
El Cónclave: así funciona el proceso secreto de elección del Papa
El Cónclave: así funciona el proceso secreto de elección del Papa
Para la elección del próximo Sumo Pontífice, los cardenales se internarán de forma indefinida en el Vaticano, exentos de cualquier contacto con el exterior, y se someterán a cuatro votaciones diarias hasta dar con el candidato que regirá la Iglesia Católica.
Se han escrito multitud de libros, compuesto canciones y realizado diversas películas y documentales que han tratado de reflejar qué ocurre en el Cónclave, el misterioso y secreto proceso de elección papal donde un reducido número de cardenales decide quién ocupará el trono de la Iglesia Católica. Esta deliberación, que tiene lugar en la Capilla Sixtina cada vez que un Papa muere o renuncia, se repetirá este miércoles en la Ciudad del Vaticano.
La cita será histórica por varias razones: más de 120 cardenales acudirán a la elección del próximo Pontífice (serán 133 en total, tras acusar baja dos purpurados, entre ellos el español Antonio Cañizares) y, por primera vez, se contará con una diversidad cultural sin precedentes, con representantes de 71 países. Además, los electores no europeos constituirán mayoría, un acontecimiento inédito en la historia religiosa.
Se sabe que el lunes llegaron a Roma 132 votantes. El último cardenal aterrizó 24 horas antes del comienzo del Cónclave, tal y como ha infomado la Santa Sede.
Tras la muerte de Francisco, el pasado 21 de abril, el Vaticano declaró nueve días santos, los llamados Novendiales, un periodo de luto oficial. Las normas establecen que el plazo máximo para convocar el Cónclave son 20 días tras el fallecimiento del Pontífice. Mientras tanto, se celebran las congregaciones generales, donde los cardenales abordan diferentes asuntos, entre ellos cuál es el rumbo que debe tomar Iglesia, e intentan esbozar, junto al resto de creyentes, los criterios que debe cumplir el próximo Pontífice para con sus fieles.
Durante las congregaciones, cada cardenal tiene un límite máximo de cinco minutos por intervención. Hasta el momento, los temas que están sobre la mesa giran en torno al derecho canónico (las normas que rigen la Iglesia), el deseo de promover una institución más misionera y el de reforzar el papel de Cáritas en defensa de los más necesitados.
Los electores tienen hasta la misma mañana del Cónclave para instalarse en la Casa de Santa Marta, la residencia donde se instaló Francisco en su pontificado. Ya asentados, los cardenales acuden a la Capilla Sixtina, que se modifica para la votación, y la ceremonia comienza con una procesión seguida de una misa. Tras la oración, los electores se recluyen hasta que termina la votación. En casos anecdóticos, esta se puede prolongar hasta tres años, como ocurrió con el Papa Gregorio X, en 1271, aunque los mecanismos de elección actuales hacen improbable tal demora.
Durante el tiempo en que transcurra la votación, los cardenales electores están obligados a deshacerse de sus teléfonos móviles y a evitar todo tipo de comunicación con cualquier persona ajena al Cónclave. Esta restricción se extrapola también al centenar de funcionarios que trabajarán en la Santa Sede (médicos, cocineros, porteros y personal de seguridad, entre otros), todo ello con objeto de que los clérigos no estén influidos por informaciones externas. Incumplir la medida podría ser motivo de excomunión.
De momento, las apuestas apuntan en distintas direcciones. Sin embargo, en este contexto, los medios italianos recurren a un famoso dicho romano: "Quien entra en el Cónclave como Papa, sale como cardenal", recordando que este misterioso proceso es impredecible y escapa de las especulaciones mediáticas.
Los cardenales realizan dos juramentos pronunciados en latín. En el primero, se comprometen a no divulgar ninguna información sobre el Cónclave, y el segundo es un voto de fidelidad y obediencia al que salga elegido Papa.
Cuando los 133 electores han terminado sus juramentos, el maestro de celebraciones dice: 'Extra omnes' (todos fuera), y todos los cardenales no votantes deben abandonar la sala.
Entre los votantes, se realiza un sorteo para formar tres grupos de tres personas. Uno de revisores.
Revisores. Se encargan de supervisar el proceso de votación.
Escrutadores. Recogen los votos emitidos.
Infirmari. Recogen los votos de los cardenales que no pueden desplazarse a la Capilla Sixtina y también revisan los votos.
Se reparten las papeletas con la leyenda impresa ‘Eligo in Summum Pontificem’ (Elijo al Sumo Pontífice).
En ellas, cada cardenal debe escribir el nombre del candidato con letra neutra, y después doblarlo dos veces.
Al inicio de cada jornada de votaciones, los cardenales pronuncian un juramento en el que se comprometen a no revelar su voto. Luego, introducen la papeleta en la urna correspondiente.
Los votos de los cardenales presentes y los enfermos se depositan en una sola urna, de la que se extraerán los votos para el conteo.
En la tarde de este miércoles se llevará a cabo una primera votación de sondeo para valorar las candidaturas, pero no será hasta el jueves cuando se entre en materia.
Cada día tienen lugar dos votaciones por la mañana y dos por la tarde, cuatro en total. La última sería este sábado, con ya 13 realizadas. Si no se elige al papa el sábado por la tarde, el domingo se concederá un día de reflexión antes de continuar con una segunda tanda de votaciones.
El primer escrutador abre la papeleta y revisa el contenido, se la pasa al siguiente que verifica el nombre para asegurarse de que coincida y, finalmente, el tercer escrutador lee el nombre en voz alta y lo anota en una hoja. Este procedimiento tiene como objetivo garantizar la transparencia del proceso.
Al final de cada ronda, las papeletas se queman en una chimenea que se puede contemplar desde la plaza de San Pedro, donde esperan todos los fieles. Algo que ocurre alrededor de las 12:30 horas por la mañana y las 19:30 horas por la tarde.
Si el humo es negro significa que no hay papa, mientras que si aparece blanco: hay papa.
Si este domingo, después de doce votaciones, no hay Papa, se iniciaría una nueva ronda de siete votaciones con un día de reflexión, y así sucesivamente hasta que se elija un nombre. En caso de no alcanzar un consenso, los cardenales deberán llegar a un acuerdo para escoger a los dos más votados. En esa votación a los candidatos se les pide abstenerse.
Si, tras las votaciones, de la chimenea de la Capilla Sixtina emerge finalmente la fumata blanca, eso significa que hay Papa. El nuevo Pontífice se retira entonces a la sacristía para tener un momento de meditación y decide si acepta su nuevo puesto en la Iglesia. Ahí se encuentran distintas sotanas y zapatos de diferentes tallas, así como el resto de la indumentaria papal. Al salir, los cardenales lo reconocen como Papa y el elegido se dirige al balcón de San Pedro.
El cardenal protodiácono –el más antiguo del Colegio de Cardenales, en este caso Dominique Mamberti– sale tras una cortina roja en el balcón central de la Basílica de San Pedro y proclama lo siguiente: "Annuntio vobis gaudium magnum... habemus papam!” (Anuncio una gran alegría… ¡Tenemos un papa!). Acto seguido, el religioso anuncia el nombre elegido por el nuevo Papa a la multitud y le da la entrada.


Es entonces cuando el Sumo Pontífice da la bendición apostólica a los fieles de la plaza y, si quiere, puede pronunciar su primer discurso. Palabras como el amor y la confianza suelen ser recurrentes, aunque algunos, como Francisco, innovaron un poco más. “Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarme casi al fin del mundo, pero aquí estamos”, bromeó en sus primeras palabras.