
Imagen del exterior de un bazar chino.
Los chinos que mantuvieron España 'abierta' durante el apagón: "Que dure 10 horas no es normal en Europa"
Numerosos bazares chinos permanecieron abiertos para abastecer a una población desconcertada con alimentos y productos de urgencia como pilas o linternas.
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Para el consumidor español, el negocio chino es como una navaja suiza. Multiusos. Valen igual para un roto que un descosido. Las palomitas, los ganchitos, la botella de Negrita, tuercas o una bebida energética. No defraudan en la madrugada, cuando todo cierra, ni les tiembla la mano a la hora de vender alcohol pasadas las 10 de la noche; momento de la ley seca en los establecimientos comerciales.
Y siendo tan versátiles comodines, cuando España entró en blackout, convertido el país en una comunidad amish, ya saben quién mantuvo el tipo y la persiana abierta, ¿no? Los comercios chinos, que no echaron el cierre ni aunque el Gran Apagón, la auténtica excepción ibérica, asolara al país.
"Pretendíamos cerrar, pero ya iba llegando la gente", asegura Paula, hija de los dueños del bazar chino de la calle San Raimundo, de Madrid. Con una actitud abierta y comunicativa, muy opuesta a la conversación plúmbea e incómoda, cuando no imposible, que se da con las primeras generaciones de emigrantes chinos, esta joven destaca que no les dio tiempo a decidir echar el cierre.
"En ningún momento pudimos decir: 'vamos a cerrar ya'. La gente no paraba de entrar y, bueno, pensamos que realmente hasta que oscureciera, podíamos estar abiertos. Porque entraba un poco de luz", asegura.
Ese era un fulgor solar imprescindible, dado que en la oscuridad residía el auténtico miedo. "No había ni cámaras, ni forma de ver al fondo de la tienda", afirma Paula. "Por eso mi hermano se quedó con una linterna a mitad del pasillo".
Interrogada sobre la tensión de la situación, la joven, con sus grandes ojos negros y unas uñas acrílicas que tamborilean contra la pantalla de su purpurado iPhone, sostiene que, salvo un momento en que la marabunta fue descontrolada, todos los clientes mantuvieron la calma. "No se robó nada, ni hubo bronca. La gente vino a por bienes de primera necesidad: leche, pan, agua, pilas, linternas, velas... Y las conservas, claro", concluye.
Finiquitadas las preguntas, cuando se le solicita a Paula una foto para este reportaje, la respuesta es negativa. Argumenta una mezcla entre timidez y responsabilidad respecto a su progenitora, quien llega justo a tiempo a la zona de la caja. Preguntada la madre por las fotografías, su sentencia es tajante: "Nada de fotos. Vídeo y fotos no puede. Tampoco tienda", resuelve con la mirada clavada en el móvil.

Interior del alimentación del padre de Violeta, en Francos Rodriguez.
Hay una actitud de auténtica alergia a la imagen, que se mantiene férrea en los 12 establecimientos chinos visitados para este reportaje. Ninguno desea -o puede, vaya- salir retratado. Se dirían "directrices desde arriba". Nadie se presta a dar más detalles.
"No es normal"
Detrás del madrileño Mercado de Maravillas, Sergio regenta un enorme local con una auténtica miscelánea de productos. Este Merca China, cuenta con los objetos del famoso kit de supervivencia del que advirtieron desde la UE. "Teniendo en cuenta que todo lo demás estaba cerrado, nosotros abrimos para ofrecer las cosas de urgencia. Cosas básicas, de necesidad. Me parecía lo correcto", asegura este chino de mediana edad, que lleva más de 20 años en España.
Preguntado Sergio por las posibles situaciones de miedo vividas, este saca pecho torrero: "Yo no tuve miedo. Pero la gente sí. Algunos se asustaron. Venían corriendo a comprar velas, linternas, pidiendo con desesperación. Nosotros no teníamos de todo, claro. Las velas sí. Pero linternas y radios no teníamos muchas. De camping gas, por ejemplo, sólo una o dos unidades. Acabaron con todo", finiquita.
En vista de que Sergio se revela como un tipo con un pulso tan frío y estoico, cabe preguntarle si ha experimentado situaciones similares en su China natal. "Sí, antes sí. Cuando era pequeño, era algo común. Ahora ya no tanto. Pero eso quizá hace que estemos un poco más tranquilos. A ver, un apagón de diez horas en Europa no es normal, pero tampoco es peligroso. Si fueran dos o tres días... ahí sí que da miedo. Hay que tener en cuenta que los supermercados estaban todos cerrados, menos Mercadona, que tiene generadores. Y si la gente no puede comprar comida, se asusta”, concluye.
Antes de poder agradecerle sus respuestas, Sergio interrumpe la conversación para aclarar una cosa: "¡No subimos los precios, eh! Era una cuestión de urgencia, así que lo dejamos como si fuera un día normal". Una declaración que da qué pensar, ya que desvela cómo por su mente debió atravesar la segunda acepción de la palabra china Wei Ji (crisis), que también implica oportunidad. La mentalidad de rapiña sin embargo no se impuso en Sergio, y el barrio se lo agradece.
Poco efectivo
Diana también lleva desde pequeña en España. Con 10 años, sus padres la trajeron a Madrid. Hoy, con 20, sorprende ver que no tiene del todo pillado el español. Aun así, parapetada tras la caja salpicada por figuritas, chicles y chucherías de la tienda de alimentación de su padre en General Perón, responde como puede a las preguntas.
"Porque vivo muy lejos", asegura al interrogarla por los motivos de la apertura de la tienda durante el apagón. "No había taxis, no funcionaban los ascensores, nada... Mis hermanos todavía estaban en el colegio, así que tenía que esperar a que volvieran. Por eso me quedé", afirma.
"Tuve un poco de miedo al principio", prosigue Diana al relatar la experiencia, "pero la comunidad del piso de al lado fue muy buena. Una persona me explicó enseguida qué estaba pasando, y eso me tranquilizó mucho. Estuvieron conmigo aquí". Otra prueba, otra de tantas que se dieron durante el apagón del 28 de abril, que viene a demostrar cómo la solidaridad ciega es un claro atributo patrio del que enorgullecerse.

Un bazar chino en Madrid.
Una particularidad de los comercios chinos es que fueron los primeros en permitir pagos nimios con tarjeta. También han sido, irónicamente, los últimos en olvidarse del metálico. Preguntada Diana por los problema con los pagos -dado que ni la máquina registradora funcionaba, ni mucho menos el datáfono-, ella reconoce que su padre nunca ha renunciado al efectivo.
"Si todo falla, el billete siempre tiene valor", dice repitiendo los dogmas paternos. "El efectivo se usa poco en España ahora, pero creo que con el apagón la gente se lo va a pensar". Una premonición muy válida, la de Diana, quien también se niega a ser captada en foto.
Hablando de dinero, quizás el susto sirva para recordar el placer del tacto. La erótica sensación de tener un poder arrugable entre las manos, lejos de las cifras electrocutadas y la auscultación instantánea por el Gobierno de los gastos. A lo mejor, el apagón vuelve a permitir a las monedas marcarse correrías, como las que contó Julio Camba en Aventura de una peseta.
A la tienda tras estudiar
"Llámame Violeta, es más fácil", dice una joven de satisfechos mofletes y mirada risueña en un hiper chino próximo a la calle Francos Rodríguez, de Madrid. Violeta, estudia Biología en la Universidad Complutense de Madrid y ayuda con la tienda. Es una 'SíSí', antaño una exótica raza de jóvenes que se oponían a los pródigos 'NiNi', pero que hoy, frente la crisis existente, son cada vez más numerosos.
"Ayer volví a la tienda después de la facultad, y cuando llegué ya estaba todo apagado. Empezó a entrar mucha gente, y bueno, ya era un poco difícil cerrar. La gente necesitaba comprar, así que decidimos quedarnos abiertos", sostiene.
"Cerca de la hora de la comida", prosigue la futura bióloga, "entró mucha gente buscando pan y cosas para comer en ese momento: precocinados. Pero las personas no eran agresivas, hacían cola y cogían lo que necesitaban. Todo fue bastante ordenado dentro de lo posible", declara, antes de afirmar que la constante en la apertura de los comercios chinos durante el apagón se debió a que éstos "tienen velas y pilas, cosas que el Ahorramás, aunque estuviera abierto, no tiene. Fue una buena forma también de sacar todo ese producto", finiquita.
Violeta, con talante inquieto, pero inmensamente más afable que el de otros comerciantes asiáticos, rechaza también aparecer en una fotografía. "Ay, no, menuda vergüenza. No quiero salir".
Sin embargo, y a diferencia de los otros locales, da el visto bueno para que se fotografíe el interior del negocio. Interrogada por las razones de esta acritud fotográfica, responde amable: "A mi padre tampoco le gustaría. Somos reservados con eso".
Una idiosincrasia que no se descarta ni aun bajo la posibilidad de ser presentados como valientes en la adversidad. Como aquellos que, contra la tentación del cierre, ante la sugestión del pánico, surtieron a ciudades enteras frente al apagón.