Murió el Papa Francisco y la cátedra de San Pedro está vacante. Durante la primera quincena de mayo comienza el cónclave, la reunión del Colegio Cardenalicio que decidirá quién será la próxima cabeza de la Iglesia Católica. Serán 133 cardenales, venidos todos los puntos del orbe, los que elijan al nuevo Pontífice mediante una votación en la que se exige una mayoría de dos tercios.
En otras palabras, es necesario que al menos 90 purpurados apoyen la candidatura del próximo Papa. En los últimos cuatro cónclaves, sin ir más lejos, se llegó de manera rápida a esa mayoría de dos tercios. Así, Francisco, Benedicto XVI y Juan Pablo I fueron elegidos en dos días, mientras que Juan Pablo II en tres. Tales decisiones fueron relativamente rápidas, así que si sigue la tendencia, el mundo sabrá quién será el nuevo Pontífice a mediados de mayo.
Pero podría no ocurrir. El proceso podría dilatarse hasta acumular varios años de cónclave. No hay límite de tiempo. No hay prisa. Y eso es lo que ocurrió en el cónclave más largo de la Historia, que duró dos años, ocho meses y 29 días. Aconteció entre los años 1268 y 1271, tras la muerte del Papa Clemente IV, y hubo tanta tensión que la reunión acabó con un encierro y tres cardenales muertos.

Tras la muerte del Papa Clemente IV comenzó el cónclave más largo de la Historia.
Lo más llamativo de todo es que sólo estaban convocados 20 cardenales electores, a diferencia de los 133 actuales, pero sus profundas diferencias políticas causaron que no llegaran a una resolución en años. Tras las diversas disputas internas, tres muertos, un racionamiento de comida y un palacio parcialmente desmontado, se llegó al acuerdo. Se decidió que la nueva cabeza del catolicismo fuera el Papa Gregorio X. Habemus Papam.
Dos grandes facciones
Lo cierto es que aquel polémico cónclave, a diferencia de los actuales, no sucedió en la Ciudad del Vaticano (1929). A mediados del siglo XIII, ni siquiera existían la Capilla Sixtina (1473) ni la Catedral de San Pedro (1506). Lo que sí existía, desde el siglo VIII, eran los Estados Pontificios y en ellos sucedía el cónclave.
El que se inició en el año 1268, tras la muerte de Clemente IV, ocurrió en el Palacio Papal de Viterbo, una ciudad a 80 kilómetros al norte de Roma. Allí se reunieron los 20 cardenales convocados para elegir al nuevo Papa. Pero desde el minuto uno se vio que la fractura era evidente. Había dos grandes facciones dentro del Colegio Cardenalicio.
En un lado del ring se encontraban los purpurados que apoyaban los intereses de la Casa de Anjou, la dinastía francesa que ejercía una influencia considerable en el sur de Italia y que había sido un firme aliado del papado anterior, el de Clemente IV. Estos cardenales, a menudo denominados “angevinos”, veían con buenos ojos la continuidad de esta alianza y la elección de un Papa que favoreciera sus intereses.

El Palacio Papal de Viterbo, una ciudad a 80 kilómetros al norte de Roma.
En el lado opuesto del cuadrilátero de Viterbo estaban los cardenales que abogaban por un nuevo papado más independiente de las influencias seculares, especialmente de la Corona francesa. Eran apoyados por el Sacro Imperio Romano Germánico y estos cardenales temían que un Papa demasiado cercano a los “angevinos” pudiera comprometer la libertad y la autoridad de la Iglesia. Dentro de este grupo, existían diversas sensibilidades y lealtades, pero compartían la preocupación por mantener la autonomía de la Iglesia Católica.
Pero el problema que había, de raíz, tenía que ver con que no había ningún candidato de consenso ni ningún purpurado capaz de tender puentes entre estas dos facciones, cada día más alejadas entre sí. Casi desde el primer día de votación, cada facción tenía siete votos, quienes solían vetarse entre sí. Los seis restantes iban y venían en función del día y de las conversaciones que hubiesen tenido de manera reciente con otros cardenales. Nunca se alcanzaban los dos tercios necesarios.
Encerrados con llave
A medida que pasaban los meses, la situación en Viterbo se volvía cada vez más tensa y las votaciones empezaron a espaciarse en el tiempo: si al principio votaban a diario; luego comenzaron a hacerlo una o dos veces cada semana hasta llegar a haber semanas sin votación. Los cardenales, alojados en el Palacio Papal, no lograban superar sus diferencias y las reuniones se sucedían sin que se vislumbrara un acuerdo. La falta de un líder espiritual para la Iglesia comenzó a generar preocupación entre los fieles y las potencias europeas.
Pero había un actor al que esta situación le empezó a hartar en especial: la población de Viterbo. Al principio fueron respetuosos con el proceso, pero comenzaron a impacientarse ante la interminable espera. El motivo: la presencia de los cardenales y sus séquitos suponía una carga para la ciudad a nivel de recursos, y la falta de progreso en la elección papal generaba frustración y descontento. Gastaban su comida y su agua.

El Papa Gregorio X, recibiendo a los hermanos Niccolo y Maffeo Polo.
Ante la persistencia del bloqueo, las autoridades civiles de Viterbo, lideradas por el podestà, tomaron una decisión drástica. En un intento por forzar a los cardenales a alcanzar un acuerdo, decidieron encerrarlos bajo llave en el Palacio Papal. Esta medida dio origen al término cónclave (del latín cum clave, que significa “con llave”). Encerraron a los cardenales buscando aislarlos de las influencias externas y presionarlos para que tomasen una decisión. Pero el encierro inicial no logró romper el punto muerto.
Los cardenales continuaron debatiendo y votando sin alcanzar la mayoría necesaria para elegir a un nuevo Papa. La frustración de las autoridades de Viterbo creció aún más, y tomaron medidas más severas.
Racionamiento y muertes
Con el paso del tiempo y ante la persistencia del bloqueo, las autoridades de Viterbo decidieron endurecer las condiciones de vida de los cardenales. Se redujeron sus raciones de comida y agua con la esperanza de que las privaciones físicas los llevasen a dejar de lado sus diferencias y a elegir un nuevo Pontífice.
La leyenda cuenta que, en un acto de desesperación aún mayor, se llegó a quitar el techo del Palacio Papal para que los cardenales sufrieran las inclemencias del tiempo. Si bien la veracidad exacta de este hecho puede ser objeto de debate histórico, lo cierto es que las condiciones en las que se encontraban los cardenales eran cada vez más precarias. Hasta el punto de que hubo tres que enfermaron y, producto de la edad, acabaron muriendo.

Vista del Palacio Papal de Viterbo sin techo.
La presión externa también aumentaba. Reyes y gobernantes de toda Europa instaban a los cardenales a poner fin al prolongado interregno y a elegir un nuevo líder para la Iglesia. La falta de un Papa dificultaba la resolución de conflictos políticos y religiosos en el continente.
Finalmente, después de casi tres años de deliberaciones, encierros y privaciones, el cónclave llegó a un punto de inflexión. Varios cardenales habían fallecido durante este largo periodo, lo que alteró ligeramente el equilibrio de poder entre las facciones.
La elección inesperada
En medio de este clima de agotamiento y presión, surgió una figura inesperada como posible candidato: Teobaldo Visconti. Visconti no era cardenal en ese momento, sino que era el arcediano de Lieja y se encontraba en Tierra Santa participando en la Novena Cruzada junto al príncipe Eduardo de Inglaterra.
La propuesta de elegir a un hombre ajeno al Colegio Cardenalicio y que se encontraba lejos de Roma surgió como un intento de superar el estancamiento entre las facciones. Visconti era conocido por su sabiduría y su carácter piadoso, y se esperaba que su elección pudiera ser aceptable para ambos bandos.

Tras el largo y tenso cónclave, Teobaldo Visconti se convirtió en el Papa Gregorio X.
Los cardenales, exhaustos y conscientes de la urgencia de la situación, finalmente llegaron a un acuerdo y eligieron a Teobaldo Visconti como el nuevo Papa. La noticia de su elección fue comunicada a Visconti en Tierra Santa, quien aceptó el pontificado y regresó a Italia.
Visconti tomó el nombre de Gregorio X y su elección puso fin al cónclave más largo y turbulento de la Historia de la Iglesia Católica. Consciente de los problemas que habían llevado a esta situación extrema, Gregorio X promulgó posteriormente nuevas y más estrictas reglas para la celebración de los cónclaves en la constitución apostólica Ubi periculum (1274).
Estas normas buscaban agilizar el proceso de elección papal, evitar la injerencia de poderes seculares y garantizar la libertad de los cardenales electores. Ahora, tras la muerte del Papa Francisco, serán 133 purpurados los que decidan el presente y el futuro de la Iglesia Católica eligiendo al nuevo Sumo Pontífice.