Harvey Keitel en 'Los duelistas' (Ridley Scott, 1977)

Harvey Keitel en 'Los duelistas' (Ridley Scott, 1977)

Historia

‘Blandir la espada’: el brutal y brillante viaje del arma que partió la historia en dos

Richard Cohen cuenta en su libro los orígenes de la esgrima, desde la forja del acero hasta los duelos de honor, la llegada del deporte y su aparición en la ficción.

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Ángel Mora
Publicada

En 1787, Saint-Georges, uno de los mejores esgrimistas de la Francia del siglo XVIII, se batió en duelo en la londinense Carlton House frente al príncipe de Gales, quien más tarde pasaría a ser coronado como Jorge IV. Criollo francés procedente de la isla de Guadalupe, el chevalier era, además del mejor espadachín de su generación, un virtuoso del violín, director de orquesta y compositor. "Racine escribió Phèdre", se vanagloriaba La Boessière, su padre y oficial de alto rango en el ejército, "pero yo forjé a Saint-Georges".

Frente al genio de la espada y la batuta, levantaba el florete una frágil y menuda mujer de más de sesenta años que vestía un raído traje negro de satén y un sombrero de encaje blanco. Todos reían y cuchicheaban mientras la señora arrastraba su vestido de tres faldas con torpeza y pesadez. El resultado fue rotundo. La anciana venció por 7 toques a 1.

Esgrimista, cinco veces campeón de la Commonwealth de sable y participante en cuatro Juegos Olímpicos, el escritor británico Richard Cohen relata varias historias como esta en Blandir la espada, un ensayo que Ático de los libros ha reeditado este año. No estamos, sin embargo, ante un simple anecdotario. El libro recorre la historia de la espada, el duelo y su transformación en deporte y espectáculo a través de un muy exhaustivo análisis de más de seiscientas páginas donde se explica el valor que se le confirió a este arma y al enfrentamiento en distintas sociedades y cronologías.

La mujer que venció de forma tan rotunda a Saint-Georges era la chevalière d'Eon. O el chevalier d'Eon. Se trataba de una figura controvertida y misteriosa del Siglo de las Luces que a menudo fue objetivo de las burlas de las sociedades francesas y británicas por su identidad sexual indeterminada. Tanto fue así que entre las clases altas se popularizó apostar con respecto a si d'Eon era un hombre o una mujer. Finalmente, tras su muerte y al sufragar una autopsia, se pudo saber que, anatómicamente hablando, era un hombre.

Hubo un tiempo en el que su sexualidad vaporosa no fue motivo de escarnio, sino más bien una poderosa arma que el mismo rey francés no dudó en emplear. D'Eon viajó a San Petersburgo como espía, y allí, vestido como una mujer, se ganó la confianza de la zarina Isabel I. Se dice que su intervención fue decisiva para que Rusia apoyara a Francia durante la Guerra de los siete años. Por este logro d'Eon fue recompensado con el título de capitán de dragones. Sin embargo, la polémica con respecto a su identidad sexual hizo que se le retirara el cargo y acabó por volverlo progresivamente un paria que se ganaría la vida cobrando por realizar duelos vestido de dama en público.

Portada de 'Blandir la espada', de Richard Cohen (Ático de los libros)

Portada de 'Blandir la espada', de Richard Cohen (Ático de los libros)

De duelista a santo

Aficionado a los duelos era también Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. Nos cuenta Cohen que, al más puro estilo de Don Quijote, el que más tarde sería canonizado por el papa Gregorio XV leyó con avidez durante su juventud las aventuras del Cid, las leyendas artúricas y El cantar de Roldán, lo que lo llevó a alistarse al ejército.

Sobrepasando apenas el metro cincuenta de estatura y con el pelo de un intenso color rojizo, el joven Ignacio fue pronto reconocido por su bravura que rozaba la temeridad. Famoso es, por ejemplo, el duelo que sostuvo con un hombre musulmán al que retó por negar la divinidad de Cristo. A aquel lo atravesó sin contemplaciones, y después de él vendrían otros muchos enfrentamientos hasta que en el sitio de Navarra de 1517 le atravesó los dos muslos una bala de mosquete francesa. Mientras se recuperaba, leyó un libro sobre la vida de los santos y otro sobre la vida de Cristo, lo que le hizo decantarse por la vocación religiosa.

La filosofía de la espada

Especialmente llamativo es el capítulo que Cohen le dedica al Japón feudal y el bushido, la doctrina que se construyó en torno a la espada y el honor como componentes de un tándem indivisible.

Aunque los guerreros —los bushi, élite marcial en español— ya eran la clase dominante desde finales del siglo XII, fue en 1588 cuando la espada se consolidó como símbolo de poder. En ese año, el shogun Toyotomi Hideyoshi promulgó un edicto en el que se prohibía a los sectores populares de la población la tenencia de armas. Su objetivo era prevenir alzamientos y tener en su poder el monopolio de la violencia.

Tras la muerte de Hideyoshi y una guerra civil, Tokugawa Ieyasu y sus descendientes pasaron a gobernar Japón durante más de dos siglos. Durante el llamado shogunato Tokugawa, el país se encerró en sí mismo y mantuvo un hermetismo cultural que se sostuvo hasta la llegada de la restauración Meiji. En esos años, los samuráis pasaron a ser la casta más alta y cerrada.

Según Cohen, aparte de una mera arma o un símbolo de clase, la espada pasó a ser un vehículo de seishin tanren, una forja del espíritu que permitía al usuario eliminar toda mácula moral y alcanzar la perfección espiritual. Esto fue impulsado por el propio Ieyasu, que tras disolver los ejércitos provinciales lidió con los cientos de miles de ronin (samuráis sin amo) que había dejado desocupados inculcándoles el bushido e impulsando la creación de escuelas de esgrimas y la competición entre ellas.

El duelo más emblemático del país del sol naciente data, precisamente, de estos años y tiene como protagonistas a Miyamoto Musashi y Sasaki Kojiro, dos guerreros que en 1612 se enfrentaron a muerte en la isla de Ganryū-jima, al sur de Japón.

El primero era un ronin famoso por usar un bokken (espada de madera) en los duelos y haber empezado su peregrinaje como guerrero a los 13 años, cuando mató por primera vez a un espadachín en combate singular. No solo sus habilidades con la espada se volvieron legendarias, también excentricidades como su aspecto de vagabundo y su capacidad de comer cualquier cosa que encontrara.

Frente a él se encontraba Sasaki Kojiro, el mejor espadachín del caudillo Hosokawa Tadatoshi, famoso por ser especialmente despiadado con sus contrincantes. Era, además, el inventor de una técnica mortífera con la espada, el contraataque de la golondrina, un movimiento veloz de arriba a abajo que recordaba a la caída en picado de estas aves.

El día del duelo Kojiro llegó al bajío puntual. No obstante, las horas pasaron y Musashi no aparecía. Los rumores de los testigos empezaron a circular, sospechando que el vagabundo había huido. No era así. Se había dormido y, cuando apareció, lo hizo con el remo de su barca en la mano, a partir del cual, tallándolo, había improvisado un bokken.

Su rival le reprochó el retraso y se burló del arma que esgrimía. Acto seguido, lanzó la vaina de su espada al mar, dejando caer el mensaje de que saldría de ahí victorioso o muerto. Al comenzar el duelo, pasaron unos segundos en los que ambos contendientes sabían que un paso en falso sería fatal. Kojiro hizo el primer movimiento y empleó su técnica estrella. En ese instante, Musashi atacó y profirió un grito animal. El filo del primero quedó a un milímetro de la frente del segundo. El bokken de este último, en cambio, apareció estrellado en el cráneo de su rival. Su cuerpo inerte cayó al suelo con la frente aplastada. El touché más excesivo de la historia.