
Dirigentes de 'Patriots' en Madrid, grupo parlamentario europeo que agrupa a los principales partidos ultraconservadoras de la UE. Imagen de archivo.
Del juicio a la AfD al arraigo de Meloni: ¿cuál es el futuro de la extrema derecha en las democracias europeas?
Las fuerzas populistas de extrema derecha están en auge en toda Europa. En su mayoría, con un discurso que no choca directamente con las legislaciones vigentes. En el caso de la AfD, con una estructura de violencia que ha sido denunciada en Alemania.
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Las democracias liberales están en peligro. Eso lo hemos oído tantas veces que ya nos cuesta calibrar la amenaza, un poco como pasaba con Pedro y el lobo. Se ha abusado tanto de determinados términos -fascismo, populismo, totalitarismo- que es difícil reconocerlos cuando aparecen de verdad. Está sucediendo, por ejemplo, con el movimiento MAGA en Estados Unidos. ¿Qué etiqueta ponerle?¿Sirven las categorías de los años treinta del siglo pasado para entender el presente?
¿Qué nombre merece un presidente que invoca continuamente un pasado glorioso y fuera de la Historia, desconfía de las organizaciones globalistas, apela al "pueblo" como motor de su política y cuenta entre sus seguidores a fanáticos capaces de recurrir a la violencia si es necesario -como se vio con el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 y el posterior indulto colectivo cuando su líder volvió al poder-? Un líder que se las ha visto ya con la justicia por su concepción personalista de la legalidad y que no cree en un sistema que, según él, le "robó" las elecciones de 2020. Los jueces y la prensa son sus enemigos. La mitad de los ciudadanos a los que preside, también.
Lo mismo nos preguntamos en Europa, sobre todo cada vez que hay elecciones al Parlamento Europeo y los extremos se tocan frente a los partidos tradicionales que han consolidado durante casi un siglo la democracia liberal en nuestro continente. ¿Hasta qué punto son la Reagrupación Nacional francesa, la Alternativa para Alemania, los Hermanos de Italia o el propio Vox una amenaza para nuestros valores modernos?
El primer error sería ponerlos a todos en un mismo cajón estanco, pues no lo están. En esos partidos citados, como en la Unión Cívica Húngara, el Reform Party o el Partido de la Libertad de Austria, hay demasiadas corrientes distintas que forman un mensaje algo difuso y por eso mismo curiosamente transversal. Eso sí, todos apuntan a las raíces europeas frente a "los de fuera", sean árabes, africanos, o, en ocasiones, judíos. Todos defienden unas tradiciones cristianas y un fuerte sentido del estado sin renunciar por completo al libre mercado.
Todos dicen respetar la democracia, aunque la patita del "pueblo" como verdadera raíz del poder asoma de vez en cuando frente al liberal concepto de "ciudadanía", con sus derechos y deberes legales y no de nacimiento.

Ciudadanos en una manifestación contra el partido ultraderechista Alternativa por Alemania Reuters Hanau
El difícil papel de la derecha convencional
Igual de complejo que el problema es el remedio. De ahí que la mayoría de los partidos tradicionales de centro-derecha no sepan muy bien cómo afrontarlo, ni tampoco sus electores. Hay demasiados lazos en común: un cierto conservadurismo, una preocupación creciente por la inmigración, un consenso en las raíces cristianas de Europa…
El asunto es hasta dónde puede casar eso con la libertad individual de todo ser humano y sus derechos como tal más allá de su nación o cultura de procedencia.
Mientras en Francia, siempre se ha optado por mantener a la extrema derecha de Le Pen (padre e hija) lejos del poder -con matices, porque buena parte de la coalición gaullista, Les Republicains, apoyó al RN en las pasadas legislativas-.
En Italia gobierna Giorgia Meloni en primera persona sin grandes alarmas ni aspavientos. Es más, el caso de Meloni es un caso, de momento, de asimilación al sistema. Los Hermanos de Italia no parecen un problema mayor para las instituciones liberales que lo que lo fue la Liga Norte de Matteo Salvini. Más bien, al contrario. Meloni ha defendido la mayoría de las posiciones de la Unión Europea y se ha puesto del lado de Ucrania en la guerra contra Rusia, que es, en parte, una guerra de la democracia contra el autoritarismo.
En España, la relación entre PP y Vox es tensa y también compleja. El PP se ufana de no ser VOX y Vox se ufana de no ser el PP. Ahora bien, al final, suelen llegar a acuerdos con cierta facilidad. En ningún momento se optó por un "cordón sanitario", algo que tampoco ha hecho el PSOE con los populismos de izquierdas.
El discurso de Vox, con el tiempo, ha abandonado casi por completo las posiciones más liberales para abrazar una mezcla de falangismo, nacionalcatolicismo y defensa de los régimenes autócratas, desde Trump hasta Putin. Dicho esto, nadie duda de que, si Núñez Feijoo necesitara al partido de Santiago Abascal para sumar una mayoría que le hiciera presidente, cedería lo que hiciera falta. Tal vez, por eso, no es presidente.
El eterno retorno de Nigel Farage
Con todo, hay dos casos que son particularmente preocupantes. El primero, el del Reform Party inglés: un partido que en realidad es una escisión del UKIP después de que Nigel Farage fuera expulsado del liderazgo del partido que con más ahínco defendió el Brexit.
Farage, buen amigo de Trump y que estuvo en su residencia de Mar-A-Lago en la noche electoral, tuvo sus minutos de gloria por toda Europa gracias a su condición de eurodiputado enfrentado a las instituciones mastodónticas de la Unión. Eso hacía que sus discursos fueran aplaudidos tanto por los antisistema del 15M como por los euroescépticos más nacionalistas.
El objetivo de Farage, como el nombre de su antiguo partido indicaba, era "independizar" a Gran Bretaña de Europa. Lo de la inmigración vino después, siguiendo el signo de los tiempos y tras las distintas oleadas de refugiados que han ido llegando a Europa huyendo de los regímenes sangrientos de África y Asia y movidos en gran medida por mafias al servicio de los intereses geopolíticos de Rusia y China. Ahora, quiere "reformar" el país que consiguió separar de sus socios continentales a base de mentiras e invenciones.
Los resultados electorales parecen acompañarle, a rebufo de los incidentes raciales del pasado verano en varios lugares de Reino Unido. En las elecciones locales del pasado jueves, el Reform Party pasó del 2% de los votos al 30%, convirtiéndose en el partido más votado de Reino Unido.
Es un triunfo sin precedentes: hasta ahora, Farage había sido un personaje más bien marginal, incapaz de ganar un escaño en toda su carrera política más allá de la Eurocámara. De hecho, hace poco más de un año, parecía condenado a la retirada y el olvido. Hasta qué punto han influido los apoyos de Trump y Vance a su candidatura -no así de Musk, enemigo confeso- es difícil de saber.

Orban, Abascal y Le Pen. Imagen de archivo. Reuters
El gran dilema de la AfD
En cualquier caso, nada puede compararse con lo que sucede en Alemania con la AfD. Por distintos motivos. La AfD es un partido que puede calificarse de neonazi y cuya peculiaridad respecto a los demás ejemplos citados es que su evolución ha sido hacia un mayor radicalismo en lugar de a la inversa.
Se trata del segundo partido más votado en las pasadas elecciones federales, con más de diez millones de votantes, casi todos en la antigua RDA. Cuenta con facciones violentas que promulgan discursos de odio y aunque la CDU votó con ellos en el Bundestag la pasada legislatura, Merz nunca contempló un gobierno conjunto.
A eso hay que sumarle que, esta misma semana, los servicios de inteligencia alemanes han considerado que más que un partido político, la AfD es una "organización extremista" contraria a los valores de la constitución y volcada en el odio a los musulmanes y a todos los que no encajen en su definición de "alemán puro".
En manos del canciller Merz queda la difícil decisión de ilegalizar o no a la coalición de Alice Weidel y Tino Chrupalla y abrir una importante crisis en el país. Ambos líderes han apelado a la "libertad de expresión" para justificar sus opiniones, algo que hacen todos los partidos cuando se los ilegaliza, incluso los proterroristas.
Queda la duda, en cualquier caso, de hasta qué punto esa persecución legal perjudica o beneficia a los extremistas. Sucedió anteriormente con Trump o con Marine Le Pen, que fueron condenados por actividades económicas fraudulentas y supieron darle la vuelta a la tortilla y convertir una reprimenda a sus malos usos personales en un supuesto ataque a las libertades democráticas. Le Pen está arrasando en las encuestas francesas y Trump gobierna desde la Casa Blanca.
¿Qué sucederá con Weidel y la AfD? ¿Conviene contemporizar o atacar el odio antes de que se desborde? Es el gran tema de nuestro tiempo y, como se ve, no parece que todo el mundo esté de acuerdo en cómo afrontarlo.