mi hija tenían la misma edad, ambas nacieron en el año de Chernóbil [1986]. En este caso, era como hablar de la muerte de mi hija sin que mi hija hubiera muerto, afortunadamente.

En el momento de la escritura, comprobó que el trauma había diezmado sus capacidades para encarar un texto: descubría palabras repetidas, errores gramaticales, de sintaxis, hasta de ortografía… "Las pastillas me restaban lucidez, cada párrafo era como un pequeño parto", cuenta a El Cultural. "Pero tenía que hacerlo rápido, porque tenía la sensación de que si lo postergaba, ya no lo iba a escribir", explica. 

Lo hizo, finalmente, acuciado por una "obligación moral". "Hay libros que uno escribe porque quiere, porque la historia le parece literaria, porque ve en lo que está imaginando o recordando alguna belleza. Pero hay libros como este en los que siento la responsabilidad de escribirlo", dice a El Cultural. 

Victoria, que estaba documentando crímenes de guerra, ya "no tiene voz, no tiene cómo denunciarlo, cómo contarlo", recuerda. Y "creo que si yo fuera el muerto, que hubiera sido lo normal porque era el más viejo del grupo y por el sitio donde estaba sentado, ella yo lo habría hecho", opina.

Amén del compromiso ético, principal motivación de este libro, el autor se impone un severo ajuste de cuentas consigo mismo. "Cobarde", "insensato" o "falto de carácter" son solo algunos de los calificativos que se atribuye. No es solo la erosión propia del que siente la muerte tan cerca, el que la ve con sus propios ojos, sino la experiencia de la muerte dilatada, la que impacta con la violencia de la metralla y se instala en su cotidianidad, junto a sus seres queridos.

El escritor colombiano "estaba en un estado de estupor y de depresión", reconoce, y no hubiera sido capaz de terminar el libro de no ser por sus editoras, a las que cariñosamente denomina "Carolina del Norte y Carolina del Sur". Son, respectivamente, Carolina Reoyo, de Alfaguara España, y Carolina López, de Alfaguara Colombia.

"No puedo más con la vida. Esto es lo que he sido capaz de escribir. Díganme si sirve o no, si lo tiramos a la basura o qué hacemos con él", les dijo. Y lo que hicieron fue apropiarse del "montaje", desechando la parte ficcional del texto que proponía el autor: una historia en la frontera de Gaza y Egipto que finalmente se descartó para la versión final, aunque podría tener encaje en una publicación posterior, según ha desvelado a El Cultural.

Las editoras lograron que este libro, que alterna reflexión, crónica, correspondencia y hasta poemas, se asemeje a un cuaderno de campo por la estructura tan particular que presenta. Parece estar escrito como un borrador, al modo ensayo-error, de modo que proyecta la sensación de caos y desconcierto, como la cuestión reclama.

Con el relato del viaje como eje, la narración incorpora pertinentes apuntes relativos a la historia de Ucrania, "un país destrozado, masacrado y martirizado por un invasor", aunque "lamentablemente es fácil olvidarlo en medio de otras guerras y de otras noticias". 

P. A quienes no hemos estado en un país en guerra nos sorprende que, en la misma ciudad donde te puede caer un misil en la cabeza, se pudiera llamar a un Uber o que el barrio del hotel donde se hospedaban fuera tan agradable. ¿Cómo explicaría esta extrañeza?

R. Es verdad. Los mismos soldados dicen que en la guerra hay momentos de espantoso dolor e intensidad, pero también hay muchas horas de espera y aburrimiento. No hay ejército que aguante tantas horas de batalla. Y hay momentos de modorra, claro, hay tiempo para todo, hasta para enamorarse. Mientras, la guerra está ahí, como latente. En Kiev, concretamente, se puede ir al teatro, al restaurante, la gente se casa, se divorcia, hay nacimientos… El horror se mezcla con la lucha por la normalidad y las ganas de vivir: "Hoy comamos y bebamos, que mañana moriremos". La vida sigue, pero es muy raro, sí.

"Juan Villoro sí condena a Putin, pero su opinión ahora le hace quedar más cerca de Trump"

P. En los últimos días Rusia ha vuelto a atacar Ucrania con misiles y Trump ha acusado a Putin de volverse "completamente loco". ¿Esto significará algo? ¿Estados Unidos es necesario para detener las agresiones sobre Ucrania?

R. Pero Trump es errático. A veces uno tiene la impresión de que está tan loco como Putin. Un día dice que Zelenski tiene la culpa de la guerra y Putin tiene razón, y al día siguiente se lava las manos. El mismo que había prometido arreglar la guerra en 24 horas luego considera que es un problema europeo. La realidad es que, a día de hoy, no aplica sanciones a Rusia y ha suspendido el envío de armas de defensa a Ucrania. Trump dice muchas locuras: por ejemplo, que quiere convertir Gaza en un resort o en un casino.

P. ¿Qué matices diría que hay entre los ataques que Putin a Ucrania y la ocupación de Gaza por parte de Israel? ¿Usted tiene problemas para hablar de genocidio?

R. La palabra genocidio la inventó un ucraniano [Raphael Lemkin], pero tanto Rusia como las potencias occidentales propusieron una definición para el concepto porque tenían mucho miedo de que les acusaran de esto. Tanto Stalin por las hambrunas que provocó en Ucrania como Estados Unidos por el trato a los indígenas americanos y los esclavos africanos. Hicieron una definición tan estrecha que implicaba algo indemostrable: para ser un genocida, había que tener la intención de exterminar al otro pueblo. Pero ¿cómo saber si Putin y Netanyahu tienen la voluntad deliberada de acabar con Ucrania y Palestina? Los síntomas existen, desde luego, pero demostrar esto ante un juez no es tan fácil.

»No me importa tanto usar o no la expresión de genocidio, pero estoy seguro de que uno y otro cometen crímenes de guerra abominables. De hecho, Netanyahu y Putin eran medio compinches antes de estas guerras. Los hombres de autoridad y de fuerza como ellos, o como Trump y Orban, se entienden bastante bien. No les importa la ideología, sino imponer la idea de que el más fuerte tiene la razón y el menos fuerte debe doblegarse. Esto es lo que no podemos aceptar, porque es intolerable para la idea de Europa y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

P. Habla en el libro de un distanciamiento con colegas por no sumarse a la causa contra Putin. Parece que en América Latina se es más reacio, en general, a condenar sin ambages la agresión rusa. Para explicar la invasión de 2022, Silvio Rodríguez dijo hace un año en EL ESPAÑOL que en Ucrania hubo antes "un golpe de estado conservador", refiriéndose a la Revolución del Euromaidán (2013-2014), "y ese gobierno alimentó un sentimiento antirruso". 

R. Qué pesar lo de Silvio Rodríguez, algunas de sus canciones me gustan mucho. Se ve que se traga entera la propaganda rusa. ¿La revolución fue conservadora? Yanukóvich era quien quería conservar la unión con Rusia, después de que en su campaña electoral había prometido afianzar los lazos con la Unión Europea. Fue un mentiroso.

»De todos modos, si hay países como la Hungría de Orban que se quieren parecer más a la Federación Rusa que a Europa, que hagan un plebiscito para decidirlo. Por cierto, que pregunten también en Cuba si quieren hacer elecciones normales. Es completamente absurdo. Mira, Petro [presidente de Colombia] rompió relaciones con Israel por el exterminio de los palestinos, que me parece un acto valiente, pero jamás ha dicho una palabra contra Putin.

"Vargas Llosa me dijo que Putin era uno de los grandes hijos de puta de este planeta"

P. ¿Puede contarnos algo más de aquella discusión con Juan Villoro?

R. Bueno, Juan Villoro sí condena a Putin, pero su opinión ahora le hace quedar más cerca de Trump. Lo que él sostiene, basándose incluso en Henry Kissinger, es que gran parte de la culpa la tiene la OTAN por haberse ampliado a los países del Este. Pero por mucho que se haya ampliado, nunca ha atacado a Rusia, mientras que Hamás sí atacó a Israel. Nadie puede ir a matar a 1.300 personas, pero tampoco Netanyahu puede vengarse de la manera que lo hace, como si todos los gazatíes fueran miembros de Hamás. Aun así, con Villoro he recuperado la amistad, así no estuviéramos de acuerdo.

P. Mantenía una buena relación con Vargas Llosa. ¿Le dijo algo a su regreso de Ucrania?

R. Sí, tuvimos un intercambio por cartas que me parece muy bonito. Me escribió diciéndome que sabía lo de Ucrania, que me había visto ensangrentado en una foto. "¿Qué demonios se te perdió allí?", me dijo. Y yo le contesté: "Mario, tú sabes que cuando uno llega a la vejez comete muchas insensateces". Él estuvo de acuerdo [risas].

P. ¿Compartía su visión sobre la cuestión ruso-ucraniana?

R. Sí. Yo le dije que Putin era uno de los hombres más abominables y perniciosos que había hoy en el mundo. Y él me contestó: "Sí, es uno de los mayores hijos de puta de este planeta".