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Letras

En las entrañas de 'El odio': el polémico libro sobre José Bretón cancelado por muchos y leído por pocos

Desgranamos algunas claves de la obra de Luisgé Martín, que podría vulnerar el derecho al honor de los niños asesinados según la Fiscalía de Menores.

Más información: El fiscal pide a la Audiencia de Barcelona que paralice el libro sobre José Bretón tras no lograr que el juez lo haga

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La polémica que ha provocado El odio, el libro en el que José Bretón confiesa el asesinato de sus hijos, entraña una reflexión que se antoja ineludible: ¿es apropiado impugnar un libro que no se ha leído? La gran mayoría de quienes han manifestado su aversión a la obra de Luisgé Martín no han podido leerla, sencillamente porque el lanzamiento aún no ha tenido lugar. Anagrama, el sello que ha editado el texto, paralizó la distribución y la promoción —hubiera llegado a las librerías este miércoles— tras recibir un burofax de la abogada de Ruth Ortiz, la madre de los menores asesinados, solicitando la suspensión, pero ya había enviado algunos ejemplares a la prensa. 

Desde el punto de vista legal, la situación actual es esta: la Fiscalía de Menores pidió la semana pasada la cancelación judicial del libro como medida cautelar, pues podría vulnerar el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen de los menores. Solo unos días después el juzgado de Primera Instancia número 39 de Barcelona rechazó la petición, pero este martes el Ministerio Público lo ha recurrido, elevando la demanda a la Audiencia Provincial. Será un juez, como corresponde a un Estado de Derecho, quien determine si, efectivamente, se incurre en un delito.

No obstante, Anagrama reivindicó su derecho a publicar la obra en un comunicado, por lo que resulta interesante hacer algunas consideraciones tras haber completado la lectura. Partimos de un presupuesto: si Ruth Ortiz decidiera leer El odio, hecho en principio improbable, en modo alguno lo aprobaría, por mucho que el autor haya defendido en un comunicado emitido la semana pasada que "niega la explicación de los hechos" del asesino.

La madre de Ruth y José, asesinados cuando tenían 6 y 2 años, tendría que revivir los trances más dolorosos de la peor experiencia de su vida. Martín no se ahorra ni un solo detalle de un crimen horroroso. Detalles que, por otra parte, son de acceso público para quien quiera consultar la sentencia.

En el segundo capítulo, "El crimen", el autor analiza la alevosía con la que actuó José Bretón, que había planeado matar a sus hijos y después quemar sus cuerpos para no dejar rastro. Esto no significa que el autor haya hecho un libro sensacionalista. El odio contiene pasajes en los que el autor se muestra estremecido ante una salvajada que considera "incomprensible". Nadie podría negar la empatía que muestra Martín hacia la madre de Ruth y José, pero tampoco podría decir, con seguridad, que no la está revictimizando al recordar episodios tan dolorosos.

El autor explica que en ocasiones anteriores a lanzarse con El odio había pensado en hacer "un viaje literario al corazón de un asesino", a la manera de Truman Capote en A sangre fría o Emmanuel Carrère en El adversario. "Mi propósito era tratar de comprender la mente de alguien que había sido capaz de asesinar a sus propios hijos", leemos. Para ello, tomó "la decisión —quizás equivocada— de hablar únicamente con José Bretón", añade. ¿El motivo? Lo desvela él mismo en una frase controvertida: "Me resultaba distractivo cualquier otro punto de vista, especialmente el de Ruth Ortiz".

Amén de la presunta inmoralidad del libro, por dar voz a un asesino que supuestamente pretende seguir haciendo daño a su exmujer con un testimonio lleno de mentiras, una de las críticas más persistentes, hacia la editorial y hacia el autor, corresponde precisamente al hecho de no haberse puesto en contacto con Ruth Ortiz en ningún momento. Para algunos de sus colegas escritores, que en general abogan por que siempre prevalezca el derecho a libertad de expresión, la ausencia de la madre resulta injustificable.

Por otro lado, no es verdad que el libro "quita" la voz al asesino, como el autor defendió en el citado comunicado; antes al contrario, se la ofrece y la divulga. Ciertamente, el texto no se centra en el testimonio de Bretón, como algunos ya han dado por hecho, pero el autor recrea en el último capítulo, a la manera de una entrevista, el diálogo que mantuvo con él en un encuentro presencial en la prisión de Herrera de la Mancha.

Además, extrae de las cartas que cruzaron durante dos años algunas declaraciones que aparecen diseminadas a lo largo del texto. La más reveladora, desde luego, la de la confesión del crimen: "Yo hice lo que hice —por lo que pido perdón y de lo que estoy arrepentido desde el primer momento—, pero todo lo demás que me atribuyen es falso". Eso que le atribuyen es lo que nadie duda: que mató a sus hijos para vengarse de su mujer por haber decidido terminar la relación con él. Habrá a quien le resulte reprobable que Martín ofrezca su libro como plataforma para que el asesino exponga su versión alternativa a esa motivación.

No obstante, agradecerá el lector en este caso que el autor se detenga para poner las cartas boca arriba. "Nadie puede creer que mataras a tus hijos para que no se educaran con la familia de tu mujer, José", le espeta. Y en otro momento, insiste: "Mataste a tus hijos para hacerle daño a Ruth, para vengarte de ella". Lo que no todos comprenderán es que el autor sintiera "un alivio extraordinario" al escuchar de boca de Bretón que estaba "absolutamente seguro" de que sus hijos no sufrieron.

Más de uno se habrá sobresaltado al leer que el autor llegó a sentir compasión por el criminal, que le llevó ropa a la cárcel, que se despidió de él con una muestra de afecto sorprendente; pero también estos lectores habrán comprobado que el autor se enfurecía consigo mismo por esto. Otros creerán que la inclusión de algunas otras revelaciones de Bretón son innecesarias, por cuanto agravan el daño al mancillar la reputación de la familia de Ruth Ortiz: múltiples insultos y hasta imputaciones de delitos.

Podría chirriar también que el autor se invista de una autoridad psiquiátrica en las conclusiones acerca del estado clínico del asesino. Nos lo presenta como un hombre corriente, vulgar, que "no sufre ningún trastorno mental ni tiene problemas para distinguir el bien del mal", prácticamente excluyendo la posibilidad de que se trate de un psicópata. Otros calificarán de regodeo la consignación de datos como la duración de un cuerpo humano en convertirse en cenizas por efecto del fuego. El odio es un libro arriesgado, desde luego, lleno de aristas y con una escabrosa colisión entre el derecho al honor y el de libertad de expresión pendiente de resolución en sede judicial.