
Una escena de la película 'Cónclave'
Cinco cónclaves que se complicaron: del que resolvió una paloma al que duró tres años
El proceso de elección del próximo papa se prevé accidentado, pero no lo será tanto como algunos de los que se han dado a lo largo de la historia.
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Las asambleas políticas son siempre difíciles, como bien saben algunos partidos españoles, y si además nos referimos a las que organiza la Iglesia católica para transmitir el poder terrenal a la manera de una buena monarquía electiva, el asunto se pone aún más cuesta arriba.
Se pertenezca o no a la organización, guste o no guste, hay que reconocer que la Iglesia católica cuenta con una amplísima experiencia en estos temas, y que su diplomacia se encuentra entre las más brillantes y efectivas del planeta. De hecho, no se nos ocurre ninguna otra entidad supranacional que cuente, en medio mundo, con un delegado en cada pueblo y un gerente en cada ciudad. Ni con mejores sedes sociales, dicho sea de paso.
La cuestión actual es que, como en cualquier organización donde participe el ser humano, cuantas más opciones posibles haya, o más enconadas se encuentren las posturas, más se complicará la elección del individuo, y su grupo aledaño, para ocupar el poder.
En el caso de la Iglesia, las normas, en sí mismas, son muy simples: en teoría se puede elegir papa a cualquier varón que esté bautizado, y no es necesario que sea elegido uno de los cardenales que forman el cuerpo de electores.
El papa molinero
A lo largo de la historia hubo varios casos de papas que resultaron elegidos sin estar en el cónclave, y es particularmente notable el caso del papa Fabián, que en el año 236 fue elegido de entre el público que asistía a las deliberaciones, porque una paloma se posaba insistentemente sobre su cabeza.
Dicen que Fabián era molinero de profesión, pero no es cosa segura. Desempeñó su puesto durante 14 años y combatió cualquier extremismo, abogando siempre por la misericordia, el perdón y aligerar los castigos. El erudito Orígenes de Alejandría le pregunta de modo oficial dónde están las almas antes de que las personas nazcan y Fabián no logra responderle. El Emperador Decio lo manda matar y él, que pudo huir, no se opuso. Por este motivo es santo y mártir, además de patrón de la aldea de Peñaullán perteneciente al concejo de Pravia en Asturias, patrón de San Fabián de Alico en Chile y copatrón de Valsinni, en la provincia de Matera, Italia.
Las matemáticas y el Espíritu Santo
Más tarde, cerca del año 1000, concretamente en abril de 999, y ante los temores de que en tan señalada fecha llegase el fin del mundo, los cardenales dejaron escrito que era "necesario elegir a alguien presentable, por si tenía que recibir a Nuestro Señor Jesucristo". Resultó así coronado papa Gerberto de Aurillac, que eligió el nombre de Silvestre II, y que, entre otras muchas cosas era matemático, músico, químico y —decían— brujo.
A él debemos la feliz idea de transmitirnos la noticia de que el Espíritu Santo deseaba que abandonásemos los números romanos y adoptásemos los números arábigos, con el cero incluido, por mucho que pareciesen cosa de infieles. No hay espacio aquí para explicar los inmensos avances que esto trajo consigo, ni para seguir hablando de este papa que dejó escrito que "la ciencia era homenaje a la obra de Dios y ser ignorante era menosprecio a su gracia y un terrible pecado". Ahí queda eso.
De asceta a cruzado
Hubo otro, unos cuantos años más adelante, que también trajo algunos problemas a los cardenales. En aquella ocasión, y hablamos del año 1086, no se les ocurrió mejor idea que elegir a Dauferio de Fausi, un fraile benedictino de Benevento e hijo de un conde lombardo. Su padre no estaba contento con que se metiese a fraile y quiso casarlo a la fuerza, pero el joven consiguió escapar de su esposa para refugiarse de nuevo en el monasterio, y como esto le parecía demasiado cómodo, acabó de ermitaño viviendo en una cueva.
A pesar de estos antecedentes, los cardenales lo eligieron papa, pero Dauferio, que no quería enfrentamientos, rechazó el nombramiento durante nada menos que diez meses, hasta que finalmente le convencieron de que aceptase el cargo bajo el nombre de Víctor III. Aún así, nada más ser coronado en la basílica de San Pedro, se marchó de nuevo a Montecassino, diciendo que el papa podía serlo en cualquier sitio y que él no pensaba quedarse en Roma bajo ningún concepto. Más tarde parece que le quitó el miedo a los conflictos, porque organizó una Cruzada contra los musulmanes del norte de África, costeada en parte de su bolsillo.
Una elección bajo llave
Más adelante, en 1241 se utilizó por primera vez, propiamente, la figura de lo que hoy conocemos como cónclave, es decir, reunión bajo llave. Federico II Hohenstaufen no era un hombre muy religioso, por decirlo suavemente. De hecho, acababa de derrotar al sultán en Tierra Santa y había regresado a Occidente con un harén de unas sesenta muchachas, lo que el papa le reprochó gravemente.
Federico, entonces, respondió "que eran mujeres encontradas entre los infieles y que su intención era bautizarlas personalmente, una por una". Las risas llegaron hasta donde se puede imaginar, lo mismo que el enfado del papa. Sea como fuere, las relaciones entre Federico y la Santa sede eran pésimas, por lo que urgía a la Iglesia elegir a un nuevo papa.
A la muerte de Gregorio IX, el emperador Federico II, que tenía prisioneros a algunos de los cardenales, no quiso liberarlos para la elección. De este modo, y encerrados en duras condiciones para que se dieran prisa, el resto de cardenales pasó dos meses sin alcanzar la necesaria mayoría de dos tercios, pero las condiciones fueron tan duras que dos cardenales fallecieron.
Los ocho restantes, visto cómo se ponía el asunto, llegaron a un acuerdo. A la fuerza ahorcan, dicen. Así fue elegido Celestino IV, pero tan enfermo y quebrantado, que no duró ni dos meses. Le dio tiempo, eso sí, a excomulgar a Orsini, el senador romano que los había encerrado.
A la muerte de Celestino convocaron de nuevo a los cardenales a Roma para elegir sucesor, pero curiosamente, y sin que se sepan los motivos, no acudió ninguno, por lo que entre los años 1241 y 1243 no hubo papa.
Dios es eterno, el cónclave también
Tenemos también otro caso, en 1268, de un cónclave complicado. En esta ocasión, lo que ocurría era que los cardenales no conseguían ponerse de acuerdo. En aquel momento existía un fuerte enfrentamiento entre franceses e italianos, y ambos querían que fuese papa uno de los suyos.
El cónclave comenzó el 29 de noviembre de 1268, con sólo 20 cardenales electores, de los que luego fueron muriendo varios hasta que, finalmente, siendo ya sólo 17 cardenales, llegaron a una decisión el 1 de septiembre de 1271, casi tres años después, y por puro agotamiento y compromiso. Se trata del cónclave más largo de la historia de la Iglesia.
El elegido fue Gregorio X, que tuvo la fortuna y la delicadeza de vivir cinco años más, con lo que, a su muerte, ya se habían despejado algunos escollos y se pudo decidir su sucesión con mayor fluidez.
La situación actual puede ser complicada, pero es de suponer que los debates no llegarán a extremos como los que acabamos de ver. Sea como sea, correrán ríos de tinta. Es lo mínimo.
Javier Pérez Fernández es autor de Catálogo informal de todos los papas (Algaida, 2021).